The Objective
Jorge Mestre

Al PSOE le crecen los acosadores

«El PSOE, que se ha pasado media década aleccionando al resto del país sobre micromachismos, ahora resulta que tiene un problema de macromachotes»

Opinión
Al PSOE le crecen los acosadores

Ilustración de Alejandra Svriz.

La izquierda española tiene un don natural: predica el feminismo con la misma soltura con la que algunos predican la templanza desde el reservado de un after. Siempre ha presumido de ser la vanguardia feminista del país. La paladina del respeto a la mujer. La campeona del «yo sí te creo». Pero basta con que una denuncia señale a uno de los suyos para que ese mismo «yo sí te creo» se convierta de pronto en un «yo no pasaba por ahí». El PSOE lleva años instalando la tarima moral del país. Ahora descubrimos que la tarima estaba carcomida.

El último caso de José Tomé lo resume todo. Presidente de la Diputación de Lugo, secretario provincial del partido, alcalde de Monforte… y presuntamente acosador en sus ratos libres, según varias compañeras de partido. Pero él, nada: inocente como un seminarista. Sale a inaugurar un autobús municipal con una tranquilidad pasmosa —como quien inaugura un nuevo capítulo de su propia defensa— y repite que todo es un montaje. Que son denuncias falsas. ¿No era el PSOE el partido que defendía la idea de que las mujeres nunca ponen denuncias falsas? En el Partido Sanchista hace tiempo que la conspiración dejó de ser una coartada para convertirse en un modo de vida. Uno imagina a Tomé viendo sombras en cada farola y oyendo helicópteros de la CIA sobre la Ribeira Sacra.

Hay tocamientos no consentidos, mensajes obscenos, ofertas de trabajo a cambio de sexo… pero él insiste en que son «bromas» de WhatsApp. Una broma. Humor gallego de madrugada. El PSOE, que se ha pasado media década aleccionando al resto del país sobre micromachismos, ahora resulta que tiene un problema de macromachotes en los puestos de poder. Y ahí es donde el feminismo de mármol empieza a resquebrajarse: porque cuando la tropa acusada es del escalón medio-alto, el discurso muta. Se vuelve viscoso. Se vuelve procesal. Se vuelve conveniente.

El propio partido lo suspende de militancia… pero con guantes de seda. Primero, que dimita «para no perjudicar al partido». Después, que entregue el acta. Y, de fondo, una gestora para sofocar el incendio. El PSOE ha reinventado la protección civil: apagan fuegos políticos con extintores llenos de purpurina ideológica.

Y mientras Lugo arde, Madrid hierve. El caso Tomé se solapa con el caso Salazar, que ya va camino de convertirse en una saga turbia de esas que Netflix rechaza por exceso de sordidez. Pero lo relevante no es solo él. Lo relevante es la arquitectura de protección que, según las denuncias, montaron alrededor de él altos cargos del partido. Antonio Hernández. Martín Aguirre. Gente con llaves del palacio. Gente que sabe cómo se encienden y se apagan las luces en Moncloa.

El PSOE presume de canal antiacoso de última generación pero, cuando llega una denuncia que salpica a los capos, el canal se convierte misteriosamente en un colador. Entra la denuncia. Sale vapor. No queda nada. Milagro líquido.

«La izquierda que convirtió el feminismo en un púlpito ahora no encuentra el interruptor de la luz cuando el monstruo sale de su armario»

Y llega el Congreso. Y llega Feijóo. Y llega la frase que hace correr ríos de tinta: «A usted le han explicado feminismo en los prostíbulos». No es un análisis. Es un gancho en la mandíbula de Pedro. Sánchez, con su habitual tono de santón ofendido, alega que el acoso es un problema «estructural». Claro que lo es. Especialmente en su casa. Donde cada semana aparece un nuevo caso, una nueva denuncia, una nueva carambola moral para justificar lo que, en cualquier otro partido, habría provocado dimisiones en cadena.

El presidente se refugia en la gran frase del escapismo progresista: «la derecha es peor». Siempre es peor. Aunque el acusado sea un miembro de su confianza. Aunque las víctimas digan que avisaron a dirigentes regionales. Aunque los socios de coalición amenacen con romper pactos. Aunque la Fiscalía reciba denuncias de acoso dentro del PSOE. Aunque una querella describa un supuesto mecanismo de encubrimiento político.

Al PSOE le crecen los acosadores, pero no las explicaciones. Y ahí reside la clave: en que la izquierda que convirtió el feminismo en un púlpito ahora no encuentra el interruptor de la luz cuando el monstruo sale de su propio armario. La misma izquierda que exigía dimisiones inmediatas al adversario ahora improvisa seminarios de derecho procesal para justificar la inacción.

El PSOE quería ser faro, pero se le ha fundido la bombilla. Y lo que ilumina ahora —aunque no quieran mirarlo— es su propia sombra: una organización que exige transparencia a los otros y obediencia a los suyos, que presume de feminista mientras engorda su inventario de acosadores y que, cada vez que intenta explicar lo inexplicable, solo certifica lo obvio.

Que el verdadero «caso estructural» del PSOE no es el machismo en España, sino el machismo en casa. Y que, por más capas de barniz progre que le apliquen, el mueble sigue crujiendo. Porque cuando la madera está podrida, da igual cuánta pintura le eches. Siempre acabará saliendo la veta.

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