El 'Me too' devora a sus hijos socialistas
«Tras años despreciando la presunción de inocencia y jaleando el ajusticiamiento social, ahora no saben cómo manejar las denuncias dentro del partido»

Cientos de mujeres participan en una manifestación con motivo del 25N. | Zipi Aragón (EFE)
La izquierda, y el propio Gobierno, llegaron a Moncloa enarbolando dos banderas: la de acabar con la corrupción devolviendo dignidad a las instituciones y la de la lucha feminista. Sánchez presumió de liderar los gobiernos «más feministas» de la democracia. El 8-M se convirtió en una demostración de fuerza gubernamental. Y los eslóganes —«hermana, yo sí te creo»— se presentaron como nuevas máximas de nuestro ordenamiento jurídico. Siete años después, aquel relato ha quedado arrasado. La España que olía a ajo, según Victoria Beckham, hoy apesta a cloaca socialista. Las detenciones y registros policiales se suceden, los casos de corrupción se agolpan.
Y el feminismo oficial, sediento de sangre, susurra al oído de quienes lo han venido instrumentalizando para promover campañas de linchamiento y de cancelación contra rivales políticos, gente del mundo de la cultura y hasta chavales de un colegio mayor. Hasta se han atrevido a calificar a los jueces de machistas con toga. Algunos cuadros socialistas afirman en privado que «la bragueta de Paco Salazar hace más daño que todos los casos juntos», «Esto nos hace mucho daño, electoralmente hablando», «No podemos pedir el voto feminista mientras hay sospechas de encubrimiento» o «El caso Salazar nos revienta el discurso de igualdad». Son confesiones que dejan al descubierto que la violencia que padecen algunas mujeres nunca les ha preocupado, que lo que de verdad les preocupa es el arma electoral que construyeron a costa de ellas.
Porque el caso de Paco Salazar ha abierto una grieta que el partido ya no puede tapar. Sobre el responsable de Organización pesan varias denuncias por acoso sexual que han terminado en los juzgados y que han sacudido a la militancia. Y, mientras el partido intenta controlar el daño, empiezan a escucharse acusaciones que no van dirigidas al presunto acosador, sino al propio PSOE: mujeres que señalan un ambiente tóxico, estructuras que miraron hacia otro lado y una dirección más preocupada por protegerse que por protegerlas. No ponen en el foco solo al acusado, sino a la maquinaria que lo protegió.
Esa maquinaria vuelve a quedar expuesta en Lugo. Varias mujeres del partido han señalado al presidente de la Diputación y alcalde de Monforte de Lemos por comportamientos que describen como acoso y chantaje emocional. Aseguran que lo denunciaron internamente y que nadie movió un dedo. Y no es un episodio aislado: en Torremolinos, el PSOE se ha visto obligado a suspender de militancia a un líder local tras acusaciones de acoso sexual que venían de lejos y que sólo se atendieron cuando ya resultaba imposible esconderlas. Otro caso más que revela el mismo patrón.
Nada de esto sorprende a quienes, desde hace prácticamente una década, venimos advirtiendo sobre la instrumentalización política del feminismo y la hipocresía de sus abanderados que, llegada la hora de la verdad, han protegido más al cargo que a las denunciantes. Era cuestión de tiempo que el relato que construyeron sobre el dogma de la sacralización de la palabra femenina y la criminalización colectiva del varón, sin posibilidad de discrepancia o contradicción, acabase atrapándolos. Ahora que las acusaciones llaman a la puerta de Ferraz, descubren que el sistema que levantaron para señalar a otros no les ofrece margen para la defensa.
«El resultado es la deslegitimación total del discurso feminista oficial»
A nadie debería sorprender que un movimiento como el Me too, que pretendía imponer el ajusticiamiento social sobre las garantías legales y procesales, acabe devorando a quienes lo alentaron cuando les convenía. Se sustituyó el Estado de derecho por la lógica del linchamiento social y mediático. Y ahora el PSOE descubre que ese mecanismo no se detiene cuando el acusado lleva su carné en la cartera.
El resultado es la deslegitimación total del discurso feminista oficial. Años de consignas, de demonizar a toda crítica y de negar problemas reales —asimetrías penales, incentivos perversos para las denuncias instrumentales, una administración paralela que ha crecido sin control— han desembocado en un escenario donde las propias estructuras que se decían protectoras se revelan como incapaces de gestionar sus propias incoherencias. La política convirtió el feminismo en un botín. El resultado es que una causa que antaño fue transversal ha sido arrasada por la colonización partidista.
Sánchez y el PSOE intentan aguantar el chaparrón repitiendo que «el feminismo nos da lecciones a todos», incluso a ellos (¡los más feministas!). A la vista está que no han entendido nada. Después de años despreciando la presunción de inocencia y jaleando el ajusticiamiento social, ahora no saben cómo manejar las denuncias dentro del partido. El marco que impusieron hacia fuera les explota dentro: no pueden pedir prudencia sin desmentirse, ni seguir su propio guion sin sacrificar a los suyos.
La izquierda que patrimonializó el feminismo comprueba hoy que es su principal quebradero de cabeza. El Me too devora a sus hijos. Y la izquierda está descubriendo que el monstruo que alimentó con consignas ya no distingue entre enemigos y aliados. Menos mal que —todavía— la última palabra la siguen teniendo los tribunales de justicia.