The Objective
Jorge Vilches

El inicio de la pesadilla sanchista

«Es más natural en el Occidente actual que exista una derecha con dos partidos que, sin gustarse mutuamente, no tengan más remedio que convivir»

Opinión
El inicio de la pesadilla sanchista

Ilustración de Alejandra Svriz.

El sanchismo es la historia de una banda que se hizo con un partido y un Gobierno desde donde intentó colonizar el Estado. El objetivo era forrarse. Sus miembros entendieron el poder como un sistema de saqueo. Lo hicieron desde el primer día. Sánchez reclutó a los residuos del PSOE, como Ábalos, Cerdán y Koldo, tres escombros, con la promesa de hacer negocios. Estos, los sicarios de la banda del Peugeot, ampliaron su modus vivendi a la política nacional en cuanto ganaron las extrañas primarias de 2017. Así se fraguó la moción de censura de 2018 contra un PP hecho trizas, prometiendo a los independentistas rentabilidad personal y política, incluso impunidad. 

Sánchez tomó el poder de forma parlamentaria, con la mentira como abrelatas, y la falta de escrúpulos como alma. Ese ascenso permitió confirmar la crisis de un sistema tocado desde 2014, y casi hundido con el golpe de Estado de 2017. En estas circunstancias, la clave estuvo en las elecciones de abril de 2019, que dio comienzo a la pesadilla, cuando la derecha se dividió en tres partidos y la izquierda tan solo en dos. En la convocatoria anterior, la de 2016, PP y Cs sumaron lo mismo que PSOE y Podemos juntos: diez millones de votantes. Esa es la partición del electorado. No hay más.

Las urnas que Sánchez abrió en abril de 2019 jugaban con la irrupción de dos nuevos partidos hambrientos de poder: Vox y Ciudadanos. El último quería ser la derecha moderna, cool y virtuosa. El primero pretendía recuperar la batalla cultural y llenar el vacío que la tecnocracia de Rajoy había abandonado. Pablo Casado pagó entonces los platos rotos y obtuvo el peor resultado de los populares, mientras que Rivera no paraba de sonreír y Abascal de sacar pecho. Entre los tres partidos sacaban los mismos diez millones de votos que en 2016, pero solo 147 escaños frente a los 169 que consiguieron PP y Ciudadanos tres años antes. Por contra, el PSOE se comía a Podemos, y pasaba de 85 diputados en 2016 a 123 en 2019. Dobló su número. 

El sanchismo vio que había encontrado la clave para triunfar favoreciendo la división de la derecha en tres formaciones. Fue entonces cuando hablaron del «trifachito», que movía las entrañas de la extrema izquierda hacia el PSOE y permitía entablar relaciones con los independentistas. Mientras, el PP vivía la acostumbrada guerra civil que se sufre en la oposición y, obsesionado por la batalla interna, no supo crear un proyecto atractivo. Al tiempo, Cs y Vox vivían de oponerse a Sánchez tanto como al PP para ganarse a los votantes de la derecha desengañados. 

El asunto comenzó a aliviarse cuando Ciudadanos desapareció, que dejó el reparto del voto de la derecha en dos partidos en vez de tres, y el PP renovó su dirección y calmó las aguas. No obstante, la unificación no va a continuar porque Vox es otra cosa, de momento. No es un partido sistémico, como Ciudadanos, sino rupturista. No quiere monarquía, Constitución, autonomías ni Unión Europea, a diferencia del PP. Tiene el estilo propio del populismo nacionalista identitario, que ahora se llama «patriota», y un hiperliderazgo detrás del cual se ocultan purgas y actúa un cinturón de hierro.  

En ese juego a dos, Vox recoge la derecha conservadora y nostálgica que ansía acabar con la hegemonía izquierdista y el independentismo sin usar medias tintas. Es un electorado distinto que jamás irá en masa al PP. Solo hay pequeños trasvases. Véase el ejemplo de Extremadura. El éxito de Guardiola no estará en ganar al candidato de Abascal, que tiene una fidelidad de voto cercana al 80%, sino en hacerse con el 15% de votante indeciso del PSOE. Guardiola se confronta con Vox porque el balance es positivo. Pierde al votante que la tacha de «progre» y atrae al socialista avergonzado. Es preciso entender que solo ganando las elecciones se puede hacer política de gobierno. El resto es vivir del cuento. 

Quizá ahora estemos en situación de despertar de la pesadilla. Es más natural en el Occidente actual que exista una derecha con dos partidos que, sin gustarse mutuamente, con críticas mutuas, no tengan más remedio que convivir. No en vano, desde que la izquierda está dividida en tres, sus posibilidades son menores.  

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