Zapatero: el poder en la sombra
«Cuando un expresidente opera sin límites, cuando cada puerta internacional se abre gracias al peso del cargo que ocupó, la pregunta no es solo qué hace, sino para qué»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Para desgracia de Zapatero, el Gobierno de Mariano Rajoy aprobó una regulación de incompatibilidades que le obligaba a elegir entre ambos ingresos. Zapatero no dudó: renunció a la pensión vitalicia y se quedó con el salario más sustancioso: el del Consejo de Estado. Puede parecer una decisión meramente administrativa, pero desvela una prioridad íntima: asegurarse el mayor ingreso posible, incluso en un país devastado por la crisis que él mismo gestionó de manera desastrosa. Ahí aparece el primer trazo de su perfil posterior: detrás del trampantojo ideológico, del discurso social y de la retórica buenista, emerge la clave que explica su conducta en los años siguientes.
De una parcela en León a un patrimonio millonario
Cuando Zapatero dejó la presidencia, declaró apenas unos 200.000 euros en activos y una modesta parcela en León. Esa era su realidad material después de siete años en el poder. Desde entonces, su patrimonio inmobiliario familiar se habría multiplicado más de cien veces: chalets en Madrid, una villa en Lanzarote, viviendas para sus hijas, veloces operaciones de compraventa y la residencia principal del matrimonio, que según informaciones periodísticas no figura a su nombre ni el de su esposa, sino de un tercero.
En el terreno patrimonial de Zapatero, hay un episodio especialmente llamativo: en enero de 2025 vendió de forma precipitada su chalet en Aravaca por más de dos millones de euros, al contado y sin hipoteca del comprador. La operación coincidió con la aparición de su nombre en informes policiales sobre gestiones relacionadas con Venezuela. Es cierto que no hay prueba alguna de relación directa entre ambos hechos, pero la coincidencia es demasiado fuerte para ignorarla.
Sin embargo, lo más inquietante no es que su patrimonio se haya disparado, sino la ausencia total de transparencia. Zapatero no ha publicado declaración de bienes desde 2011. Nadie sabe cuál es su volumen real de sus ingresos privados, ni qué trabajos de consultoría realiza, ni quién financia sus fundaciones, ni qué empresas han contratado sus servicios, ni qué sociedades instrumentales han operado en su entorno. Esa opacidad, tratándose de un expresidente hiperactivo en el ámbito político y económico internacional, constituye por sí misma un hecho a investigar.
Venezuela y China: diplomacia íntima, supervisión ausente
La relación venezolana, enfocada durante años como un asunto de afinidad ideológica, se ha convertido en una pieza clave. Zapatero ha trabajado con el régimen chavista desde que dejó el poder: ha viajado decenas de veces a Caracas, se ha reunido personalmente con Nicolás Maduro, ha ejercido de mediador político sin mandato estatal y ha actuado como aval internacional en procesos electorales, referéndums y negociaciones internas. Siempre sin coordinación ni control formal del Ministerio de Exteriores español. En definitiva, Zapatero ha desarrollado con Venezuela una diplomacia paralela de la que nada se sabe. Y lo ha hecho apoyándose en su condición de expresidente.
Esa actividad política se superpone con dinero público español. El rescate financiero de Plus Ultra, aerolínea con estructura societaria y mercado venezolanos, aprobó 53 millones de euros procedentes de la SEPI. Diferentes investigaciones policiales han sacado a relucir el nombre de Zapatero en comunicaciones y reuniones paralelas a esa operación. Hasta la fecha, no existe acusación judicial, pero sí evidencia documental de que el expresidente estaba presente, de un modo u otro, en el rescate. Además, han surgido informaciones sobre su implicación en gestiones para desbloquear alrededor de 200 millones de euros que Venezuela debía a Globalia, matriz de Air Europa. Zapatero aparece, una y otra vez, en la intersección entre dinero venezolano, intereses empresariales españoles y decisiones políticas de gran valor económico.
Junto con Venezuela, China constituye el otro gran eje de la ajetreada acción internacional del expresidente. Su participación en Cátedra China, su rol central en Gate Center, sus vínculos mediáticos e institucionales con Huawei y su protagonismo en foros culturales y empresariales chino-españoles lo han situado como intermediario permanente entre Pekín y Madrid. Gate Center, entidad en la que preside el consejo asesor, entrelaza intereses chinos, latinoamericanos y españoles, y está financiada en parte por donaciones privadas internacionales de las que poco o nada se sabe.
Este vínculo chino encaja bastante mal con el papel tradicional de un expresidente europeo. Las democracias mínimamente serias controlan con especial celo la relación entre antiguos jefes de Gobierno y potencias estratégicas rivales. En España nada más lejos de la realidad institucional y la costumbre. Zapatero ha podido operar en China según su santa voluntad: conferencias, asesorías, presentación pública de empresas chinas, contactos diplomáticos, viajes internacionales, conversaciones con representantes empresariales, presencia política en eventos culturales y relaciones indirectas con lobbies tecnológicos. Nada de esto es por sí mismo ilegal; pero sería impensable que en Alemania, Francia, Reino Unido o Estados Unidos un expresidente gozara de semejante discrecionalidad.
El salto alemán: el lugar donde empezó todo
En 2015, Zapatero renunció al Consejo de Estado para incorporarse como presidente del consejo asesor del Institute for Cultural Diplomacy en Berlín, una entidad sin ánimo de lucro, no gubernamental y con prestigio bastante limitado. Oficialmente, el ICD trabaja en lo que llama «diplomacia cultural», intercambios internacionales y conferencias globales sobre paz y cooperación. Su remuneración estimada era inferior o, en el mejor de los casos, equivalente, al sueldo que Zapatero abandonaba… pero sin la seguridad del Estado. La decisión resulta, cuanto menos, llamativa para alguien que había demostrado en 2012 un claro interés por asegurar y maximizar sus ingresos.
Pero vayamos más a fondo. El Institute for Cultural Diplomacy oficialmente es una fundación sin ánimo de lucro dedicada a promover la paz internacional. Hasta aquí, nada novedoso. El problema aparece cuando se analiza su realidad estructural: el ICD no publica con regularidad auditorías financieras detalladas, no existe documentación pública sobre el origen de buena parte de sus fondos, su actividad real es difícil de cuantificar más allá de agendas y fotos institucionales, y su músculo económico no parece estar a la altura del caché de los nombres internacionales que ha logrado incorporar a su consejo asesor.
El ICD es el tipo de estructura que, sin necesidad de insinuar ilegalidades, recuerda a esas organizaciones transnacionales donde el aspecto filantrópico convive con la opacidad contable, y donde resulta imposible saber cuánto dinero circula, de dónde procede o hacia dónde va. Esa tensión entre apariencia y realidad convierte al ICD en una plataforma ideal para el juego de sombras de la geopolítica: intercambios culturales hacia afuera, pero contabilidad invisible hacia dentro; prestigio diplomático en su fachada, pero misterio en su trastienda económica. Que un expresidente español renunciara a la seguridad institucional del Consejo de Estado para encabezar una entidad así no despeja dudas: las acrecienta.
La hipótesis que resulta más verosímil es que el ICD le sirvió como plataforma de lanzamiento hacia su actividad posterior: un puente internacional, una acreditación, un pasaporte para operar al margen del control del Estado español y conectarse con redes transnacionales libre de toda supervisión. Es en Berlín donde comienza su segunda vida como operador global: fundaciones, foros ideológicos, consultorías, conferencias remuneradas, lobby para grupos empresariales, relaciones con potencias extranjeras y participación en estructuras que combinan lo político y lo económico.
La multiplicación infinita
Desde entonces, su actividad se dispara. Zapatero ha estado vinculado al Grupo de Puebla; ha sido referente público en movimientos políticos latinoamericanos; ha participado en redes culturales hispano-chinas; ha ejercido de observador electoral y avalista simbólico de países poco o nada democráticos; ha asesorado a consultoras españolas con presencia en América Latina; ha intervenido en plataformas empresariales que trabajan para Huawei; ha estado presente en fundaciones orientadas a la contratación pública; ha «asesorado» a grupos vinculados al ámbito tecnológico y de comunicaciones; y ha ocupado cargos honoríficos y remunerados en proyectos internacionales con nula transparencia financiera.
Cada pieza, tomada de forma aislada, podría parecer irrelevante. Todas juntas, sin embargo, conforman la imagen de un expresidente que ha convertido su legado institucional en un capital privado para beneficio propio: una red de contactos, prestigio político, acceso informativo y autoridad simbólica al servicio de redes internacionales no solo ajenas al control español, sino potencialmente contrarias o perjudiciales para los intereses nacionales.
No es solo el «caso Zapatero», es el silencio
La cuestión ya no es si habrá imputaciones judiciales. Puede que no las haya nunca o puede que estén a la vuelta de la esquina. El asunto es que España ha permitido que un expresidente con información estratégica trote alegremente por el mundo estableciendo contactos con gobiernos, poderes económicos y consultoras internacionales, sin supervisión y con opacidad patrimonial desde 2011. El fenómeno Zapatero no define solo a Zapatero: retrata la preocupante opacidad de un Estado privatizado en beneficio de sus gobernantes.
El Senado no cruza ninguna línea roja llamándole a comparecer. Al contrario. Lo que cruzó todas las líneas rojas fue el vacío y el silencio institucional que permitió a Zapatero actuar al margen del más elemental control. José María Aznar compareció ante el Parlamento. Mariano Rajoy también. Que algunos califiquen la comparecencia de Zapatero ante una comisión del Senado como «golpe de Estado» no es que raye lo delirante, es que con ello se pretende justificar precisamente lo que hipócritamente se denuncia.
Hannah Arendt escribió que el poder no abandona a quienes lo han poseído, sino que se desplaza hacia su sombra. En Zapatero la sombra es bastante más que nítida: dejó el poder formal, sí, pero conservó sus ventajas informales. Relaciones, información estratégica, contactos diplomáticos y acceso a entornos inalcanzables para el ciudadano común. Sin embargo, el problema trasciende a Zapatero. Este tipo de trayectorias evidencian que el poder no siempre se retira cuando las urnas lo mandan: permanece emboscado en redes de influencia que condicionan la gobernabilidad futura. Dicho de otra forma: el poder sale por la puerta y vuelve por la ventana.
España debe decidir si quiere ser una democracia madura o un territorio sin ley donde el capital político acumulado por cualquier mandatario, sea presidente o ministro, se convierte en una rentable inversión privada inasequible a la luz. Esa ausencia de reglas ha permitido que figuras como Zapatero se desplacen durante más de una década entre fronteras políticas, diplomáticas y económicas sin rendir cuentas, sin que nadie se pregunte qué incentivos mueven realmente ese activismo exterior. Cuando un expresidente opera sin límites, cuando cada puerta internacional se abre gracias al peso del cargo que ocupó, la pregunta no es solo qué hace, sino para qué lo hace.
Porque detrás de las soflamas ideológicas, detrás de la proyección internacional, detrás del barniz moral, siempre aparece el dinero. El dinero fue la primera pista, y el dinero es la última pregunta que hoy toca formular. Todo lo demás —Venezuela, China, think tanks, fundaciones, patrimonio inmobiliario, consultoras, mediaciones— adquiere sentido cuando se observa desde esta perspectiva.
Pese a todo, el verdadero escándalo no es tanto lo que Zapatero hizo, sino lo que España ha permitido que hiciera sin decir ni pío. Y que todavía hoy, después de más de una década, no se haya respondido la pregunta clave: ¿qué hace un expresidente con poder global y patrimonio millonario sin rendir cuentas a nadie? ¿Y por qué se ha considerado esto normal?