The Objective
Nicolás Redondo Terreros

En Extremadura se perdió la oportunidad y la vergüenza

«Nadie piensa que podría ser razonable un acuerdo entre PP y PSOE, permitiendo este último una investidura desahogada y una legislatura de reformas e impulso»

Opinión
En Extremadura se perdió la oportunidad y la vergüenza

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hace 60 años, mi madre, mi hermana y yo, sorprendidos, emocionados, temerosos y ansiosos, llegamos a Las Hurdes a encontrarnos con mi padre, desterrado en un pueblo que se llama Las Mestas. Enrique Múgica, con su escasa pericia al volante, había logrado, después de un viaje de dos días, lleno de peripecias y descubrimientos, llegar al destino final. En un pueblo cercano, Caminomorisco, habían llevado las fuerzas de seguridad a Ramón Rubial. Desde entonces, la familia ha seguido unida sentimentalmente a aquella tierra, que sirvió a Buñuel para representar la miseria en España y sobre la que se contaba que el rey Alfonso XIII había sido el último y también el primero que la había visitado. Volvimos mi padre y yo con Iñaki Arteta para escoger escenarios para la película que realizó sobre su vida. Aquel último viaje nos permitió ver cómo había progresado aquella zona de España; el cuartel de la Guardia Civil, donde mi padre se tenía que presentar todos los días, se había convertido en un muy digno hospedaje y las casas pobres de barro y paja habían sido sustituidas por preciosas casas encaladas.

Esa relación con la tierra extremeña y los días de Navidad, propicios para el recuerdo, las fantasías y las divagaciones, me han llevado estos días a reflexiones que exceden los límites de un análisis electoral al uso.

Nadie se habrá sorprendido por los resultados electorales en Extremadura. Tampoco Pedro Sánchez. Seguro que proliferan análisis sobre los resultados, y entre los que más espacio ocuparán se encuentran tanto los que se detengan en la subida electoral de Vox como en las alianzas para componer el gobierno extremeño, una vez que la campaña deslavazada de la candidata del PP le ha permitido conseguir un diputado más de los que tenía cuando convocó las elecciones. Las posibles consecuencias para los partidos nacionales del único pacto que parece posible, el del PP de Guardiola con Vox, harán correr ríos de tinta con razón.

Con Pedro Sánchez todo empieza y termina en él. El resultado en Extremadura no será para él ni siquiera un contratiempo. Lleva meses practicando una estrategia en la que tiene que hundirse todo lo que le rodea para salvarse. De tal manera que lo más importante de esos resultados para él será cómo podrá aprovechar el miedo instintivo a Vox de una izquierda más sentimental y endogámica que racional y liberal.

Por eso le importó poco que el candidato fuera la mejor representación del empobrecimiento humano del PSOE, además de procesado en una causa judicial que tiene al propio hermano del presidente como protagonista.

Cuando fue elegido secretario general del PSOE, lo okupó de la misma forma y con la misma intensidad con la que Trump lo hizo con el noble Partido Republicano. Así aprovechó la convocatoria de las últimas elecciones generales, precedidas de otro desastroso resultado electoral en las elecciones autonómicas y municipales, para hacer una limpia estalinista en las listas al Congreso y el Senado. Y una vez instalado en el Gobierno, gracias a los pactos ignominiosos con Puigdemont y Bildu, fue instalando a su banda en las comunidades autónomas. Él no piensa en la posibilidad remota de victoria en Madrid con Óscar López, maestro en victorias umbrosas y derrotas electorales, o en Andalucía con Montero, que representa lo que los andaluces rechazan, sobre todo los privilegios a los independentistas catalanes que la debilidad y la indignidad del Gobierno ha concedido, agravando la situación cuando intentan comprarles, olvidando que en Andalucía nació aquella contestación famosa cuando un señorito de los de antes quiso comprar los votos de los trabajadores de su finca: «Señorito, en mi hambre mando yo».

No le importaba que pudiera suceder lo que hemos visto en Extremadura, solo pensó, como siempre en su vida, en ampliar su dominio y en que el resultado de Vox en las comunidades le impulse en las elecciones generales próximas. Mientras corría la propaganda extendida por amanuenses, Sánchez sabía quiénes eran sus socios y que, sin embargo, su salvavidas era y es Vox.

Ahora bien, el comportamiento de Sánchez es más peligroso por el silencio cobarde de todos los demás. Es inadmisible que nadie levante la voz, que diga alto y claro que ya han llegado al final del camino, que la carrera a ninguna parte ha terminado como tenía que terminar: lamentablemente para el PSOE y para España.

Vaya por delante que no caeré en considerar a Sánchez el único origen de todos los males, porque ese apriorismo evitaría que los socialistas hicieran un diagnóstico acertado y pudieran dar con las soluciones correctas. Con Sánchez todo se ha hipertrofiado hasta convertirse en un gravísimo problema para la democracia española, pero él solo es el heredero de una forma de ver la política que no deja de tener origen en las entrañas de nuestra historia; basta recordar los versos tan frecuentados de Machado sobre las dos Españas u otros exquisitos y realmente dramáticos publicados por Cernuda durante su exilio posterior a la Guerra Civil en La España peregrina: «Tan solo Dios vela sobre nosotros, / árbitro inmemorial del odio eterno». Versos que me ha recordado Juan Francisco Fuentes con su libro Hambre de patria. En ese mismo libro he vuelto a reencontrarme con Max Aub, extraviado en algún cambio de domicilio, diciendo en La gallina ciega: «El español de hoy, como el de ayer, supongo que el de mañana, llevará muy alto, desplegada, negra, una bandera en la que se lea: ‘Muy lejos de nosotros la funesta manía de entendernos’».

Son bellas y doloridas palabras de quienes padecieron primero la guerra y después el exilio. Pero con brillantez la idea había sido recogida por Américo Castro y con amplia cultura y máxima erudición había sido lamentada por Menéndez Pidal. En fin, siempre esa incapacidad para distinguir entre nuestros deseos ideológicos o religiosos o identitarios y los sentimientos nacionales o los intereses generales de la nación. A lo máximo, somos patriotas a través de ideologías e instintos tribales. Somos patriotas condicionales, por lo menos hasta que perdemos todo.

Ya poco después de la aprobación de la Constitución, se vieron los primeros cortocircuitos, más intensos según se iba apagando la luz del pasado. Un ejemplo es la incomprensión del PSOE cuando los violentos y dramáticos retos de la banda terrorista ETA imponían un pacto con el PP y, sin embargo, se hacían cálculos sobre lo que costaría electoralmente el compromiso con el centro-derecha, mientras el PNV se aprovechaba de una visión benevolente de los dirigentes socialistas. También hubo irresponsabilidad extrema cuando Zapatero, presidente del Gobierno, no fue apoyado por el PP durante una crisis que amenazaba con destruir todo lo logrado, dejando el primer partido de la oposición el imprescindible campo de la responsabilidad ni más ni menos que a Durán i Lleida. En fin, uno de nuestros grandes problemas sigue siendo nuestra relación utilitaria, condicional, con nuestra nación, con España… o con mis condiciones o no hay nada que hacer.

Todos creemos que la única posibilidad en Extremadura es un pacto entre el PP y Vox. Nadie piensa que con el resultado electoral podría ser razonable un acuerdo entre el PP y el PSOE, permitiendo este último una investidura desahogada y una legislatura de reformas e impulso. Es tan improbable que suceda esto que tengo necesidad de vencer el pudor a la hora de escribir esta solución, más difícil si a ese ambiente general se une el rey del «no es no, qué palabra no entiende usted», el político que ha hecho del enfrentamiento la base de su política.

Pero en las circunstancias que han impuesto los resultados en Extremadura, si el socialismo contemporáneo en aquella comunidad tuviera responsabilidad, propondría un pacto serio y de largo alcance con los populares.

Porque sería lo mejor para Extremadura, desde luego, pero también porque sería la manera de poner punto final a una etapa desgraciada del socialismo español, comido por una ideología extrema y unas necesidades dictadas exclusivamente por Sánchez, que no permite una evolución razonable del pasado. Con todo esto quiero decir que el mayor problema de la política española ha sido la incapacidad de sus protagonistas para llegar a acuerdos políticos, dejando atrás cálculos electorales y los sentimientos eternos de odio que nos han caracterizado.

Pero todo seguirá la misma dirección hacia el desastre del PSOE, la paralización del Gobierno, el debilitamiento de las instituciones, entre pequeñas mezquindades e inercias suicidas.

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