The Objective
José Luis González Quirós

La cobardía política

«Cuando en los partidos no hay pensamiento, debate, diversidad, crítica, capilaridad social y cercanía a los problemas ciudadanos la democracia se desnaturaliza»

Opinión
La cobardía política

PSOE.

Hace tiempo que en las estimaciones de los españoles se destaca el desprestigio y la pésima imagen que tenemos de los políticos y de los partidos. Cabe pensar que la razón principal de esa desestima resida en la corrupción, en comprobar la facilidad con la que muchos se dedican a su lucro personal y se desentienden de las obligaciones que tienen con nosotros, la de representarnos dignamente y la de gestionar con eficacia y honestidad el muchísimo dinero que les confiamos a través de los impuestos, tantas veces agobiantes, que se nos imponen.

Creo, sin embargo, que hay otra razón que explica en buena medida que la política misma nos parezca algo más cercano a la mezquindad que a la grandeza, como debiera suceder y eso resulta desmoralizador, paralizante y acaba por suponer un grave peligro para la convivencia y un obstáculo formidable para que España progrese, se fortalezca y pueda ser una nación admirable y ejemplar.

Me refiero a la cobardía política de grandísima parte de los militantes de los partidos, una actitud moral que se traduce en la sumisión absoluta a la jefatura que, cuando se hace general, como sucede muy a menudo, supone convertir a los partidos en algo que nada tiene que ver con las funciones constitucionales que justifican su existencia: la participación ciudadana, el debate político y la democracia interna. Para ver los peores efectos de esta plaga civil es mucho más eficaz echar un vistazo a nuestros fuerzas políticas que unos cuantos renglones de teoría.

Se trata de un mal muy general y pondré ejemplos de todos los colores, pero empezaré por los más hirientes. Los partidos en los que la cobardía interna se entroniza acaban siempre, a la larga, perdiendo votos, pero, por el camino, pueden ocasionar daños muy graves que cuesta mucho tiempo reparar. La cobardía de buena parte de la militancia del PP cuando Rajoy expulsó a conservadores y liberales le supuso a ese partido una pérdida de millones de votos de la que está por ver que acabe de recuperarse.

El PSOE de Pedro Sánchez es ahora mismo un partido de súbditos en el que un líder incontestado, que se presenta como la encarnación del Bien político absoluto, mantiene férreamente sometido a un partido con la ayuda de una serie de centuriones que se imponen por la fuerza en cualquier situación y acallan la voz de las otrora poderosas federaciones territoriales. La cobardía política de gran parte de su militancia ha hecho del PSOE, que no hace mucho podía presumir de pluralismo, democracia interna y debate político, una caricatura de sí mismo que no sólo ha dejado hace tiempo de ser obrero y español y se resigna a ser un (P)edrismo (S)eparatista que es lo que mejor representan ahora las dos primeras letras de su nombre. El PSOE se hunde a ojos vistas mientras intenta vanamente salvar el futuro de su presidente y el de algunos avispados que tratan de prolongar cuanto puedan los beneficios de que disfrutan.

«Los partidos entendidos a la manera que ahora rige en el PSOE o en Vox se convierten en instrumentos inútiles para la democracia»

En otro sector del espectro, el caso de Vox es paradigmático porque es un partido que, hacia afuera, presume de bravura, pero castiga sistemáticamente cualquier mínima diferencia interna o cualquier desobediencia, lo que se traduce en que sólo hay oportunidades para los muy sumisos ante el botín que imaginan promoviendo exactamente lo contrario de lo que predican. Uno de los más notorios y esforzados de sus fundadores acaba de ser expulsado de la ejecutiva nacional haciendo uso del inaudito privilegio estatutario que permite al presidente despedir a cualquiera que no sea de su coyuntural agrado, pero lo más divertido es que Abascal criticó en su momento  a los partidos por ser «instituciones muy poco democráticas» en las que «el líder coloca a todos, determina las listas», de modo que «todos deben al líder su sueldo, su sustento» juicios que ahora son un autorretrato hiperrealista de lo que es y hace ese partido.

Es fácil entender que los partidos entendidos a la manera que ahora rige en el PSOE o en Vox se convierten en instrumentos inútiles para fortalecer la libertad política, la participación y la democracia misma ya que la mansedumbre cobarde y el egoísmo de sus militantes los han reducido a coros de adulación de sus jefes que cumplen a la perfección aquel consejo absolutista que rezaba «lejos de nosotros la manía funesta de pensar».   Cuando en los partidos no hay pensamiento, debate, diversidad, crítica, capilaridad social y cercanía a los problemas ciudadanos la democracia se desnaturaliza y se reduce a una lucha descarnada entre facciones sin especial beneficio para los ciudadanos.

Esta desnaturalización de los partidos, aparte de ser una tentación sistémica en cualquier situación, basta con pensar en lo que Trump ha hecho con el Partido Republicano, tiene, en nuestro caso, unas claras raíces históricas. El éxito que ha obtenido la cobardía política generalizada en las organizaciones de los partidos españoles es, además de una consecuencia histórica de la escasa cultura civil y democrática que hemos heredado, una conducta impuesta desde las direcciones al estimar que la unidad y disciplina férrea de cada partido es una condición necesaria para el triunfo electoral.

Esta estrategia autoritaria se ha impuesto con facilidad, especialmente en la derecha, como consecuencia de una interpretación incorrecta del fracaso político que supuso la desaparición de UCD. Se quiso ver que la falta de unidad política y las fuertes discrepancias internas fueron las causas de su desaparición, olvidando que el guion político de la transición, que Suárez siguió con fidelidad, obligaba al triunfo del PSOE para legitimar y estabilizar la monarquía y el sistema democrático mismo. Una lectura política bastante desafortunada ha llevado a considerar que el pluralismo interno en los partidos implica desunión y que los electores castigan a las fuerzas políticas que no saben ser disciplinadas y coherentes, prejuicio que ha tenido mucha influencia en el desarrollo posterior de todos los partidos.

«El aprecio al partido se torna en fidelidad perruna a las ocurrencias y decisiones de sus dirigentes»

El llamado patriotismo de partido se ha convertido con frecuencia en lo contrario de cualquier patriotismo verdadero. El aprecio al partido deja con facilidad de ser una fidelidad explicable a sus ideas morales y se torna en fidelidad perruna a las ocurrencias y decisiones de sus dirigentes. Esa actitud mansa se traduce en el miedo a pensar por cuenta propia y en la disposición a fortalecer el muro que siempre existe entre la conveniencia de unos pocos y el provecho común, de manera que el egoísmo se acaba viviendo como la fórmula de la felicidad social universal y el servicio a la disciplina exigida en la única forma válida de ser valiente y consecuente.

Al final se olvida que se va a un partido, o se debiera ir, en realidad, a contribuir a que sea un instrumento de participación y debate al servicio de todos los ciudadanos, pero desgraciadamente se puede llegar a pensar que cumplir los deseos y las consignas de quienes dirigen el partido es la única forma razonable de hacer política. El individuo se confunde con el colectivo a que sirve y se hace ciego para ver las ocasiones en las que el partido se corrompe y deja de ser lo que tendría que ser para acabar por reducirse a un búnker de intereses que sólo es capaz de pensar en cómo hacerse con el poder y en agarrarse a él como si fuera lo único que importa en la vida.

La moral de resistencia puede inducir en los contagiados sueños de valor y de heroísmo, pero sirve, sobre todo, para ocultar la cobardía política que impide pensar con claridad, ser coherente y para olvidar que quien se abandona incondicionalmente al juicio de otro está muy lejos de ser otra cosa que un esclavo que cobardemente no se atreve a librarse de las cadenas con las que cree estarse adornando. Ya lo dijo con su voz poderosa y enorme claridad el griego Pericles, la libertad es para los valientes, los cobardes tienen que resignarse con pensar que aceptan el deshonor para conseguir un premio, pero a la manera inmortal de Churchill hay que decir que, al final, quedarán deshonrados por su actitud y por su fracaso.

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