The Objective
Ricardo Dudda

El momento Trudeau de Pedro Sánchez

«Sánchez no es capaz de ofrecer nada más resistencia. Pero si hace años ésta podía parecer la defensa de un proyecto, hoy es explícitamente una resistencia individual»

Opinión
El momento Trudeau de Pedro Sánchez

El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau (i) y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d). | A. Pérez Meca (Europa Press)

Hace un año, a finales de 2024, el primer ministro canadiense Justin Trudeau, que llegó al poder en 2015, anunció que se volvería a presentar a las elecciones de octubre de 2025. Las encuestas de su Gobierno estaban por los suelos: un 67% de canadienses quería que dimitiera, y solo un 19% deseaba que se quedara. Su Partido Liberal, además, estaba en crisis y la disidencia interna estaba descontrolada. El 6 de enero, finalmente, abandonó el cargo. Como escribió el periodista canadiense Luke Savage en un artículo tras su dimisión, «tras nueve años en el poder, la preferencia de los liberales por hacer gestos ante la injusticia social en lugar de abordarla realmente ha perdido cada vez más fuerza entre un electorado que paga alquileres exorbitantes y hace cola en los bancos de alimentos en cifras récord». Me recuerda a algo. Y a alguien.

Cuando en 2018 Pedro Sánchez llegó a la presidencia del Gobierno, los medios canadienses hablaron de que España entraba en un «momento Trudeau». Los medios españoles también se obsesionaron con la comparación: ambos eran guapos, jóvenes, progresistas, crearon gobiernos paritarios. Eran los presidentes de los gestos, los símbolos, del cambio cultural. Sánchez quería ser Trudeau. Le copió incluso sus estrategias de marketing. Hoy, está en una situación parecida (aunque mucho más grave) a la del presidente canadiense en los meses previos a su dimisión: está claro que no puede seguir gobernando, pero se aferra al cargo con un celo obsesivo y cínico. 

«Hoy quien resiste es el ciudadano agotado y empobrecido, víctima de un ‘resistente’ vanidoso que se aferra al poder por el poder»

Hoy Sánchez, según las encuestas, tiene una valoración popular de 2,6 sobre 10. El PSOE ha sufrido una derrota espectacular en Extremadura. Posiblemente le ocurra algo parecido en Andalucía (y en menor medida en Aragón). En ninguna de las encuestas aparece la posibilidad de volver a gobernar en coalición, mientras que la suma PP y Vox lo haría holgadamente. El partido está sangrando internamente, demoscópicamente y mediáticamente.

La lógica que dice que anticipar las elecciones es «suicidarse por miedo a morir» como escribía Pablo Batalla en El País, ya no la compra nadie, o al menos nadie que crea en la democracia liberal (Batalla claramente no es de ellos). En ninguno de esos análisis (cada vez más minoritarios) aparecen la corrupción o los casos de abusos sexuales; el desencanto es antisanchismo y el antisanchismo es casi una enfermedad moral. Los que decían hace una década que «la política no solo consiste en votar cada 4 años» ahora gritan a los cuatro vientos lo contrario: te aguantas, que aún queda un año y medio hasta las elecciones.

 «¿Quién habla de victoria? Resistir es todo», escribió Rilke. Sánchez no es capaz de ofrecer nada más que eso: resistencia. Pero si hace años esa resistencia podía parecer la defensa de un proyecto político transformador (al menos retóricamente), hoy es explícitamente una resistencia individual. O, como ha escrito Daniel Gascón, el PSOE hoy es un «proyecto de salvación personal». Hoy quien resiste es el ciudadano agotado y empobrecido, víctima de un resistente vanidoso que se aferra al poder por el poder.

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