La vuelta de Dios
«Cada vez más gente encuentra en la espiritualidad respuestas a problemas relacionados con la ansiedad, la incertidumbre o el vacío existencial»

La iglesia de San Antonio de los Alemanes. | Madrid (Wine Gogh)
Se han escrito ríos de tinta sobre el nuevo auge del catolicismo o del cristianismo en la sociedad, especialmente entre los jóvenes. El nuevo álbum de Rosalía, el libro de Javier Cercas o películas como Los domingos parecen acompañar este fenómeno, todavía demasiado incipiente como para confirmarse con datos cuantitativos. No obstante, más allá del análisis sociológico, de lo que sí puedo hablar es de mi experiencia personal. He nacido en una familia que profesaba un especial rechazo hacia la religión y, de hecho, no estoy bautizado, la nomenclatura litúrgica me suena a chino, apenas sé el padrenuestro y conozco los episodios bíblicos de forma inconexa. Aunque mis padres tienen algunas creencias espirituales, yo siempre he sido especialmente escéptico respecto a cualquier
cosa que no fuera, de alguna manera, tangible o «científica». Y, sin embargo, he empezado a dudar.
Todo empezó en un momento de gran frustración personal ante una situación de la que no lograba salir. Me encontraba atrapado en un bucle. Hice entonces, como alguna vez de pequeño, la tontería de decirme para mis adentros: «Dios, si existes, ayúdame con esto». No funcionó. Fue entonces cuando me di cuenta de que, si Dios efectivamente existía, no era una especie de Papá Noel al que pedir que me echase un cable.
Si Dios existía y yo estaba atravesando esa situación, era porque me había puesto en ella por algún motivo: tal vez para aprender algo, para hacerme más fuerte. Solo después de hacer esa reflexión logré romper el bucle. Después vendrían otras cosas que me han hecho continuar explorando esta duda, pero son personales y no vienen a cuento. Lo relevante es que, fuera una conversación con Dios o un simple diálogo interior, fue la existencia de un punto de referencia trascendente lo que me ayudó, y creo que ahí se encuentra una de las claves para entender este renovado interés por la religión.
«La gente que cree suele ser capaz de sobrellevar mejor cuestiones como la muerte o la adversidad»
Vivimos en un mundo marcado por la incertidumbre y por un hedonismo que, lejos de liberarnos, ha terminado por vaciarnos. Ante el aumento de los problemas de salud mental, la respuesta dominante parece haber sido exclusivamente la atención psicológica profesional. Sin restarle importancia, porque sin duda hay afecciones que requieren ayuda experta e incluso medicación, creo que cada vez más gente encuentra en la espiritualidad respuestas a problemas relacionados con la ansiedad, la incertidumbre o el vacío existencial. No es extraño: lo trascendente suele resultar más atractivo que lo puramente patologizante. Además, la religión ofrece comunidad, apoyo mutuo y sentido de pertenencia. Me considero liberal y creo que el individuo es el sujeto central de derechos, pero eso no implica aceptar un individualismo atomista; los seres humanos somos, inevitablemente, seres sociales.
Es más, cada día valoro más la familia y, aunque sé que he tenido suerte con la mía, creo que en la mayoría de los casos es la mayor fuente de amor y seguridad que tenemos. Y creo que ahí también se halla una clave importante del retorno de la fe cristiana. El cristianismo conecta profundamente con esa idea, tengamos fe o no. Su simbología sitúa a la familia en el centro: la Virgen como madre, San José como figura paterna, Jesús como hijo. Dios encarnado en un pequeño niño, vulnerable y desamparado. Ese es también el significado de la Navidad: un tiempo de empatía, humildad y caridad hacia los más desfavorecidos. No una celebración rutinaria, sino la excusa perfecta para reencontrarnos, parar un momento y disfrutar de los nuestros, de los que están y recordar a los que no. Por eso cada vez me gusta más celebrarla y por eso este año insistí en poner el belén que pertenecía a mi bisabuela: quería que esa simbología estuviera presente.
En general, me he dado cuenta de que la gente que cree suele ser capaz de sobrellevar mejor cuestiones como la muerte o la adversidad. Y eso está bien. No se trata de anestesiar el dolor. La fe permite a muchas personas vivir con esperanza y con sentido de la trascendencia. Da igual si Dios es una entidad divina y existe el más allá o si es una invención humana para ayudarnos a vivir: me he vuelto incapaz de despreciar esa fe, porque es útil e incluso racional. Tal vez lo verdaderamente irracional sea un empirismo extremo que nos aboca al nihilismo y a la idea de que no nos queda más opción que el sufrimiento. Mucha gente siente un enorme vacío en sus vidas y cada vez más se ha dado cuenta de que ese vacío solo podía llenarlo Dios. O tal vez otra cosa. El nombre es lo de menos. Aún no puedo decir que sea creyente, pero sí puedo decir que ahora respeto y entiendo a quienes creen.