The Objective
Fernando R. Lafuente

Fin de año con Ramón

«’Cuentos de fin de año’ son 20 cuentos puro Ramón. No ya por su invención de la greguería sino por las historias y géneros que se funden en sus páginas»

Opinión
Fin de año con Ramón

El escritor y periodista Ramón Gómez de la Serna. | Europa Press

Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888-Buenos Aires, 1963) es uno de esos escritores que nunca terminan de alcanzar el lugar privilegiado, primero, que les corresponde en el vaivén tan caprichoso de la historia literaria. En esa bolsa de valores (a veces literarios y a veces no) tan discutida y estudiada. Para Ortega, Ramón formaba parte de lo más exquisito de la literatura europea. Fue cuando escribió algo semejante a que Joyce, Proust y Ramón contemplan «lupa en mano, lo microscópico de la vida». Siempre será Ramón. Uno de los tres Ramones de la literatura española. Los otros dos: Valle-Inclán y Jiménez. Fue Víctor García de la Concha quien en 1977 definiría al personaje como «la generación unipersonal de Ramón Gómez de la Serna» modelo, en más de un sentido, para la Generación del 27. Y Walter Benjamin quien escribiera una muy elogiable reseña dedicada a El circo (1917) de Ramón. 

El maestro oculto de Borges, Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1874-1952), mantuvo una estrechísima relación con el escritor madrileño, antes y durante el exilio en Buenos Aires de Ramón. Con Macedonio compartía un sentido del humor tan elegante, tan distante, tan cervantino. Si Macedonio, argentino, fue capaz de escribir: «El gaucho es un entretenimiento para los caballos», o ante una conferencia que impartió junto al artista Xul Solar en un café del Once y al que no asistió nadie: «Si falta uno más, no cabe». Ramón no le iba a la zaga cuando recomendó que «en la vida hay que ser un poco tonto, porque si no, lo son solo los demás y no te dejan nada».

Amigo de Botempelli, formaba parte de la Academia del Humor Francesa. Por no seguir, fue Ramón quien al escribir su extraordinario libro de memorias, Automoribundia (1948), qué formidable título, confesó que el manuscrito estaba escrito con tinta roja, porque él se dejaba la sangre escribiendo. «Circulo entre el circo y la muerte». Y la vida. Pero vayamos al libro que esta Nochevieja de 2025 nos convoca: Cuentos de fin de año (Cairel Ediciones, 1991, primera edición de 1947). Son 20 cuentos puro Ramón. No ya por su genial invención de la greguería = humorismo + metáfora, sino por la amalgama de historias y géneros que se funden y confunden en sus páginas. Dedicado a la Nochebuena y la Nochevieja. Del más genuino cosmopolitismo a la evocación de un casticismo madrileño que se crecía desde la lejana Buenos Aires: «Nada hay que me encante más que un libro que entre en candelero cuando los años estén a ‘último de año’ en esa querida España y en ese querido Madrid, en el que el fin de año tiene los más profundos sentimientos de intimidad».

Como adelanta en el Prólogo: «Las características de esa noche es el sentimiento que se tiene del siempre para irse de nuevo al siempre». Ramón vive la literatura, porque la literatura le construye la vida, le añade a la vida un elemento de fantasía, de ensueño, para sobrevivir. Buena parte del escenario de estos cuentos son elementos, recuerdos, hechos de su propia vida, de esas noches vividas en Madrid: despachos, comedores, tabernas, calles, jolgorio, salones, personajes. Crean una atmósfera entrañable, mágica.

No es casualidad que Ramón fuera un lector privilegiado de un libro que marcó una época, y tuvo sus secuelas en la generación del 27, como fue Realismo mágico de Franz Roh, editado en 1927 por Ediciones de la Revista de Occidente. Estos cuentos de fin de año son un festival de analogías, metáforas y greguerías: «Es el único día en que se detiene un rato el tren en que vamos»; «Si te fijas un poco, unas llamas son parejas de otras en una especie de rigodón»; «y se conocía su balcón desde la calle porque tenía el párpado caído, es decir la persiana a medio levantar perpetuamente»; contemplar la mayonesa «es el traje amarillo de los langostinos». 

«Un libro a recuperar. Un autor al que recordar una y otra vez»

Ambientes cinematográficos, o escritos con una retórica muy cercana al cine: «Las copas parecían de cristal, pero se tiraban al suelo y no se rompían, y las botellas eran muy largas y se movían hacia los comensales como por magnetismo». Bromas sobre la Academia: «De vez en cuando se acordaban de que eran académicos —llevaban lentes con cordón para que no se les cayesen— y decían algo sobre las palabras». Dickens y las Navidades futuras, en el magistral retrato del cuento Esta noche en Rusia y en el Cuento de Navidades con vidriera de colores en el que escribe: «Desde joven había sentido que esa noche se vive como un sueño alegre de muertos que sobreviven en una opción feliz» y que es la versión oscura de Mr. Scrooge y, también, un recuerdo de Capra y su personaje de ¡Qué bello es vivir!: «No has llevado al mundo ni tu risa, ni tu comprensión, ni tu asistencia», y un anticipo de La rosa púrpura de El Cairo de Woody Allen, todo en unas páginas. 

La nostalgia de Madrid en El gabán de noche, El pandero de Rosaura; la fascinación infantil en El creador de los Nacimientos. La retranca hacia el futuro en El hidalgo y el maquinista, las apariciones fantasmales y benéficas en El viejo de la barba de algodón: «Porque esta noche no importaría que el reloj se retrase un minuto… Todos viven fuera del tiempo, distraídos de los minutos y las horas», la superstición fatal en Falta una copa. La infinita tristeza de Brindis por dos viudos en el que se lee una prosa que roza la poesía hasta confundirse como «La memoria oscura se convertía en memoria luminosa»; «Toda esta noche son viudos que se abrazan»; «en la chimenea había rescoldos de antiguas reuniones». O la cita respecto al pudor navideño: «Alguien le hubiera invitado de saber que iba a estar solo, pero tenía el pudor navideño solitario que no comunica a nadie su desastre» en el cuento Ildefonso Cuadrado, con las trazas de una historia digna de Paul Auster. Lo eterno en Sin estar yo: «Sabéis —dijo— por qué es eterna la Navidad? Porque se parece a todas las que se celebraron y a todas a las que se celebrarán… Siempre es la misma».

El libro se cierra con un Epílogo: «El día 32» para advertirnos que debemos detenernos antes de arrancar la última hoja, para adentrarnos en el día 32, el día más cercano al Paraíso. Un libro a recuperar. Un autor al que recordar una y otra vez. Infinito Ramón. 

Publicidad