Pedro Sánchez en su jaula de oro
«A Sánchez le conviene la parálisis; la dirección en la que aún podría moverse —contentando a Puigdemont y compañía— se antoja contraria a sus intereses»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Durante el animado teatrillo que siguió a la difusión de los resultados de las elecciones extremeñas, los socios de Pedro Sánchez le animaron a dar un nuevo impulso a su Gobierno. Antonio Maíllo, coordinador federal de Izquierda Unida, pidió al líder socialista que sea «humilde y dialogante». Sabedor acaso de que eso es pedir un imposible, le conminó asimismo a adoptar medidas sociales que le permitan agotar la legislatura.
Y se diría que el Gobierno ha escuchado a Maíllo, si no fuera porque la promoción del llamado «escudo social» ha sido una constante durante toda esta pseudolegislatura: los escribas de la Moncloa han redactado un decreto-ley donde se elevan considerablemente las pensiones no contributivas, se exime a los desempleados de la obligación de presentar la declaración de la renta y se extiende en el tiempo la protección de los inquilinos tenidos por «vulnerables». Esta norma, que incluye como es habitual decenas de disposiciones suplementarias, habrá de ser convalidada por el Congreso; Sánchez cuenta con que ni sus socios nacionalistas ni la oposición querrán verse retratados como enemigos de las tiránicas clases pasivas.
En cualquier caso, la suave reprimenda de Maíllo retrata a un Sánchez atrapado en la jaula dorada que él mismo —empeñado en ser presidente a toda costa pese a haber perdido las elecciones— ha construido. Porque resulta desconcertante que se pida un nuevo impulso al Gobierno que ha sido incapaz de aprobar sus presupuestos y carece a todas luces de una mayoría funcional en el Congreso. ¿Qué políticas audaces puede sacar adelante un líder que solo sabe subir las prestaciones públicas incrementando la presión fiscal y plegarse a las demandas de los nacionalismos subestatales? Es verdad que el propio Sánchez anticipó que estaba dispuesto a gobernar sin el concurso del Poder Legislativo. Pero no puede mover mucho las manos quien las tiene atadas a la espalda.
Tal como tendremos ocasión de comprobar si llegan a presentarse las cuentas públicas, de hecho, la salida que tiene Sánchez conduce a un callejón sin salida. Porque solo conseguirá aprobar los presupuestos si hace nuevas concesiones a los partidos nacionalistas, intensificando así una agenda confederal que ha terminado por alienar a los ciudadanos que viven en eso que ya dan en llamarse «comunidades españolas» de España. Aunque sigue habiendo antifascistas meridionales dispuestos a sacrificar parte de su bienestar para que Cataluña tenga un cupo y jamás gobierne la derecha, algunos han empezado a reaccionar: pregunten, por ejemplo, en Almaraz. Irónicamente, a Sánchez le conviene la parálisis; la dirección en la que aún podría moverse —contentando a Puigdemont y compañía— se antoja contraria a sus intereses.
«Todo lo que ha pasado desde el 23-J impide que el 23-J pueda volver a repetirse»
Su estrategia no es precisamente un secreto: consiste en alimentar a Vox y luego llamar a los votantes de izquierda a movilizarse para preservar los «derechos sociales» (un insostenible sistema de pensiones y crecientes cotizaciones empresariales) y salvaguardar una democracia que solo parece valer cuando se vota por él o por sus socios. ¿Y por qué no podría funcionar ese plan, si ya le funcionó el 23-J? La razón es bien sencilla: todo lo que ha pasado desde el 23-J impide que el 23-J pueda volver a repetirse. Para colmo, la coalición negativa formada entonces impide que Sánchez pueda reinventarse a mitad de camino: subsidios generosos y alerta antifascista es todo lo que tiene que ofrecer. Aunque no conviene olvidar a todos esos catalanes y vascos que desean mantener vivo a su gran benefactor. ¡A ellos les va bien! Si usted es un español de segunda, mala suerte: hubiera debido nacer en otro sitio.
Pronto sabremos, en fin, qué opinan los aragoneses: permanezcan atentos a sus pantallas.