
Por amor a los taxis (I)
Al terminar el largo ritual de vestirme formalmente, ya amarrándome la corbata, me veo al espejo, saco pecho, y me repito: “soy un científico y la ciudad es mi laboratorio”. Esos suelen ser los días que cojo taxis.

Al terminar el largo ritual de vestirme formalmente, ya amarrándome la corbata, me veo al espejo, saco pecho, y me repito: “soy un científico y la ciudad es mi laboratorio”. Esos suelen ser los días que cojo taxis.

Supongo que debía ser la misma entrada anodina de la Casa dels Canonges en la calle del Bisbe. El espacio, incluso con sol, recibe en la penumbra. Primero se suben un par de peldaños. Luego a mano izquierda está la escalera que lleva hasta el piso que sirve de residencia del President de la Generalitat. Mediados del mes de junio de 1991. Milan Kučan tiene 50 años, lleva media vida dedicado a la política en Eslovenia y ahora está alojado en la parte noble del Gótico de Barcelona. Así se lo había pedido a Jordi Pujol, a quien conoce de la Asociación de Regiones de Europa. Le ha pedido sosiego. Debe decidir el futuro de su país.

“Los catalanes hemos perdido el miedo. Los eslovenos decidieron tirar adelante con todas las consecuencias. Hagamos como ellos y estemos dispuestos a todo para ser libres”. Estas palabras confirman que Torra es a la decencia lo que Valtònyc es al arte. La irresponsabilidad es de tal calibre que hasta los más exasperantes esnobs de la equidistancia han puesto el grito en el cielo. Sin embargo, los calificativos más gruesos contra el actual presidente de la Generalitat provienen de dirigentes de Esquerra Republicana, eso sí, susurrados en privado.

La confrontación es consecuencia natural de la ruptura de los diques. Lo estamos viendo en Europa, lo vemos en España. No hay revolución sin reacción. Los resultados en Andalucía anuncian grandes cambios en la política española.

No pienso como Santiago Abascal, pero le conozco, y es un hombre de derechas, sí, lo cual es legítimo. Es un conservador a quien le disgustan muchas cosas de nuestra Constitución.

Miguel Ángel Quintana Paz reflexiona sobre un posible cambio en el panorama político tras las elecciones andaluzas. De esta forma, según su opinión, estos comicios podrían marcar un antes y un después en las dinámicas que movían, hasta ahora, la política española.

Acertar una predicción política es como ganar a la ruleta: dan ganas de volverlo a intentar. Hará cosa de dos meses predije aquí mismo que al auge de Vox proseguiría de darse las cuatro condiciones que podían auparlo; esas condiciones se dieron y ese auge se produjo el domingo, en Andalucía. De modo que voy a volver a probar.

Había una vieja viñeta, publicada por The New Yorker hace ya algunos años, a la que Jimmy Carter -ahora el más veterano de los presidentes de los Estados Unidos, 93 años- le gusta referirse: un niño de corta edad mira a su padre y le dice: “Ya he decidido lo que seré cuando sea mayor: un ex presidente norteamericano”. Con el solemne funeral de estado y las exequias de George Herbert Walker Bush, el número 41 de los presidentes, Norteamérica ha rendido tributo a su propia monarquía elegida por el pueblo. Los (ex) presidentes, una vez que han pasado por la fragua donde se (re)forja su pasado y se moldean los errores de sus mandatos, suelen mantenerse en una hornacina apartidista. Pero el entierro del patriarca Bush ha tenido un peralte especial, ha habido una insistencia sostenida en comparar al último ‘estadista-soldado’ – veterano de la Segunda Guerra Mundial, obstinado en la idea del servicio público, de la misma estirpe que George Washington y Ike Eisenhower- con los alocados tiempos de la administración de Donald Trump. “Me gustaría que me recordaran -anticipó el finado en una entrevista para el Canal Historia concedida hace quince años y que se proyecta a diario en el Museo de Historia Americana de la capital federal- como alguien que ha servido a su país con honestidad y celo”.

Fue el sueño de una breve legislatura y yo recuerdo el camino hacia la Constitución de 1978 a través de un prisma bastante particular: el de quien era un periodista joven, atosigado por el momento histórico y por la responsabilidad de redactor jefe de cierre de un diario vespertino -sí, esas cosas existían- obligado a meter con calzador la mayor cantidad de noticias históricas cada día antes de las tres de la tarde, y a la vez el del hijo de uno de los senadores que estaban escribiendo aquella Constitución democrática.