
Pueblo se declina en plural
Quizá no sea el mejor momento para plantearse estas cuestiones, pero el primer día del año nos incita a mirar, con esperanza o desánimo, hacia el futuro.

Quizá no sea el mejor momento para plantearse estas cuestiones, pero el primer día del año nos incita a mirar, con esperanza o desánimo, hacia el futuro.

Antes de que enero nos catapulte al futuro con sus propósitos de comienzo de año, dejémonos juzgar por diciembre, el mes de los balances. El propósito es como una flecha que lanzamos al horizonte, que vuela por los meses y que esperamos ver, al final del recorrido, clavada en la diana. Bajar kilos, subir escalones en la carrera profesional, enderezar esa miseria recurrente que nos hace tan arduo el reflejo del espejo, la media maratón…

Hubo pelea familiar en Navidad. Un miembro de la familia, que ha vivido varios años en Barcelona, se quejó de la poca sensibilidad y empatía de los demás respecto al problema catalán. Su tesis era que nuestra actitud demostraba nuestra poca sensibilidad con las injusticias y las personas. Secuestró emocionalmente la discusión y la convirtió en una cuestión moral: si lo moral, lo bueno, era su postura, la discrepancia era inmoral. Nuestras respuestas solo eran válidas si eran para justificar su tesis, es decir, nuestra maldad. “Me entristece mucho que penséis así”. (Es alguien católico, que estuvo a punto de ser cura, y que siempre ha buscado evangelizar la familia en contra de nuestros deseos). Él se sentía obligado a hacernos despertar, a hacernos ver la verdad: cualquier oposición a esto era una prueba más de la necesidad de educarnos. Yo tenía argumentos en su contra, y he escrito y leído mucho sobre el independentismo catalán, pero era incapaz de contestarle. Buscaba un arrepentimiento.

Ángel Garó transfigurado en el brillo de los vestidos, en la purpurina de los antifaces, en los colores de las serpentinas: no esperemos más. La noche de Fin de Año es una fiesta de José Luis Moreno pero sin José Luis Moreno ni plató de televisión, es decir, sin ficciones, sin posibilidad de huir mediante el mando a distancia: la realidad persigue, acecha, y contra ella no queda más solución que soportar, resignados, su inevitable compañía. Su galería de horrores, de horrores horteras, cuya horquilla de posibilidades va desde la ropa interior de este color o del otro, una obscenidad hablar de tales temas, hasta una cadena interminable de mensajes cursis deseando lo mejor para lo que, en el mejor de los casos, seguirá más o menos igual: nada se inaugura, nada se renueva, nada cambia. Entre tanto, queda el cotillón, que no es más que una fiesta por obligación de fiesta, o sea, una felicidad impostada, programada, previsible, artificial, una felicidad por mandato, que es algo muy triste, muy pobre.

En 1990 yo tenía siete años y vi mi primera película de adultos: Pretty Woman. Luego lo hice en tantas ocasiones que llegué a aprenderme los diálogos. Pero recuerdo sobre todo esa primera vez porque me pareció una película verdaderamente emocionante. Sobre todo el final, con esa canción de Roxette que decía aquello de “It must have been love, but it’s over now” mientras una nostálgica Julia Roberts miraba a través de la ventana de una limusina y un jovencísimo Richard Gere se iba al aeropuerto, dándole vueltas a si volver o no a buscar a la princesa Vivian. Y no solo la va a buscar sino que además le compra un ramo de rosas rojas. Aún estoy viendo a Richard Gere subiendo por la escalera de incendios –Richard, seguro que si hubieras llamado al telefonillo, como una persona normal, hubiera habido ascensor– hasta que después de la proeza, con el vértigo a cuestas, llega donde su querida Vivian y todo termina fundido en uno de esos besos románticos, limpios y apasionados. Entonces, una voz en off dice “Bienvenidos a Hollywood, tierra de sueños, unos se hacen realidad y otros no. Pero sigan soñando”. Gracias por el dato, que sino aún estaría esperando a Richard Gere en mi casa sin escaleras de incendios.

Termina 2017, y con él el primer año de Trump y el último del procés; se cierra el año de las fake news o, si prefieren, de las mentiras descaradas.

El Papa Francisco ha sugerido, en una intervención en un canal italiano de televisión, que sería conveniente un cambio en la versión inglesa de la oración del Padrenuestro; concretamente, en el versículo que en español dice “Y no nos dejes caer en la tentación”. En francés, la frase tiene el mismo sentido que en español, pero en las versiones más difundidas y rezadas en el mundo anglosajón dice “lead us not into temptation” (no nos conduzcas a la tentación).

Mi abuela se levantaba muy temprano el día 25, cuando el resto del mundo aún dormía. La noche había transcurrido ruidosa: un marido, seis hijos, cuatro nueras, dos yernos, diez nietos, algunas estrecheces y tres o cuatro achaques físicos.

Hay en la historia del teatro numerosos dramas arruinados el día del estreno porque en el momento culminante de la acción, lo que debía ser grave fue percibido por el público como ridículo. Es el caso de La última noche, de Echegaray. Sólo tuvo un defensor decidido, don Marcelino Menéndez Pelayo, quizás en reconocimiento de la última noche que se corrió con Echegaray y Juanito Santa Cruz.