THE OBJECTIVE
Juan Milián

Pasión liberal-conservadora

“Yo sí quiero presidir el Partido Popular”. Y la fuerza de la audacia brilló en la oscuridad en la que se había sumido el partido tras la moción de censura. “No hay que esperar a que venga el futuro. Hay que salir a conquistarlo”. Y esa ilusión empezó a germinar en unos afiliados necesitados de escuchar que sus ideas son tan buenas que merecen ser defendidas sin complejos. En la presentación de su candidatura Pablo Casado ganó la batalla emocional. Aquel día pocos confiaban en su victoria, pero éste no era un proceso congresual como los de antes.

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“Yo sí quiero presidir el Partido Popular”. Y la fuerza de la audacia brilló en la oscuridad en la que se había sumido el partido tras la moción de censura. “No hay que esperar a que venga el futuro. Hay que salir a conquistarlo”. Y esa ilusión empezó a germinar en unos afiliados necesitados de escuchar que sus ideas son tan buenas que merecen ser defendidas sin complejos. En la presentación de su candidatura Pablo Casado ganó la batalla emocional. Aquel día pocos confiaban en su victoria, pero éste no era un proceso congresual como los de antes. Era una oportunidad para la rebelión de unas bases que, despidiendo a Rajoy con merecido afecto y agradecimiento, percibían la necesidad de abrir una nueva etapa con un líder que mostrara que se había aprendido de la experiencia.

Estamos en la democracia sentimental descrita por Arias Maldonado. Casado lo sabe y está preparado para jugar en ese campo. Puedo dar fe de ello. Llegó una hora tarde a su acto con los afiliados en Barcelona, pero poco nos importaría. “No estáis solos”. Tocó la fibra de una militancia que aún se siente como una desprotegida resistencia ante un nacionalismo autoritario. El gobierno del Partido Popular había frenado el golpe de Puigdemont evitando el conflicto civil que algún gurú separatista deseaba, pero la angustia seguía -y sigue- en el corazón de los constitucionalistas catalanes. “Hacía tiempo que no sentía algo así” era el comentario más escuchado al finalizar el acto. La sensación era de orgullo, pero, también, de liberación. “Ya era hora de que alguien lo dijera”. Algo así sintieron muchos compromisarios el sábado por la mañana cuando Casado subió al atril del Hotel Auditorium de Madrid para sudar pasión por las ideas que hicieron del PP la casa común del centro-derecha español.

No era sentimentalismo vacuo, ni la populista emoción adversativa. Eran emociones al servicio de buenas ideas: las de una síntesis actualizada del liberalismo y el conservadurismo. Formuló un proyecto sugestivo. A la defensa de la buena gestión le sumó un horizonte hacia el que caminar unidos. Había sed de ello. Escribió James Buchanan que los liberales “no nos hemos preocupado por salvar el alma del liberalismo clásico. Los libros y las ideas son necesarios, pero no son suficientes, por su propia cuenta, para asegurar la viabilidad de nuestra filosofía. No, el problema está en la presentación de las ideas”. Casado hizo de ellas una gran promoción, siendo un buen inicio para fertilizar el campo de la derecha del futuro. Hay liderazgo y ahora toca formar equipos, integrando a los mejores y sacando recursos de debajo de las piedras. Fortalecer la cultura de la libertad no es gratis, pero bajar los brazos ante sus adversarios tiene un coste inasumible para la democracia. “Ser padres del porvenir”, ésa fue la unamuniana petición de Casado a los afiliados del Partido Popular minutos antes de ser elegido su presidente.

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