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Ferran Caballero

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«Romper con Vox le tenía que servir al PP para defender sin tantos complejos sus propios valores y principios, mucho más moderados, mucho más centrados y muchos más razonables, seguro, que los de la derecha desacomplejada»

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zipi | EFE

Romper con Vox le tenía que servir al PP para defender sin tantos complejos sus propios valores y principios, mucho más moderados, mucho más centrados y muchos más razonables, seguro, que los de la derecha desacomplejada. Le tenía que servir al PP para que sacar empaque, digamos, frente a quienes les acusan de tibios a su derecha y a quienes les acusan, a su izquierda, de haber salido muy mal en la foto de Colón. Pero toda estrategia basada en quedar bien con el rival está condenada al fracaso. Incluso, sí, en estos tiempos pandémicos, que hace tiempo que hacen muy pero que muy urgente la unidad nacional, aunque sólo fuese para quedar bien ante el buen samaritano europeo.

Al PP no le puede ir bien nada que dependa de la buena fe de sus adversarios, claro. Pero es que tampoco parece que le vaya muy bien depender de la suya propia. Será por eso a lo que vamos llamando la batalla cultural y que depende no sólo de tener ganas de dar batalla sino de tener una cultura propia (como si se fuese, qué sé yo, una nacionalidad histórica) que defender. Al PP le falta eso porque la que se llevó Vox ya ha dicho que no quiere verla ni en pintura y porque la que le defendió Cayetana pues tampoco. Y allí y mientras no encuentra mejores principios, se ha empeñado, ni más ni menos, en batallar con la izquierda por la bandera del feminismo[contexto id=»381727″].

Lo hacía hace días en el Senado, por ejemplo, echándole en cara a la minstrísima de igualdad las machistadas de su maromo en el caso de la tarjeta SIM y Dina, insistiendo en el absurdo agravante de género porque todo lo demás le debe de parecer poca cosa. Y lo hacía hace nada en las redes, acusando de machista a Fernando Simón por algo que dijo sobre de unas enfermeras de su juventud. Simón se ha disculpado frente a cualquiera que se haya podido ofender, que es nadie o casi nadie porque esto no va ni ha ido nunca de lo muy ofensivo e intolerable que resulta el (micro)machismo sino de lo muy ofensivo e intolerable que resulta la (micro)derecha.

Esta estrategia no funciona ni cuando funciona, ni cuando logra, digamos, señalar la hipocresía de los más feministas del mundo, porque todo el mundo sabe que en esta batalla política todo va de feminismo menos el feminismo, que va del poder. Del poder de señalar quién es machista y quién feminista, que para eso se montaron un ministerio, y del poder de señalar y de excluir (¡de la ley!, llegó a decir la ministra del rango) a quienes el poder decida en cada momento. Por eso los machistas de izquierdas no son machistas, por la misma razón que las mujeres de derechas no son mujeres. Por eso cada vez que el PP centra sus críticas en el supuesto machismo de los líderes de Podemos está admitiendo que no hay ningún tema tan serio ni tan grave como este: está comprando la más innoble excusa del gobierno y demostrando, al mismo tiempo, que ya no cree tener nada de lo que presumir. 

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