THE OBJECTIVE
Jordi Amat

República en llamas

¿Este antidisturbios, cuyo uniforme lo asemeja más a un superhéroe indestructible que a un gendarme comme il faut, piensa lo mismo que Nicolas Sarkozy? Otra noche de desalojo. Una más. Y no se van. Mientras el policía contempla las llamas (de un coche, de un contenedor, yo qué sé), ¿piensa también que los tipos de la Plaza de la República son unos descerebrados?

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República en llamas

¿Este antidisturbios, cuyo uniforme lo asemeja más a un superhéroe indestructible que a un gendarme comme il faut, piensa lo mismo que Nicolas Sarkozy? Otra noche de desalojo. Una más. Y no se van. Mientras el policía contempla las llamas (de un coche, de un contenedor, yo qué sé), ¿piensa también que los tipos de la Plaza de la República son unos descerebrados?

En la fotografía que el diario Le Monde colgó en su cuenta de twitter para ilustrar este titular, el expresidente se apretaba con el dedo su sien. Traje, corbata, gemelos, diría que una insignia en el ojal de la americana, y el dedo en la sien. La imagen de la rueda de prensa servía para reforzar lo contundente de las declaraciones de Sarkozy: los tipejos del NuitDebout no tienen nada en el cerebro. Su condena, que es una comprensible reacción de preservación de lo establecido, es una interpretación a la defensiva que, entre otras cosas, activa un recuerdo más o menos reciente en nuestra memoria patria. Es perfectamente intercambiable con lo que hace cinco años escuchábamos aquí. El establishment fue un coro sin una sola voz que desafinase. Quienes alteraban el orden en el corazón de la vida urbana –la plaza- eran caracterizados, desde la cordura, como perturbadores del sistema. Lo eran. Pero es que lo eran a conciencia. Y el sistema, ante la ocupación del espacio público, debía blindar lo que en teoría es común.

¡Qué los desalojen!

Pero este razonamiento no resuelve la aporía planteada por el 15M y sus movimientos replicantes, incluido ahora el francés. Porque si bien es cierto que es obligación del sistema preservar el orden público para todos (y así se lo exigimos), no es menos verdad que dicha defensa ha actuado, de facto, como el blindaje de un sistema que, por circunstancias múltiples (globales y complejas) no ha podido seguir cumpliendo con el contracto fundacional que había establecido con sus sociedades respectivas, incapaz de taponar así el escape de la desigualdad. Se han afianzado dos planos de la realidad política, los dos reales, sin que se allá dado con la fórmula para su convergencia, ensanchando así la distancia entre uno y otro. Dicho ensanchamiento ha creado las condiciones óptimas para la inoculación del populismo. Pero constatar esa dinámica, tóxica e inevitable, no justifica identificar al ocasional pirómano de la Plaza de la República de París con un loco. Porque así no se comprende nada. Ni se apagará el fuego.

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