THE OBJECTIVE
Fernando L. Quintela

Señora, no mire usted a su alrededor

Hay dos formas de vivir: apasionadamente o dejando los días pasar. Eso para los que tenemos capacidad de elección aunque sea pasajera. Yo soy de los que decidí vivir, al menos hasta mis 47 años, de forma intensa y apasionada.

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Señora, no mire usted a su alrededor

Hay dos formas de vivir: apasionadamente o dejando los días pasar. Eso para los que tenemos capacidad de elección aunque sea pasajera. Yo soy de los que decidí vivir, al menos hasta mis 47 años, de forma intensa y apasionada.

Cuando era pequeño le dabe mucho al coco, como es normal, pero tenía una fijación cuando me paraba a pensar en mi futuro. Salía al recreo, en Ferrol, y tenía una manía que se repetía, no voy a decir todos los días, pero sí la mayoría: me iba al Casino ferrolano de la Calle Real a ver cómo los ancianos jugaban a las cartas o al dominó. Lo hacía a distancia, sin invadirles, y por mi cabeza sólo pasaba este deseo: “quiero ser mayor, como ellos; quiero que haya pasado la vida y encontrarme cómodamente sentado y sin preocupaciones”. O eso creía, porque lo que esos mayores tenían que haber vivido seguramente no fue sencillo. Hoy, todo aquello tiene una explicación psicológica en que todas las piezas encajan, pero no tengo espacio para contarlo.

Hay dos formas de vivir: apasionadamente o dejando los días pasar. Eso para los que tenemos capacidad de elección aunque sea pasajera. Yo soy de los que decidí vivir, al menos hasta mis 47 años, de forma intensa y apasionada. Y no tiene pinta de que vaya a cambiar, aunque la crisis me haya ralentizado en muchas cosas. Y también el tener una familia que estoy empezando a formar con mi mujer me hace tener los pies sobre la tierra.

 Esta señora, que viendo el mar por primera vez a sus 100 años de edad sólo acierta a decir “está frío”, como una forma espontánea de verbalizar la sorpresa y el asombro que le tiene que haber causado esa visión de algo tan misterioso como el agua y lo que esconde. Pero lo que me gusta de esta historia es que esta mujer, que hasta ahora no había visto el mar, debe haber sido ajena a miles de las preocupaciones que nos trae la vida moderna. Habrá tenido lo suyo, seguro, pero se está librando de algo muy dañino que nos hará empobrecer como sociedad: la mala gente, los interesados, los envidiosos, los ansiosos de poder. Aquellos que son capaces de destrozar una vida sólo con palabras, aquellos que están convencidos de ser los salvadores de una parte de la humanidad, que no suele ir más allá de la suya misma. Ojalá, viéndola, esté rodeada del cariño que cualquier ser humano debe tener, de la admiración que todo ha de recibir sólo por el mero hecho de ser mayor. En la India, cuando un anciano entra en un restaurante, el resto de los comensales, le conozcan o no, se ponen en pie en señal de respeto y veneración. En España nos quejamos, “para qué habrán sacado a este viejo”. Señora, deje usted pasar los días si no van acompañados de ese calor que se merece. Vivir intensamente para después no estar arropado no vale la pena. De verdad, ¡qué le voy a contar!

Y eso que yo soy un privilegiado; tengo gente que me quiere.

 

Señora, si el agua del mar le parece fría no mire a su alrededor con más interés del que ya lo haya hecho, porque entonces querrá sumergirse en el océano y quedarse a vivir entre delfines. Los tiburones ya están en la tierra.

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