#SOSabejas
Que EEUU declare un estado de guerra cada cierto tiempo no es una novedad, aunque en esta ocasión tendrá que emplear medios bélicos diferentes a los habituales.
Que EEUU declare un estado de guerra cada cierto tiempo no es una novedad, aunque en esta ocasión tendrá que emplear medios bélicos diferentes a los habituales.
Que EEUU declare un estado de guerra cada cierto tiempo no es una novedad, aunque en esta ocasión tendrá que emplear medios bélicos diferentes a los habituales. Y es que los EEUU han decidido hacer frente a la escasez de abejas, un problema de una magnitud global, a la altura del modelo socioeconómico en que vivimos.
Aunque este problema adquiera ahora cierta relevancia mediática, éste existe desde hace muchos años. De hecho, ya hace varias décadas, algunos investigadores americanos y europeos alertaron del mismo, acuñándole incluso una denominación científica propia: el síndrome de despoblación de colonias (CCD Colony Collapse Disorder).
La reducción de colonias y poblaciones afecta a todo el conjunto de insectos polinizadores tales como abejorros, mariposas y otras muchas especies. Teniendo en cuenta que aproximadamente una tercera parte de los alimentos que consumimos son polinizados por insectos, podemos entender la magnitud real del problema. Las cifras son claras y contundentes. Según Greenpeace (“El declive de las abejas”), entre los años 1985 y 2005, las poblaciones de abejas disminuyeron en Europa en torno a un 25%, mientras que las de abejorros en un 46%, estando varios grupos de estas especies en peligro real de extinción. Las cifras publicadas por la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA) no son más positivas, estimando de hecho una reducción de la población de mariposas del 50% aproximadamente durante las dos últimas décadas.
Aunque el problema es grave en su conjunto, adquiere un matiz más extremo en el caso de las abejas. Su reducción cuantitativa transciende (y mucho) al sector apícola. De hecho, en EEUU la voz de alarma la han dado los productores de almendras en California (principal exportador mundial) por la cuantiosa reducción de sus volúmenes de producción durante los últimos años. Se estima que el 70% de las principales especies de cultivos (de las que depende el ±90% de la alimentación mundial) son polinizados directamente gracias a las abejas. Greenpeace (#SOSabejas), en un intento por ofrecer cifras concretas, estima que el valor económico de la labor de polinización de las abejas podría estar en torno a los 265.000 millones de euros anuales a nivel mundial.
Entre las posibles causas de esta reducción de las colonias de abejas estarían la mala nutrición y la pérdida de hábitats, el desarrollo de modelos de agricultura industrializada (como los monocultivos), el uso masivo de pesticidas, la introducción de especies vegetales y animales invasoras, junto a las consecuencias derivadas del cambio climático (variaciones anormales de temperaturas y períodos de floración). Existen ya un gran número de estudios científicos que han determinado una relación directa entre algunos de estos factores y una reducción cuantitativa de ciertas poblaciones de abejas. Sin embargo, la pérdida acelerada de los últimos años se debe probablemente a una convergencia simultánea de todos estos factores teniendo en cuenta tanto su evolución temporal como su propia interacción mutua, tal y como apunta el científico de la Universidad de Maryland (EEUU) Dennis vanEngelsdorp.
EEUU llega un poco tarde al problema, después de que Europa haya empezado a tomar medidas concretas y haya prohibido el uso de ciertos pesticidas como la Clotianidina, el Tiemetoxam, el Imidacloprid y el Fipronil. Sin embargo, algunas de estas prohibiciones son solamente parciales y temporales, a la espera de cierta regeneración en estas poblaciones.
Las alternativas para encarar el problema son principalmente dos. Por una parte, la ofrecida por ciertos sectores industriales de sustituir artificialmente la función de las abejas. Esta alternativa reincidiría en el actual modelo agrícola industrial de grandes monopolios, justo el mismo que está llevando el problema a unos extremos insostenibles. La segunda alternativa es la apuesta por modelos de agricultura ecológica y el restablecimiento del equilibrio natural precedente. Esta es la opción ideal, aunque va en contra de los intereses de las grandes corporaciones.
Mientras tanto, ya se esperan las consecuencias derivadas de toda esta problemática, entre ellas un encarecimiento de ciertos productos y la previsible modificación de nuestra pirámide alimenticia.