THE OBJECTIVE
Andrea Mármol

Tentación en la encrucijada

Cualquiera que haya sufrido el siempre doloroso trastazo de la desilusión ante algún proyecto personal venido a menos comprende con facilidad que la resignación llega cuando las cosas se tuercen. Lo que uno creía indisculpable en la persona amada lo perdona y lo olvida y lo soslaya en virtud de alargar ese estoico sendero recorrido en común. Aplazamos las copas con los amigos que antes habían sido cómplices y discretos compañeros del pecado feliz y ahora sólo traen tedio y rencor y echan a perder unos ratos que antes llenaban de júbilo. La lenta construcción del nicho como la negación de una defunción.

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Tentación en la encrucijada

Cualquiera que haya sufrido el siempre doloroso trastazo de la desilusión ante algún proyecto personal venido a menos comprende con facilidad que la resignación llega cuando las cosas se tuercen. Lo que uno creía indisculpable en la persona amada lo perdona y lo olvida y lo soslaya en virtud de alargar ese estoico sendero recorrido en común. Aplazamos las copas con los amigos que antes habían sido cómplices y discretos compañeros del pecado feliz y ahora sólo traen tedio y rencor y echan a perder unos ratos que antes llenaban de júbilo. La lenta construcción del nicho como la negación de una defunción.

Puede que la consumación de los días mejores del PSOE haya llevado a los socialistas a claudicar de su propio proyecto político. Pocas hipótesis alternativas cabe barajar ante la deriva salvavidas que el partido parece haber adoptado. El pasado fin de semana Miquel Iceta acudió de la mano de los nacionalistas catalanes y la facción territorial de Podemos a una manifestación contra el Tribunal Constitucional. Esa alineación, lejos de suponer una incomodidad a un PSOE mermado por sus imposibles equilibrios en la cuestión territorial y que ha tenido voz y voto en la configuración del Alto Tribunal, contó con el más inmediato aval de su líder Pedro Sánchez.

 En lugar de sacar partido al hecho de que por primera vez los nacionalistas catalanes tengan escasa importancia en la formación de gobierno, el PSOE ha decidido sorprender a su incansable electorado con un giro que quiere hacer propias algunas aspiraciones independentistas de calado. La última de Sánchez, el reconocimiento de la singularidad catalana, ha necesitado del socorro de la prensa amiga para justificar que la igualdad implica dar igual trato a quienes son iguales [] Pero también dar trato diferenciado a quienes son diferentes. La territorialización de los derechos de la ciudadanía no hace sino allanar el camino a la soberanía con que los nacionalistas disfrazan la independencia. Lejos de superar al independentismo, como dicen pretender en el PSOE, la asunción del hecho diferencial en la dimensión política no supone una alternativa prudente sino la voluntad de querer liderar el proyecto que llevan años pilotando los nacionalistas. El PSC tiene experiencia en ello y Ferraz parece ignorarlo. Pero incluso si la apuesta saliera bien, no sería ese un triunfo en el haber del constitucionalismo que los socialistas abanderaban en sus días felices.

 Quizás en el ejercicio de sopesar quiénes han de encargarse de las rosas en el entierro del papel que el PSOE pretendía jugar en España esté la última voluntad del partido tal como se le conoce hasta la fecha. A juzgar por el deseo que expresaba Pablo Iglesias justo antes de provocar la nueva convocatoria electoral que precipitaría la encrucijada de Sánchez («Ojalá hubiese más socialistas cómo Miquel Iceta»), parece sencillo presumir quién podrá cantar victoria.

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