Todos somos griegos
«Hoy cada vez se hace más evidente que Europa debe al mismo tiempo, respetar y proteger su legado cultural para sobrevivir y no sucumbir a las afiladas garras del wokismo»
«Donde estoy yo, está la cultura alemana», dijo Thomas Mann a la prensa en 1938 cuando viajó a Estados Unidos. George Steiner escribió que no hay arrogancia contenida en esta frase, sino responsabilidad. Esa es la responsabilidad bien entendida de la cultura europea aunque hoy algunos hombres de la cultura se arrugan a la hora de defender su legado. Hoy cada vez se hace más evidente que Europa debe al mismo tiempo, respetar y proteger su legado cultural para sobrevivir y no sucumbir a las afiladas garras del wokismo. Biden ha hablado esta semana de las «atrocidades cometidas por los exploradores europeos» realizadas en el descubrimiento de América; se ha olvidado añadir que Europa también es la cuna de la civilización, donde nace la idea de razón y del espíritu de la filosofía.
Europa descansa en ruinas y en civilización, pero parece que el legado de Europa hoy puede ser reducido a un discurso burocrático. La importación de todas las modas de la cultura norteamericanas está propiciando el nacimiento de una nueva contracultura en Europa que intenta tirar abajo toda credencial compartida con aquellos territorios que una vez fueron conquistados, y con los que hoy nos unen, todavía, lazos de sangre y amistad. Ser europeo hoy es intentar negociar moral, intelectual y existencialmente los ideales, pretensiones de unas nuevas imposiciones culturales basadas en una utopía woke.
Los europeos descendemos simultáneamente de Atenas y de Jerusalén, de la razón y de la fe, de la tradición que trajo la democracia y la sociedad laica, y la que produjo los místicos, la santidad y también, las cruzadas, las grandes carnicerías justificadas en nombre de Dios y, después, en nombre de utopías socialistas. El mensaje de Steiner en ‘La idea de Europa’, es que Europa no solo ha devastado y causado guerras y matanzas, también ha ido impulsando la civilización, es decir, las nociones de tolerancia y coexistencia, los derechos humanos, la fiscalización de los gobiernos, la separación de poderes, el pensamiento crítico…«El europeo estácondenado, por el peso de esta doble tradición, a vivir intentando sin tregua casar a estos dos rivales que se disputan su existencia y fundan dos modelos sociales enemigos: ‘la ciudad de Sócrates y la de Isaías’».
Debemos a los poetas y a los pensadores de Europa, como Steiner, la toma de conciencia de nuestra pertenencia y de la adhesión a la cuna de la civilización. Quizás el pensamiento histórico puede ayudar a recuperar la cultura frente al detergente americano, pero de momento solo se hace un revisionismo histórico crítico, que solo muestra una cara de la historia. Los nombres de nuestras calles y nuestros monumentos recuerdan a hombres y mujeres del arte, la literatura, a filósofos y hombres de Estado, pero a cada paso que damos Europa también nos recuerda (si dejan alguna estatua en pie) nuestra doble condición, nuestra tentación por la tiranía y la barbarie. ¿Qué juicio puede hacer cualquiera de nosotros acerca de la inmensidad del legado europeo, cuando éste es a tale of two cities?
«El europeo está atrapado en la telaraña de un in memoriam a la vez luminoso y sofocante», escribe Steiner. Es precisamente este doble legado lo que los hombres de cabezas toscas no quieren entender, pues no es todo blanco o negro. Nada amenaza más la cultura europea, nada ataca más sus raíces que esta falta de entendimiento que procede de los valores uniformes americanos, tanto en lo que respecta al legado cultural como a los hombres de la cultura. Vemos que hoy una nota al pie en ‘De los carácteres nacionales’ pesa más que toda la contribución de David Hume a la historia de la filosofía occidental y su nombre figura en una larga lista de hombres de la cultura repudiados. ¿Qué clase de cultura puede sobrevivir a esta mentalidad?
Europa, como un un mausoleo brutal, va quedando sepultada por su ambigua herencia, el peso ambiguo del tiempo pasado. Y esa ambigüedad, procede de su dualidad, de esa herencia de Atenas y Jerusalén. Esta relación, a la vez conflictiva y sincrética es difícil de compaginar. Nuestra inclinación a la masacre, a la conquista, al materialismo y al egoísmo es lo que hoy genera miles de interacciones, debates e indignación progre. Sin embargo, el europeo ha generado conocimiento de una dignidad trascendente…Ahí están la música de Bach, las matemáticas, la poesía de Baudelaire y la lógica y el pensamiento especulativo de filósofos como Platón o Aristóteles, elementos adherentes a nuestra cultura. «La corriente soberana del pensamiento europeo, sobre todo en lógica y epistemología, fluye, como por compulsión misteriosa, de los presocráticos a Wittgenstein, Bergson y Heidegger, de Plotino a Spinoza y Kant», apunta Steiner, y es esa tradición del pensamiento la que hoy se ve amenazada.
Europa dirigió el pensamiento occidental hacia cuestiones universales de significado, moralidad, leyes y política, y los europeos merecemos que nuestro legado sea defendido con firmeza y sin vergüenza. Como dijo Shelley, «todos somos griegos», incluso Biden.