THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

Un actor frente al juez

Podría ser el argumento de una novela de Milan Kundera ambientada en una democracia posmoderna: un cómico interpreta un sketch en un programa satírico de televisión.

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Un actor frente al juez

Podría ser el argumento de una novela de Milan Kundera ambientada en una democracia posmoderna: un cómico interpreta un sketch en un programa satírico de televisión. La broma consiste en que se suena los mocos con una bandera e inmediatamente se arrepiente de lo que ha hecho y pide perdón, sobre todo a los chinos que venden esos trapos, dice, y luego se corrige: “no, trapos, no”. La broma es una tontería, pero genera algunas protestas. El actor pierde un contrato publicitario con una marca: al fin y al cabo, la publicidad va de eso, de asociar tu marca a una imagen con la que te identifiques y que sea positiva, claro. La cosa va a más: a través de las redes sociales, la Guardia Civil regaña al cómico. Luego le cancelan una función en una ciudad de provincias porque el teatro recibe amenazas. Desde el ayuntamiento ofrecen otro teatro para acoger la función, que se aplaza. En otra ciudad, la función no se suspende: el público recibe con aplausos al actor mientras fuera hay protestas contra él. Todo esto ha pasado estas semanas. Hay un último giro inesperado: un juez ha admitido a trámite la denuncia interpuesta por la asociación Alternativa Sindical de Policía. Al actor se le acusa de un delito de ofensas o ultraje a símbolos de España con publicidad, correspondiente al artículo 543 del Código Penal, conocido como popularmente como la ley Mordaza. El actor Dani Mateo se ha presentado ante el juez hoy como investigado en los juzgados de plaza Castilla y se ha acogido a su derecho a no declarar.

El único fin sensato para esta historia, al menos en la realidad, es la desestimación del caso. Y luego la revisión de esa ley, algo que debería haber estado entre las prioridades del gobierno de Sánchez. Debería poder contar con apoyos suficientes en la cámara para corregir las modificaciones del Código Penal que introdujo la reforma.

El problema aquí ya no es de los límites del humor, ese sintagma que en realidad es un oxímoron, sino de intentar fiscalizar a los creadores. El intermedio se equivocó retirando el sketch de su web y se equivocó al pedir perdón: como si en realidad no estuvieran haciendo un chiste. Como ha escrito el humorista Darío Adanti, de lo que se está hablando ahora ya no es de humor, sino de la libertad de creación. La moralización de las obras, por un lado, y la judicalización, por otro, solo hacen el camino más angosto y el mundo profundamente gris. Que haya artículos en el Código Penal en los que las ofensas se contemplen como delito es un rasgo que medievaliza el derecho penal, como se vio con el asunto Krahe hace unos años. Por otro lado, en estas polémicas sobre obras, chistes, canciones y novelas, lo que subyace es una infantilización de la sociedad que no puede salir de la literalidad: como si los espectadores y lectores no tuviéramos capacidad de interpretar o de cambiar de canal.

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