THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

Un asesino en campaña

«El ‘hijo del chófer’ ofrece, pues, claves para entender un presente asombroso y muchas veces inextricable. Se agradece un poco de orden en el caos consustancial a cualquier microcosmos»

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Un asesino en campaña

Víctor Fernández

La inanidad es absoluta. El casting de los aspirantes a presidir la Generalitat no podía haber sido peor. Esta campaña en medio de la desolación coronavírica evidencia una caída libre y sin fondo de la política catalana. Tanto es así que ahora mismo el mensaje más atractivo es el de pasar página cuanto antes, el de dejar atrás la roña y la ruina procesistas. No tiene más épica ni más objetivo que salvar los pocos muebles que quedan en una suerte de necesario reseteo colectivo. Quien así lo sostiene es ni más ni menos que el candidato socialista y cuestionado ministro de Sanidad durante los peores meses de una pandemia que ha matado a más de sesenta mil españoles. Así las cosas.

Sumido en este ambiente tan sugerente me animo con El hijo del chófer, de Jordi Amat, un libro de no ficción que atraviesa el país -Cataluña- desde la década de los cincuenta hasta el inicio del siglo XXI y que desmenuza algunos hitos del relato histórico de la Transición que explican en buena parte por qué nos encontramos en este alucinado lodazal que una vez se fingió oasis. Para ello se vale de la persona de Alfons Quintá. Sirviéndose del molde narrativo del maravilloso Limónov de Emmanuel Carrère, pero también reconociendo la deuda con Lëtitia o el fin de los hombres de Ivan Jablonka, El orden del día de Éric Vuillard o El impostor de Javier Cercas, Amat moldea la biografía de un periodista enfermo -asesinó a su pareja antes de suicidarse- que durante unos años tuvo cierta relevancia pública y palpó brevemente poder con la yema de los dedos.

Con agilidad y nervio, y con la lección aprendida de cómo se levanta un True Crime solvente y duradero al tiempo que apto para un público amplio, el autor repasa las vicisitudes de un hombre que destapó desde El País el caso Banca Catalana, fue el primer director de TV3, puso en marcha el juguete roto El Observador y finalmente languideció como colaborador de la prensa digital y de provincias.

Me interesan sobre todo las páginas que deconstruyen la mitología oficial y que rastrean en las alcantarillas, o sea en los despachos, donde con aplicación impune amasaron el poder unos pocos que acabaron convirtiéndose en los de siempre. Amat, sin ir más lejos, sintetiza en un párrafo eléctrico el pecado original de Jordi Pujol: el fraude fiscal sistemático al que se dedicó el padre de este, Florenci Pujol, y que sirvió para comprar Banca Catalana. Justo es decir que el cambalache picaresco del bueno de Florenci y su inquietante socio David Tenenbaum se describe con precisión en la primera parte de la biografía sobre Pujol que escribieron Manuel Trallero y Josep Guixà.

Junto a los oscuros mecanismos financieros que utilizó una burguesía acostumbrada a la delincuencia económica durante el franquismo (incluso el escritor Josep Pla tuvo su cuenta en Suiza), el hilo biográfico de Quintà coincide con la construcción de TV3 como fiel reflejo del mito nacionalista de un pueblo aseado, inteligente y plenamente europeo que nada tiene que ver con esos cabreros insidiosos y asediantes que les han tocado de vecinos. La televisión pública catalana, ciertamente, nació moderna, entretenida y presentable. Sin embargo, su pronta utilización interesada la convirtió en el actual espectáculo bochornoso (en eso es tan española como el resto de cadenas) con el amarillismo estridente de Pilar Rahola  y cuatro graciosos oficiales choteándose en pantalla de los bárbaros españoles. La decadencia catalana en versión catódica.

El hijo del chófer ofrece, pues, claves para entender un presente asombroso y muchas veces inextricable. Se agradece un poco de orden en el caos consustancial a cualquier  microcosmos, por muy tribal que este sea. Y además es agradable que el esfuerzo unido al talento consiga un reconocimiento social como el que está cosechando este libro, que me ha ayudado a soportar la idiocia electoral generalizada.

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