THE OBJECTIVE
Paco Reyero

Un nuevo orden urgente, encubierto y a empujones

«Hubo peticiones para retirar del diario de sesiones expresiones clarificadoras, pero lo que no pudieron reflejar los académicos y esforzados estenotipistas fue la línea invisible que se pintaba en la Cámara: aquí el nuevo orden de 2020 y más allá los restos del 78»

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Un nuevo orden urgente, encubierto y a empujones

La primera parte del procedimiento parlamentario de investidura (una melé) sirvió para que Pedro Sánchez, que lleva pegado al esternón a un viajante, definiera a los legítimos demócratas y expulsara de este momento de quiebra a los que no lo son. Sus nuevos aliados, los independentistas de ERC y Bildu, invitados a la fiesta por los camaradas de Podemos, a los que agradeció expresamente sus votos, vinieron a explicar su honradez de buenas personas. Se explicaron y explicaron cuán errada ha estado la democracia española durante los últimos cuarenta años, confundiéndolos con belicosos antisistema, xenófobos o sencillos terroristas.  

Hubo peticiones para retirar del diario de Sesiones expresiones clarificadoras, pero lo que no pudieron reflejar los académicos y esforzados estenotipistas fue la línea invisible que se pintaba en la Cámara: aquí el nuevo orden de 2020 y más allá los restos del 78. “Necesitamos una derecha civilizada”, que explicaba Gabriel Rufián fuera del Hemiciclo, renacido para el pueblo español, según se supone.   

En su banco, Sánchez permanecía atento o asentía, mientras la portavoz de los aberchales, Mertxe Aizpurua, una estadista impertérrita, negaba la legitimidad del sistema desde la misma tribuna en la que se expresaba. “Es el último tren a la última estación, no lo pierdan”, acabó advirtiéndole al presidente, a Sánchez, que es como el Maquinista de la General, dispuesto a viajar hasta Hendaya y entrar en todos los túneles

Pablo Casado, como atado al banco por una manos invisibles, se excedió con un muestrario de muecas y líneas de diálogo de película muda. Claro, el presidente del PP escuchaba asuntos extraordinarios de boca de la portavoz de Bildu:  “(…)Las viejas naciones sin Estado de Euskal Herria, Galicia y Cataluña”, “(…) No se podrá formar gobierno sin contar con los independentistas”, “sin la agenda democratizadora del soberanismo”, (sin levantar) “La venganza carcelaria”, “La crueldad extrema”, “La vulneración de los derechos humanos” (por parte del Estado español). 

Ciudadanos y el PP esgrimieron el Reglamento del Congreso. Y con el Reglamento en la mano, la presidenta, de ir al capítulo octavo, encuentra un caudaloso instrumento para reinstaurar la mesura y ensalzar la expresión legítimimamente democrática. El ciudadano Edmundo Bal se fue al pasillo para hablar del artículo 103; en el 101 se puede incluso suspender, temporalmente, a los diputados que porten armas. Hasta ese improbable extremo está contemplado en las reglas de la Cámara. Pero la presidenta del Congreso, la señora Batet, es una efigie implacable al servicio del criterio de Sánchez. Esta orden sanchista la ejecutó ejemplarmente la portavoz socialista, Adriana Lastra, que no consideró en nada la intervención de Bildu ni tuvo reparo ante la de ERC, de la jornada anterior. El horror ya había sido definido y los independendistas no estaban en él. Desde Ciudadanos hasta el más allá, tierra de cactus. Lastra señaló a la derecha y la culpó de los males del mundo: “Su grupo y sus socios son un peligro para las mujeres”, “me conocen muy poquito” (si creen que me voy a amilanar), “ustedes han creado a los trabajadores pobres”, “la derecha democrática ha participado en la creación del monstruo”, “hay que defenderse de gente como Vox”, “son ralea que volverán al vertedero de la Historia”. 

Al final del número congresual, número de barracas y talanqueras, llegó la votación, anticipo del borbotón del martes 7 de enero de 2020. Fueron 166 a favor de Pedro Sánchez, 165 en contra y 18 abstenciones.  

El presidente necesita un buen puñado de abstenciones y sus prestamistas, ERC y Bildu, las han acordado por un “módico” precio (a definir). 

Es cierto que no hay quien pueda prometer con más generosidad que aquel que no tiene intención de cumplir. Pero es exigua esperanza confiar en que lo mejor del presidente es que no cumplirá. Como hasta ahora ha acostumbrado. 

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