THE OBJECTIVE
Jon Navascues

Yo controlo

Cuando acabe el partido y su resaca pase, los efectos se desvanecerán. Acabaré volviendo a la realidad, la agotadora realidad. Una que no controlo.

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Yo controlo

Cuando acabe el partido y su resaca pase, los efectos se desvanecerán. Acabaré volviendo a la realidad, la agotadora realidad. Una que no controlo.

Ya está aquí. Queda menos de una semana para el partido más esperado. Una oportunidad fantástica para despejar la mente de tanta desolación que nos rodea. La oportunidad para aparcar las bombas, las tarjetas negras, el ébola… La verdad es que estoy saturado de tanta sobreinformación, tanta muerte, tanto peligro… No soy capaz de aguantar las 24 horas tan indignado e impotente como debería, lo siento. Es agotador esto de mirar. Necesito evadirme. Necesito opio, por favor.

Entramos en la semana del clásico. Ya noto cómo me hace efecto, cómo desaparece la ansiedad. Los colores de mi equipo se apoderan de los pensamientos. El escudo guía todos mis instintos. Los problemas se desvanecen sin ningún esfuerzo. No existe el mundo. Solo yo y el fútbol, la felicidad. Mataría por una entrada, aunque fuera en la última fila. Solo pienso en el partido, en nada más. Colocarme enfrente de la tele. Mi resultado me da igual.

Me lo imagino. 90 minutos de éxtasis. Ni un segundo de tregua, de calma. Puro frenesí. Once contra once, un balón y absolutamente nada que incordie mi bienestar. Quiero disfrutar del momento. Del placer. Suárez debutará y puede que el todo el Bernabéu al unísono pite al mayor goleador de la historia de la Liga, para regodeo de un Tebas que contemplará la escena con una sonrisa de suficiencia mientras acaricia el lomo de su gato. Ríos de ‘polémica’, horas de dispersión. Justo lo que necesito.

Pero cuando acabe el partido y su resaca pase, los efectos se desvanecerán. Acabaré volviendo a la realidad, la agotadora realidad. Una que no controlo. Todo volverá a ser lo suficientemente nítido en mi cabeza como para ver de nuevo la oscuridad. Las guerras, el hambre, los corruptos, los virus, Jordi Hurtado… todo seguirá ahí. No queda otra que resignarse. Al menos, aunque no pueda cambiar el mundo, el mío estará bajo control siempre que haya fútbol.

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