Un Murillo secreto
¿Existe un Murillo secreto? ¿Una cara desconocida del famoso pintor de ángeles e Inmaculadas? El artista que conforma la iconografía amable de la Contrarreforma, ¿tiene también un lado revolucionario y rompedor?
¿Existe un Murillo secreto? ¿Una cara desconocida del famoso pintor de ángeles e Inmaculadas? El artista que conforma la iconografía amable de la Contrarreforma, ¿tiene también un lado revolucionario y rompedor? Sobre Bartolomé Esteban Murillo, nacido el último día de diciembre de 1617 y del que este año se celebra el cuarto centenario de su nacimiento, pesa aún un repertorio de clichés que lo encasillan como un artista blando, beato y cursi. Ahí están las décadas de repetición y de falseamiento de su pintura en banales estampitas de santos, en almanaques y en cajas de membrillos. Un Murillo atrapado en el kitsch religioso de los tiempos franquistas.
«Ahí está ese gran Murillo que apuesta por esa pintura que no era del gusto ni de la Iglesia ni de la aristocracia española».
Y, sin embargo, ¿por qué existe en el mundo tanto interés por el pintor sevillano? ¿No es cierto que en buena parte de los museos internacionales existen lienzos de Murillo en las salas de pintura española? En esas pinacotecas nos sorprende otro Murillo, el artista de la pintura profana con los niños pícaros. Es curioso que un pintor de fama renombrada por sus encargos de pintura religiosa se atreviera con un estilo que en la España del siglo XVII estaba muy mal visto. Como recordaba el pintor y tratadista Vicente Carducho en sus “Diálogos de la pintura” (1633) con estas pinturas costumbristas en las que se retrataba a “cuatro pícaros descompuestos y dos mujercillas desaliñadas” se abatía al arte excelso como en tantos “cuadros de bodegones con bajos y vilísimos pensamientos”. Esta pintura de personajes anónimos y miserables captados en un momento de su existencia estaba considerada como muy inferior. ¿Cómo era posible que después de pintar una escena de devoción con personajes religiosos retratara también a estos pobres que pululaban por calles y plazas?
Pero ahí está ese gran Murillo que apuesta por esa pintura que no era del gusto ni de la Iglesia ni de la aristocracia española. A Murillo le fascinaba esa pintura del natural tomada del instante y que se desarrollaba en la fabulosa y ya decadente Sevilla del siglo XVII, la ciudad a la que llegaban aún las riquezas del Nuevo Mundo pero que había iniciado el camino de su ocaso. Y es que Murillo tenía una sensibilidad hacia ese mundo popular porque su clientela no se limitaba sólo a la Iglesia o la nobleza. Contaba con encargos de los ricos mercaderes flamencos y holandeses afincados en Sevilla por el monopolio comercial con América.
«Él fue el artista que inmortaliza el imaginario popular del Siglo de Oro».
Gracias a la mirada de esa clientela extranjera, Murillo atiende ese tipo de pintura desdeñada. La pintura que triunfará en el norte de Europa y que será una de las grandes revoluciones del arte: los personajes sin nombre, las escenas interiores de casas, la vida corriente lejana de los lienzos religiosos y las grandes epopeyas históricas. Murillo supo integrarse en esa revolución europea que cambió la brújula de la Historia del Arte. Él fue el artista que inmortaliza el imaginario popular del Siglo de Oro. Sus cuadros representan el mundo retratado en la literatura picaresca.
Ese Murillo popular ha quedado eclipsado por el Murillo religioso. Pero Murillo es un pintor total que apuesta por ambas corrientes. Sin embargo, la mayor parte de esa pintura popular salió pronto de Sevilla. Poco después de su muerte, los mercaderes se llevan las pinturas hasta sus hogares en Flandes y Holanda. El resto lo hace la popularidad que Murillo adquiere en el siglo XVIII que hace que incluso Carlos III promulgue un decreto prohibiendo la salida de lienzos del artista fuera de España. Y, por supuesto, el estratégico y organizado expolio que realiza el mariscal Soult durante la Guerra de la Independencia.
Murillo es el gran creador de la imagen amable de la Contrarreforma. Él rechaza ese tipo de pintura que subrayaba los martirologios, los padecimientos de los ermitaños, los fuegos eternos, el pavor que provocaban las historias del Antiguo Testamento. Prefiere dar otra imagen más dulce, amable, compasiva, de forma que el pecador encontrara una religiosidad salvadora. Un mundo místico que no diera miedo sino que sirviera para curar, para remediar del sufrimiento de la vida y de los horrores de un siglo lleno de epidemias, hambre, guerras y miseria.
«Su fama popular será también la causa del rechazo a su obra».
Existe también un Murillo que sorprende a los que limitan su mirada al cliché de pintor beatón. Y es la sensualidad de algunas de sus pinturas. Están sus hermosísimas Inmaculadas, las Magdalenas arrepentidas que se desnudan de sus vestidos de vanidad mostrando los pechos o pasajes como el de “José y la mujer de Putifar” con los senos al aire. Pero además en su pintura profana asoma también ‘otro’ Murillo. Es el caso del célebre cuadro “Mujeres en la ventana” en el que se ha planteado que la joven y la dueña que aparecen ofrecen amores venales, pues no era normal que una dama decente se asomara a la ventana sonriendo descaradamente.
El pintor trabajó durante toda su vida. De hecho, murió pintando. Un día de la primavera de 1682 Murillo cayó del andamio desde el que pinta el cuadro “Los Desposorios de Santa Catalina” encargado por el convento de capuchinos de Cádiz. Después de su muerte su fama siguió creciendo. Y era lógico ya que de alguna forma, como todos los genios, había presentido la sensibilidad del siguiente siglo. Se anticipó al rococó y por esa razón el siglo XVIII su popularidad llega a la pintura inglesa con la influencia de sus niños pícaros en la corriente de los fancy boys.
«¿Por qué Murillo no es una cuestión de Estado? Una actitud que contrasta con las actividades que se están organizando fuera de España.»
A mediados del siglo XIX sale a la venta en una subasta la “Inmaculada de los Venerables”, que había robado el mariscal Soult, una obra que alcanza la más alta cifra por la venta de una obra de arte hasta entonces: 612.000 francos. Pero a finales del siglo su gloria empieza a decaer. Llegan las vanguardias y la pintura de Murillo no encaja en la sensibilidad de ese tiempo. Es el momento, por cierto, en el que se reconoce a Velázquez que había estado olvidado durante todo el siglo XVIII.
Su fama popular será también la causa del rechazo a su obra. La reproducción en serie de sus cuadros en almanaques, cajas de membrillos y estampas de mala calidad terminará por encasillarlo como pintor santurrón y beato del que se apropiará el nacionalcatolicismo. El cuarto centenario con la celebración en Sevilla con exposiciones, recreaciones, publicaciones científicas y un congreso internacional está abriendo el foco de un pintor que aún plantea muchos interrogantes. Aunque habría que señalar que estas celebraciones se están realizando exclusivamente en su ciudad natal. El Ministerio de Cultura se ha implicado muy poco en esta efeméride, al contrario de lo que hizo con El Greco. ¿Por qué Murillo no es una cuestión de Estado? Una actitud que contrasta con las actividades que se están organizando fuera de España, como es el caso de la excepcional exposición que se puede ver ahora en la National Gallery de Londres sobre los autorretratos de Murillo y que antes estuvo en la Frick Collection de Nueva York. Sin duda, el centenario abre una nueva época para este pintor que muestra en su obra toda la metáfora barroca. Un artista gracias al cual podemos asomarnos desde la ventana de sus cuadros al Siglo de Oro.