THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

La ‘burguesía educada’ en tiempos de incertidumbre

La cita del gran economista condensa el pensamiento liberal progresista, tristemente eclipsado hoy por el alza de los populismos, y puede servirnos de guía para valorar la evolución de la economía mundial al cumplirse diez años del estallido de la crisis financiera y analizar cuáles son las incertidumbres que se ciernen sobre la misma y más en concreto sobre la economía española. Pero vayamos de lo general a lo concreto.

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La ‘burguesía educada’ en tiempos de incertidumbre

“El problema político de la humanidad es poder combinar tres cosas: la eficiencia económica, la justicia social y las libertades individuales”. John Maynard Keynes.

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La cita del gran economista condensa el pensamiento liberal progresista, tristemente eclipsado hoy por el alza de los populismos, y puede servirnos de guía para valorar la evolución de la economía mundial al cumplirse diez años del estallido de la crisis financiera y analizar cuáles son las incertidumbres que se ciernen sobre la misma y más en concreto sobre la economía española. Pero vayamos de lo general a lo concreto.

Las principales economías del mundo han tardado casi una década en sobreponerse a las secuelas del mayor shock sufrido tras la Gran Depresión de los años Treinta del siglo pasado. Y aunque algunos datos apuntan hacia una moderada desaceleración en los próximos meses, todas ellas crecen más o menos al unísono y de forma robusta, siendo Turquía y Argentina, sumidas en una espiral de inflación y devaluación de sus moneda, las únicas si bien preocupantes excepciones. Haber recuperado de forma sólida la senda del crecimiento no ha bastado, sin embargo, para que el modelo socio-económico que estas mayoritariamente representan, el de las democracias liberales y abiertas, esté a salvo de amenazas. La crisis y la gestión que se ha hecho de la misma han dejado cicatrices y algunos problemas sin resolver.

 

En la salida de la crisis se ha dado prioridad a la eficiencia económica y abandonado un poco la justicia social.

 

Por un lado, no se han corregido algunos de los excesos que originaron la propia crisis, como demuestra el nivel de endeudamiento global, que en junio se situaba en 217 billones de dólares, 2,6 veces el PIB mundial y 166 veces el PIB español y ¡70 billones más que en 2007! Una subida que se ha concentrado sobre todo en China y otros mercados emergentes. Y aunque se han tomado medidas para mejorar la supervisión de los mercados financieros, proteger a los pequeños inversores y avanzar, en el caso de la Unión Europea, en la integración bancaria para evitar el contagio sistémico de una futura crisis financiera, son muchos los expertos que consideran que estas son insuficientes o directamente las tachan de puro maquillaje. También, y a pesar del consenso de que las políticas expansivas de los bancos centrales de los últimos años han servido para salir de la Gran Recesión, hay quienes señalan que estas pueden haber sembrado la semilla de una nueva crisis debido a las distorsiones creadas por el flujo de dinero barato en los mercados financieros debido a los tipos de interés casi negativos y las masivas inyecciones de capital. Los problemas de la lira turca y el peso argentino, sin descartar su posible contagio a otras economías emergentes también endeudadas, tienen ahí su origen.

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Un grupo de manifestantes protesta contra las reformas económicas del Gobierno de Argentina. | Foto: Natacha Pisarenko | AP

Por otro, parece que los gobernantes se han concentrado en exhibir unas buenas cifras macroeconómicas y se han olvidado de repartir mejor la recuperación del crecimiento. El aumento de la riqueza entre los ciudadanos con mayor poder adquisitivo, debido en gran parte a la fuerte subida de las bolsas propiciada por las políticas laxas de los bancos centrales, y el estancamiento de las rentas más bajas a causa de la contención de los salarios a modo de devaluación interna, han aumentado la brecha de la desigualdad. El porcentaje de los parados de larga duración –aquellos que llevan más de un año desempleados y por tanto con mayor riesgo de exclusión social- no baja o incluso sube. En el caso de España se ha duplicado en diez años y representa el 52% del total de parados frente al 25,2% de 2008. La OCDE señala que el 10% más rico de la población de las 36 economías que agrupa esta organización, las más desarrolladas del mundo, posee la mitad del total de la riqueza, mientras que el 40% tiene sólo el 3%. Y en esta realidad, inaceptable éticamente y perniciosa económicamente, pues no sólo compromete la necesaria cohesión social si no también la productividad y el crecimiento futuros, es donde han germinado los populismos que ahora cuestionan la relación entre el progreso económico y las democracias liberales.

 

Parece que los gobernantes se han concentrado en exhibir unas buenas cifras macroeconómicas y se han olvidado de repartir mejor la recuperación del crecimiento.

 

Así que la palabra crisis no nos abandona: crisis del orden mundial surgido de la II Guerra Mundial, despreciado por algunos espadachines de este nuevo populismo encabezados por el líder de la primera potencia mundial, Donald Trump; crisis del modelo liberal, traicionado por sus élites complacientes, como criticaba valientemente la revista The Economist en su reciente Manifiesto por las renovación del liberalismo con motivo de su 175 aniversario; crisis de la inmigración, utilizada por los gobiernos xenófobos de Italia, Hungría, Austria y los nuevos partidos de extrema derecha e izquierda europeos para exacerbar el nacionalismo, ya sea el de las élites o el del proletariado; crisis del comercio mundial por la guerra arancelaria abierta por los Estados Unidos de Trump contra China y sus aliados, que amenaza con desatar una espiral proteccionista que frene el crecimiento mundial; la crisis del Brexit, cuya raíz simpatiza con el miedo a la globalización de los populismos en alza…

De forma que volviendo a la combinación ideal propuesta por Keynes, se podría decir que en la salida a la crisis se ha dado prioridad a la eficiencia económica y abandonado un poco la justicia social. Y este desequilibrio ha dañado en parte la legitimidad de las democracias liberales que hasta la fecha han demostrado ser las mejores aliadas del progreso económico. Con sus luces y sombras. Y más sombras que luces en los últimos años. ¿Cómo sacudir a esas élites complacientes de las que habla The Economist para que atiendan estos desafíos? ¿Van a ser Trump, Xi Ping, Putin, Erdogan, Orban, y los extremistas que van ganando terreno como alternativa de gobierno en las viejas democracias europeas quienes tomen la iniciativa? En este caso, lo que es seguro es que la tercera de pata de la que habla Keynes, la del respeto a los derechos individuales, sería la primera víctima.

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John Maynard Keynes, en 1945. | Foto: AP

 

Y ¿qué hay de España? Tenemos un Gobierno en apuros, que tumbó al anterior con una moción de censura sin pactar un programa. Y la gestión de algunos de los desafíos mencionados, especialmente el del mejor reparto del crecimiento, torpemente desatendido por el anterior Gobierno popular de Mariano Rajoy, requiere de mucho pragmatismo y poca ideología. Es decir; de eficiencia económica para generar los mayores recursos que permitan atender las necesidades sociales e ir cerrando la brecha de la desigualdad. Pero algunas de las propuestas que han trascendido de las negociaciones de los Presupuestos Generales de 2019 entre el Gobierno del PSOE y su principal socio parlamentario y competidor del voto de la izquierda, Podemos, no apuntan en ese sentido.

Hay una regla de oro en la buena práctica de la política económica que aconseja aprovechar el ciclo favorable de crecimiento para no sólo reducir el déficit si no incluso generar un colchón de gasto que permita hacer frente a futuras crisis. Son los llamados presupuestos procíclicos. Es comprensible la tentación de gastar, especialmente si las elecciones no quedan lejos. Y la de hacer ideología con los impuestos, también. Pero aumentar el gasto y subir los impuestos como proponen el PSOE y Podemos, es una decisión arriesgada en un contexto de desaceleración del crecimiento como el actual. Además de poner en peligro los compromisos alcanzados con Bruselas para reducir el déficit. En España este desequilibrio representa aún el 3,1% del PIB, mientras la media de la eurozona es el 0,9% y Alemania acumula ya un superávit del 1,3%.

 

Es comprensible la tentación de gastar, especialmente si las elecciones no quedan lejos. Y la de hacer ideología con los impuestos, también.

 

La reducción del déficit es siempre impopular pero necesaria para disminuir la necesidad de endeudarse en los mercados internacionales y aligerar el pago de esta deuda a generaciones futuras. Más en el caso de España, cuya deuda equivale al 100% de su PIB. En estos últimos años, el logro (de la sociedad española sometida al ajuste) ha sido mayúsculo: el déficit pasó de un insostenible 10,9% del PIB en 2009 al 3,1% en 2017. Si hay que identificar un sector que ha generado ingresos cuando todo los demás morían ha sido el de las empresas que frente a la adversidad interna protagonizaron la revolución exportadora. Hoy España exporta en bienes y servicios por valor del 34% de su PIB, 10 puntos más que hace diez años. Toda una conquista.

El consumo interno, que representa el 56% del PIB y es por tanto la variable más importante, ha ido a remolque del impulso exportador pero creciendo. De nuevo este capítulo depende de la generación de empleo y del crecimiento de los sueldos para seguir aportando al crecimiento. Y es aquí y no tanto en los gastos o impuestos donde los agentes sociales españoles deberían librar la batalla. Incluso instituciones tan ortodoxas como el Fondo Monetario Internacional o el mismo Banco Central Europeo, recomiendan una subida de salarios como la mejor manera de afianzar el crecimiento, de generar mayores ingresos (vía las cotizaciones a la Seguridad Social) y de compensar a las rentas medias y bajas que han soportado el mayor peso del ajuste y sufrido la devaluación salarial. La inflación, en el 0,9% si se descuenta el petróleo y los alimentos, deja margen para hacerlo sin comprometer la competitividad. Una subida salarial ayudaría a sostener la demanda interna y tomar el relevo del freno que registra la exterior: las exportaciones no crecen al mismo ritmo que en ejercicios anteriores y el turismo tras años de ingresos récord se ralentiza.

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El líder de Podemos, Pablo Iglesias, durante una intervención en el Congreso. | Foto: Francisco Seco | AP

Pero la batalla aparentemente se libra en los titulares de prensa. Y para el PSOE y sobre todo Podemos, una subida de los impuestos a las rentas más altas, a la banca, a las empresas del Ibex, es muy golosa electoralmente aunque algunos expertos ya han señalado que es dudoso que genere los ingresos esperados. En un contexto de incertidumbre como el actual y en una economía abierta como la española, estas propuestas pueden ser contraproducentes ¿Antecedentes? Los socialistas franceses, Hollande y mucho antes Mitterrand, llegaron con similares promesas al poder. Y las retiraron pronto tras comprobar su ineficacia recaudatoria. Y si no hay eficacia en la recaudación, ¿de qué sirven las promesas de gasto?

Y para terminar, otra cita de Keynes, el economista que anticipó las perversas consecuencias del Tratado de Versalles impuesto a Alemania tras las I Guerra Mundial y que probablemente hubiera alertado de los estragos que iban a causar en la sociedad las políticas de austeridad como única receta para salir de la crisis. Frente a quienes se empeñaban en catalogarle a la izquierda o a la derecha declaró en un breve ensayo titulado Am I A Liberal: “Puedo ser muy consciente de lo que es la justicia social y el sentido común; pero la lucha de clases me va a encontrar siempre del lado de la burguesía educada”. Saquen sus conclusiones.

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