Joan Margarit: un buen punto de vista
La poesía de Margarit está hecha de recuerdos y vivencias, de añoranzas y afectos
Menos mal que Joan Margarit es un poeta estupendo, y el autor, de hecho, de un buen número de poemas verdaderos, profundos y emocionantes, porque si no algunos malpensados podrían haber defendido que este Premio Reina Sofía que le fue concedido ayer responde, sobre todo, a razones de las mal llamadas “políticas”. Es verdad que los premios oficiales raramente son inocentes, y también es algo sabido por todo el mundo que en Occidente lo de atacar al poder, o al Estado, o a la Corona… es siempre una buena inversión, algo que esas mismas autoridades agredidas acaban premiándote con una ovación, un buen cheque y un banquete a cuenta de los contribuyentes. Si arremetes, por ejemplo, contra la monarquía sueca, ya estás un poco más cerca del Premio Nobel. Ésa es una de las mayores injusticias y desequilibrios de nuestro mundo: por lo mismo por lo que en algunos sitios te ahorcan o te decapitan, en otros donde rigen leyes democráticas y una buena Constitución te tienen un poco más en cuenta a la hora de colocarte una medalla o hacerte una transferencia de 42.000 euros procedentes de los Presupuestos Generales.
Cuando empezó el llamado “procés” (que no antes, o al menos no tanto), Joan Margarit comenzó a dar entrevistas y a hacer declaraciones en las que de repente recordaba agravios, afrentas, ultrajes recibidas por parte de esa España que, según es fácilmente rastreable, no ha hecho de hecho en los últimos treinta años otra cosa que editarle, antologarle, invitarle a los festivales más pomposos, premiarle y aplaudirle de una forma masiva, casi excesiva incluso tratándose, insisto, de un poeta tan notable y valioso. Y no hay, desde luego, ningún otro poeta vivo en lengua catalana que haya sido ni remotamente tan atendido y publicado como él, ni ninguno tan admirado y conocido, al menos en el circuito editorial y lector español. Hace sólo dos meses declaraba al periódico El Mundo que “España me da miedo desde los Reyes Católicos”, de modo que ojalá este premio pueda tener además una buena fuerza reparadora, de efectos psicológicos y hasta terapéuticos, si entendemos que lo que los Reyes Católicos quitan, a lo mejor el Reina Sofía lo repone. Tanto monta.
Pero habíamos venido a hablar de poesía, y lo importante es que todo ese dinero del Estado español que ahora va a pasar a su cuenta corriente (y que no nos consta que haya rechazado, viniendo de donde viene) reconoce el talento y la constancia de un poeta que, desde sus primeros libros, y especialmente desde su Crónica de 1975 (firmada como “Juan Margarit” y publicada por la decisiva colección “Ocnos”, de Barral Editores) ha aportado una voz de una hondura meditativa muy particular, serena y genuina, sentimental y atenta. Elegíaco desde joven, con tendencia a una nostalgia simbólica y poderosa, consciente de que merece la pena el alto precio que hay que pagar por estar vivo y sentir…, la poesía de Margarit está hecha de recuerdos y vivencias, de añoranzas y afectos: “Ya vivo en las montañas de la ausencia. / Quizás sólo yo puedo recordar / una imagen al fondo de un espejo / ya es demasiado tarde para mí, / para todos aquellos, los de entonces. / Hoy me acuesto recién anochecido / igual que los caballos de faena, / y el libro que reposa junto a mí / es como un perro viejo que en silencio / apoya su cabeza entre las patas. / La luna se refleja en diez mil pozos, / tantos son los recuerdos que me aguardan: / alzo el copón de hierro de otras noches, / de otras habitaciones, de otro tiempo, / lo alzo a las estrellas olvidadas / en el halo de luz de la ciudad”.
Formalmente impecable, lo que más cuenta sin embargo en la poesía de Margarit es la verdad de lo que se dice, la fuerza de los valores civiles y personales ante las injusticias de toda naturaleza, ante el recuerdo de la guerra y ante el hartazgo del Franquismo, cuya sombra tediosa se extiende, diluyéndose paulatinamente, por libros posteriores, como un mal sueño: “De niño intentaron arrancarme la lengua / que mi abuela me hablaba…».
Arquitecto de formación, y poeta de muchísimos recursos, Margarit domina el dificilísimo territorio del poema de amor, tanto el que se refiere al amor conyugal, como, casi aún más difícil, el que homenajea a los abuelos, los padres, los maestros…, o, directamente temerario, el que trata de expresar el amor a los hijos, subgénero de la poesía en el que más fácilmente se pierden los papeles y en el que Margarit, sin embargo, destaca de verdad, con la dificultad añadida de las circunstancias personales dramáticas, algo que, con emoción indeleble, queda para siempre en el doloroso y a la vez glorioso libro Joana, pero que reaparece —cómo podría no hacerlo…— en varios poemas de libros posteriores, como Nubes blancas en el aire azul, de Se pierde la señal, tan hermoso y conmovedor que es irreproducible aquí, descontextualizado, fuera del libro.
Lo mismo se podría decir, en realidad, de muchos de sus versos, que no pierden nada de su tremenda fuerza al pasar de su idioma de origen al castellano, siempre por obra del propio autor, cuyo buen oído para el ritmo poético es envidiable, infalible, y seguramente una de las principales razones de que estemos hablando hoy de él, al haber sido galardonado con el premio más importante de poesía del ámbito hispanoamericano. Y de hecho la música, así como la propia poesía, y en general la literatura, y la arquitectura a la que ha dedicado su vida profesional, y los viajes… han ido adquiriendo tanta importancia como la memoria en los libros últimos de Margarit, aunque lo mejor de su mirada y de su voz surge cuando se entrega al misterio, a algún rincón del pasado, a algún recuerdo difuminado, a un momento del tiempo en el que algo ardió, y que ahora, tiempo después, casi en otra vida, hace brillar al poeta. Se ha conseguido llegar a ser Misteriosamente feliz, sí, tras un camino en el que estar vivo y sufrir fueron actividades demasiado trenzadas. Se sufre porque se vive, y ésa es la alegría. Y como se dice en un poema de Cálculo de estructuras: “Cuesta entender la vida, no la muerte. / La muerte nunca encierra enigma alguno”.