Cayetana entre los Cayetanos
«El cese de Cayetana parece haber puesto fin a la inspiración neo aznarista de su partido, imperante desde la elección de su atónito jefe»
El reciente cese —se ha dicho que «fulminante», ¡Dios santo!— de la portavoz del grupo parlamentario popular en el Congreso, señora Álvarez de Toledo, a cargo de su atónito jefe, se diría que ha sido aprobado por muy pocos, aunque es posible que quizá no hiciera falta: sólo lo oculto o intrincado hay que explicarlo. Sin embargo, ha sido reprobado de manera inmediata por algunos, casi todos intelectuales, que por lo visto cargan a la superioridad asimismo intelectual de Cayetana lo que la hace incomprensible para nuestro bajo mundo político, que no la merece. Y es esto, no ya la circunstancia del cese, lo que da interés al caso como síntoma de las relaciones españolas entre la cultura y la política.
Para la mayoría de las explicaciones de la razón ilustrada, con la que declaran sentirse afines CAT y sus cultos seguidores, esta se presentó como una supra razón, eminentemente política, que al ser puesta en la cosa pública por cima de las viejas racionalidades morales y religiosas en sempiterna disputa, venía a preservar la paz en el espacio compartido. Pero para sus críticas, antiguas y modernas, alguien que se ve a sí mismo como ilustrado podría parecerse a quien se le hubiera amputado un brazo pero que, lejos de sentir la pérdida como una falta lamentable, más bien piensa que este del brazo único debería ser el requisito que todos deberíamos cumplir si es que queremos vivir en paz, porque sacar a pasear los dos brazos no sirve sino para emplearnos a mamporros. Como los caballos de Platón, los dos brazos no son igualmente benéficos. Uno, está para obedecer a la conciencia, a la convicción moral, a la creencia religiosa, a la intimidad en la que laten los absolutos, y es mejor, para bien de todos, que quede en el secreto: quien evita la ocasión, evita el peligro.
«El hombre es libre cuando está en su casa», ha escrito un gran teólogo. Pero esto no lo ideó la Ilustración, sino Hobbes (to be in secret free), cuya teoría del Estado absoluto merecería haber ocupado el lugar posterior de los corolarios, y no el anterior de las premisas, a la Ilustración misma. Lo malo, suelen decir las críticas al optimismo racional, es que lo secreto aspira siempre, quieras que no, al dominio público, igual que toda teoría aspira a la acción y toda opinión a convertirse en ley. La figura del ciudadano (que hoy tan inocentemente se presenta) como emancipado sujeto político, enseguida se revistió otra vez de moral y se puso al servicio de la disputa. Y es en ese rasgo donde anida por cierto la poco encubierta superioridad —la superioridad siempre es moral— de quienes, políticamente, parecen estar en algún secreto, sea el ilustrado, el revolucionario, el progresista, el liberal o el reaccionario, con sus confluyentes comprensiones binarias o dualistas del mundo.
El cese de la superior Álvarez de Toledo, parece, en primer lugar, haber puesto fin a la inspiración neo aznarista de su partido, imperante desde la elección de su actual y atónito jefe; el repertorio intelectual de la ex portavoz apenas se aleja del promovido desde la FAES para dar la célebre y reactiva «batalla cultural», un invento también del ex presidente para que la derecha española dejase de ser tratada por la culta izquierda gramsciana como Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí. La inefable (en realidad, extremosamente fable) ex portavoz, ha puesto en cada ocasión o sin ella el repertorio completo sobre el tapete y así, junto a la célebre «batalla», no han faltado «ilustración», «racionalidad», «adultez política» (imposible, aunque sea una ingenuidad y un abuso, no recordar la frase kantiana), los términos con los que una resurgida razón liberal —la de Aron, por ejemplo— quiso hacer frente en su día a los secretos teóricos de los totalitarismos, causa de las mayores devastaciones.
El problema es que la retórica anti estalinista no viene al caso cuando no hay estalinismo, aunque sea tan grata en las charlas intelectuales a toro pasado. Es esto, creo yo, lo que ha hecho siempre rechinante, libresco y descontextualizado al discurso de CAT para todo el mundo —el bajo mundo—, aunque no para los intelectuales y escritores de la ex izquierda española que encontraron en ella su mirlo blanco. En los ambientes taurinos, se solía decir que quien una vez se viste de luces, es muy difícil ya que se dedique a otra cosa; quizá termine de novillero, de banderillero o de torero cómico-musical, pero ya no podrá ver en otro campo profesional su manera de ganarse la vida. Con la ex izquierda cultural pasa algo muy parecido. Son escépticos; son, en general, republicanos (no sabemos qué le dicen de esto a Cayetana); firman manifiestos como sólo hace quien cree estar en algún secreto inaccesible a quienes no lo hacen; dedicaron su juventud a la política, a veces radical, y a pesar de su empeñado y quizá injusto ajuste de cuentas con su juventud, es como si obedecieran a una vocación moral irresistible. Por eso algunos han ideado una distinción justificatoria entre la forma y el fondo de la ex portavoz. Quizá es vehemente, comentan, pero lo que dice es esa pura verdad que nadie se atreve a poner en claro. Yo no sé, pero creo que, en el caso de CAT, su fondo es su forma. Es más, la vehemencia y rispidez de su expresión sólo revela a alguien en una circunstancia bien conocida, como es el más o menos reciente hallazgo de una clave o cifra de la verdad que no creyéndola conocida de todos, la cree sin embargo necesaria a todos, y de ahí la severidad del púlpito sacerdotal desde el que se manifiesta.
El cese de la superior Álvarez de Toledo, parece, en primer lugar, haber puesto fin a la inspiración neo aznarista de su partido, imperante desde la elección de su actual y atónito jefe
Fue Reinhardt Koselleck en su extraordinario Crítica y crisis quien estudió la evolución de eso que, a partir de Hobbes, él mismo llamó «el Secreto». «La Ilustración —decía Koselleck— impera de manera oculta; cuando se revela, lo hace como dictadura». El problema, pues, siempre fue el mismo: con la Ilustración llega la guillotina. El ciudadano ahora emancipado de la dominación articulada según el viejo secreto teológico o metafísico, reaparece tarde o temprano sin metafísica ya, ni religión, pero bajo construcciones igualmente morales, dualistas y mecánicas. Repelente como el niño Vicente, Cayetana Álvarez de Toledo no sólo ha pecado de lo que entre vecinas de patio y compañeras de instituto se llama superioridad —justamente, de esa superioridad—, pero no todo es cosa suya.
Hace ya años, un intelectual amigo me hablaba encomiásticamente de la ex portavoz y me decía —sí, como quien está en un secreto— que había que seguirla. No seguirla como se sigue a una joven promesa de los estadios, para ver cómo evoluciona, sino seguirla en el sentido de participar de sus iniciativas porque, como mostró poco después la plataforma Libre e Iguales, de estas estribaban las pocas esperanzas que nos cabía poner —a nosotros, los intelectuales, quería decir mi amigo— en un político español para el futuro que se avecinaba. Pero la atribución de intelectualidad a Cayetana no es sólo que resulta demasiado voluntarista, sino que las razones pertinentes en la conferencia o el aula —en el secreto— resultan marcianas a quienes tienen que pensar a cada poco su voto en las urnas. Y de eso se trataba, creo yo, con un o una portavoz. Está bien, desde luego, que quienes batallaron por lo peor lo hagan ahora por lo mejor, aunque la conciencia los sitúe siempre, ayer y hoy, entre los buenos. Pero la juventud de CAT no precisa, me temo, de esos ajustes de cuentas. Ni el sonido de ventrílocuo con el que ella ha venido tiñendo durante un año sus palabras puede revelar otra cosa sino que, en el fondo y en la forma, no estuvieron nunca dirigidas a la gente que podía votarle —y que no le vota— sino a los intelectuales y escritores a los que, como se dice en castellano, daba por su comer.