THE OBJECTIVE

Recuperar la sonrisa, por Juan Andrés Rubert

Recuperar la sonrisa, por Juan Andrés Rubert

Estamos hartos, cansados, hastiados. La cabeza no da para más. El coronavirus ha copado todos y cada unos de nuestros instantes vitales. Cada movimiento lo acaudilla un ser invisible de letales efectos. No podemos dar un paso sin que su corriente vírica nos amenace.

Su presencia en la tierra nos ha frenado en seco. Pero su gestión como crisis sanitaria, también. Aquí, los políticos españoles nos generan una pereza atroz. Todos los que militan en primera línea, sin excepción. No les creemos. No les vemos sensatos. En cada decisión relacionada con la pandemia vemos, de forma velada, el movimiento sibilino de una pieza de ajedrez con interés de sacar rédito político. 

No nos fiamos de nuestros líderes, de lo que nos cuentan. Tampoco de las autoridades sanitarias subyugadas al Gobierno, que no de las independientes. Encendemos la radio, ponemos la tele, leemos el periódico, consultamos las redes. Buscamos respuestas, y tal vez las hallamos. Pero, si no vemos esa ansiada luz al final del túnel, es complicado no desesperarse.

Quién sabe, igual son los tiempos que corren y la volatilidad de los acontecimientos la que nos genera esta sensación de suspicacia permanente.

Pero, por otro lado, la polarización que se palpa en el Congreso y en las calles genera desasosiego. No se tienden puentes, se cavan trincheras en las que todos son enemigos de todos. Triste forma de entender el servicio a los demás en lo primero; peligrosa actitud de comprender al prójimo en lo segundo.

Hemos llegado a un punto del camino en el que miramos hacia otro lado. Cerramos los ojos y tratamos de pensar en que no es más que una vulgar pesadilla. Pero los volvemos a abrir y la situación no ha cambiado un ápice.

El desánimo se abre paso y se instala en nuestros pensamientos. Te viene a la cabeza el personal sanitario, que está agotado y desbordado. Las imágenes de los hospitales, otra vez saturados. Y parece que las luces de la calle son menos luminosas, acordes al lúgubre escenario pandémico. 

¿Cómo paliar todas estas desventuras? Hace falta encontrar un rincón, un pequeño resquicio en el que sentirnos reconfortados. Un espacio en el que podamos tejer con mimo nuestras ilusiones, lejos del ruido machacón que generan los tambores del virus y sus consecuencias.

Aquí, un servidor, en un mundo cada vez más desencantado, se refugia en los libros. La lectura como vacuna intelectual. La mejor manera de viajar, de surcar los mares de la mente y la imaginación. Un refugio para estos tiempos aciagos. Lo es siempre, pero ahora más, si cabe. Para olvidar, durante unos minutos, tal vez horas, la rutina pegajosa y deprimente que estamos viviendo.

Porque, quizá, lo más necesario y urgente de este tedioso episodio sea recuperar la sonrisa que la pandemia nos ha arrebatado.

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