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¿Quién tiene el poder en democracia?

El poder no lo tiene el pueblo, ni siquiera los políticos, sino más bien el mortífero tridente de los medios, la hegemonía cultural y las masas de acoso

¿Quién tiene el poder en democracia?

Vienen elecciones y una de las palabras más repetidas en plena campaña electoral es «democracia». Todos apelan a ella y tratan de erigirse como los adalides de la misma. Cada partido utiliza sus recursos para tratar de atraer al máximo número de votantes y por supuesto, una baza que siempre se utiliza es «la democracia está en peligro». Pero fuera de ese juego vacío y superficial, el sistema democrático es otra cosa.

Vaya por delante que el concepto de democracia que podamos dar cada uno varía según lo que concibamos qué es un sistema democrático. Los comunistas predicarán que es un requisito indispensable de la democracia que los medios de producción estén en manos del Estado, mientras que los fascistas, por poner otro ejemplo, creen que la unión partido-Estado es fundamental para poder cumplir con un régimen verdaderamente democrático. Incluso, si nos vamos a los padres fundadores de la democracia, bajo ningún concepto contemplaban el sufragio universal y, aun así, los clásicos griegos quedaron horrorizados con el experimento democrático. No obstante, con el paso del tiempo llegamos al consenso de que un sistema democrático es aquel en el que el pueblo escoge a sus representantes ya sea a través de partidos políticos, diputados de forma directa o candidaturas personalistas. El populista le dirá que la democracia es que el poder lo tenga el pueblo, pero no deja de ser una afirmación estúpida y falsa que jamás se dará por la pura organización jerárquica que cualquier animal requiere debido a su naturaleza. El pueblo jamás tiene ni tendrá el poder.

Sí podríamos decir que democracia es aquel sistema en el que los ciudadanos son los que escogen a sus representantes de una forma u otra y les otorga el poder para legislar, pero debemos pararnos a examinar las razones que les hace votar a uno u otro. Nadie puede decir que su posicionamiento ideológico no está sujeto a su contexto vital, experiencias personales, información que recibe (no importa si es verdadera o falsa) o importancia que le otorga a diferentes cuestiones. Difícilmente aquel que quiera tipos impositivos bajos votará a un partido socialista, del mismo modo que aquel que tenga como prioridad poder abortar sea cual sea la circunstancia, acabará depositando su voto en un partido conservador. Sin embargo, fuera de estos casos particulares existe «la masa». Este conglomerado de individuos sin excesivas aspiraciones ni claros intereses a la hora de depositar su voto, es la que en definitiva quita y pone gobiernos. ¿Qué es lo que les motiva votar en un sentido u otro?

El voto de la masa depende fundamentalmente de tres factores: la información que posee, la idea mayoritaria en su entorno (lo que Gramsci definió de forma magistral como hegemonía cultural) y la capacidad de huir de las masas de acoso. Este último factor es tremendamente importante. Un ciudadano desinformado y sometido a la hegemonía cultural difícilmente podrá salir del marco mental establecido, aunque encuentre evidencias de estar equivocado. El psicólogo Solomon Asch demostró el enorme poder que ejercen las masas de acoso con un grupo de estudiantes. Escogió a nueve de ellos y les mostró un conjunto de líneas en las que dos líneas eran obviamente de la misma longitud y las otras eran, de forma evidente, completamente diferentes. Posteriormente les solicitaba a los estudiantes identificar qué líneas coincidían. En el experimento solamente uno de los estudiantes era un sujeto real, los otros estaban compinchados para dar una respuesta equivocada. Asch descubrió que el 75% acababa cediendo a la presión del grupo y cambiando su respuesta. Es decir, muchos sujetos negaron la evidencia presentada ante sus ojos solamente para no tener que sufrir el acoso de la mayoría y acababan aceptando la respuesta que a todas luces era incorrecta.

El experimento de Asch.

Si la ignorancia, la desinformación y el acoso hacen que la masa apoye medidas y candidatos que no apoyaría si estuviera mejor informado, ¿quién tiene verdaderamente el poder en un sistema democrático? Evidentemente el poder no lo tiene el pueblo, ni siquiera los políticos, sino más bien el mortífero tridente formado por medios de comunicación, hegemonía cultural y masas de acoso. El sistema democrático incentiva que la mayoría de los votantes tome decisiones políticas de forma irracional y forjadas en los sentimientos para posteriormente imponérselas a personas racionales y mejor informadas.

Por lo tanto, si el pueblo se deja guiar por el lenguaje de las pasiones antes que el de la razón y en conjunto no somos más que una banda de ignorantes con ínfulas de grandeza que conforme más habla más estúpida se muestra, ¿debemos aceptar que sea la mayoría la que someta a una minoría? Sabiendo que el pueblo puede votar incluso en contra de sus propios intereses, ¿no sería más conveniente una tecnocracia autolimitada que garantice las libertades individuales antes que una asamblea repleta de demagogos que siguiendo el voto del populacho acabe restringiéndolas?

He ahí la reflexión.

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