La coleta del 15-M
Juan Andrés Rubert analiza la deriva del movimiento del 15M hasta la actualidad
Andaba yo todavía retozando por el colegio cuando eclosionó el movimiento del 15-M por toda España. A todas horas copaba las portadas de los periódicos, salía en los boletines de radio y en los telediarios a todo trapo. Reconozco que me produjo interés y cierta curiosidad, con la pulsión típica del adolescente que veía en la rebeldía una forma de vida divertida. “Democracia real”. Mensaje hipnótico. ¿Qué ocurría en España? Y lo consultaba con mi profesor de Sociología, con el que comentaba a menudo asuntos de actualidad. La intensidad periodística del que quiere ya ejercer el oficio. Sin ir más lejos, me dijo que por qué no me acercaba y trataba de conocer el movimiento, informarme. Y eso fue lo que hice.
Tenía puesto un ojo en esas tiendas de campaña y en las primaveras árabes. Era atrayente el panorama en 2011. Deambulé por la plaza del Ayuntamiento de Valencia, pregunté, consulté, indagué en qué consistía todo aquello. “Los políticos no nos representan, chaval”, me decían, una y otra vez. “El capitalismo es el verdadero problema”, apostillaba otro. “Nos concentramos aquí porque estamos indignados con la actual situación”, me recordaban. “Únete a nosotros”, me animaban. Un batiburrillo de gentes muy dispares que convivían entre cartelitos y mensajes de reivindicación social. Aquello era la versión marca blanca, muy barata, de Mayo del 68. Yo dije que agradecía la invitación, pero me esperaba mi madre para cenar, se me hacía tarde. Pintaba a que me caía bronca si no llegaba a tiempo para poner la mesa. Tampoco estudié mucho ese día. Mal momento para estar fuera de casa. Fin de mi efímero espíritu revolucionario.
10 años después, y ya superados los últimos coletazos de la utopía de rebelde sin causa, uno ve el 15-M con un prisma muy descreído. Aquel movimiento mutó en una suerte de nueva política. Muchos de los cabezas de cartel que abanderaron la causa decidieron dar el paso. Fue el germen, sin ir más lejos, de Podemos. Esa transformación solemnizó una izquierda radical, asamblearia, ya despojada de la careta ilusionista y genérica del indignado patrio.
¿Había motivos para reivindicar una política diferente? Es probable. Hubo una reacción y tuvo efecto real en España. El bipartidismo, que parecía irrompible navegando entre mayorías absolutas, se resquebrajó. Pero ese ciclo ha durado, más o menos, una década, con más crispación, populismo y un lenguaje duro. Tanto el PSOE como el PP recuperan, poco a poco, el terreno perdido. Parte de esa vuelta al redil pasa por que esos nuevos partidos quizá no eran tan distintos a lo que ya había. Lo que queda de ese movimiento en las instituciones ya no es tan significativo, aunque acabaran hasta en el gobierno de España. Tanto artificio erosiona. Una cosa es pernoctar en Sol y otra hacer política.
Un fin simbólico, con Pablo Iglesias ya fuera del circuito. El cierre de una era, sacralizado con el gesto más torero que uno puede tener: cortándose la coleta. Del 15-M a la mansión de Galapagar. Pasar de indignado a formar parte de la casta. Una gran pantomima.