Otra vez el agua hirviendo y el PP en un brete. Poca novedad, para variar. Cuando parece que la gaviota vuela a cierta altura y los populares intentan respirar algo de aire puro, antes surge un contratiempo que sacude su estómago. Y lo más paradójico es que los golpes surgen de las propias entrañas del partido. Un pulso entre Génova y un valor al alza, a la vez que incómodo: el de una Isabel Díaz Ayuso que se sabe fuerte.
La presidenta madrileña quiso imponer sus propias reglas del juego desde el principio. Ella marcaba los tiempos, su forma particular de ver la política. Le dejaron cierto margen y actuó. Toda una estrategia medida y articulada con habilidad por su sombra en el gabinete, Miguel Ángel Rodríguez.
Fue cogiendo confianza y autonomía, lo que generó los primeros recelos en la dirección nacional. Ella vio asomar la traición naranja en Murcia y ante la torpeza de su propio partido no se lo pensó dos veces: adelantó elecciones en Madrid. No hizo falta ni consultarlo con la cúpula popular. Segundo capítulo de recelos. El resultado fue brillante en términos electorales. Arrasó y pateó, además, en la testa de todo aquel que con sus filias y fobias quiso desacreditarla al precio que fuera.
Una actitud –la de verso suelto como militancia y forma de ser– que no gustó en ningún momento a la zona noble del PP y que, hoy en día, todavía dista de ser del agrado de Génova. Peligrosa, en parte, ya que ir a contracorriente no siempre es buena señal en política, aunque le haya dado sus jugosos frutos. Tiene tirón, es consciente, y sus aspiraciones, las que tenga en mente, son legítimas. Hasta el propio Alberto Núñez Feijóo, genovista vitalicio, lo reconoció.
Quizá fuera lógico darle vía libre para que presidiera el PP de Madrid, pero es cierto que es una cuota de poder demasiado elevada que la cúpula del partido no se puede permitir perder o que se escape de su control. No están por la labor. De ahí a que se haya generado semejante batalla política. El estruendo formado es tremendo e incomoda al último apuntador popular. En esta marejada no hay visos claros de que se vayan a calmar las aguas.
El pulso entre la dirección del PP y Ayuso ha provocado una guerra absurda, y eso solo perjudica al partido y a sus expectativas electorales. Complicado está que se revierta la situación, el daño ya está hecho, pase lo que pase. Es muy poco inteligente generar una contienda así cuando las encuestas son favorables y los populares, parece, tienen un camino más o menos apañado hacia la Moncloa. O parecía, porque da la sensación de que en Génova andan últimamente empeñados en fulminar a toda aquella persona que brille en el PP. Y rodearse de mediocres no garantiza que se alcance el éxito.