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Manuel Catells: alienígena rico y superdotado

Castells es el prototipo de ministro con un currículo sobresaliente pero que aterriza en un Gobierno como si fuera un extraterrestre y que carece de habilidad para gestionar lo que supuestamente tiene en mente

Manuel Catells: alienígena rico y superdotado

Sánchez lo colocó en una esquina, casi fuera de la larga mesa del Consejo de Ministros junto a Garzón y frente a Escrivá. Pero nunca pareció en absoluto importarle. Sabe que tiene el mejor currículo con diferencia, es millonario, enamorado de una intelectual rusa a la que conoció en Siberia en los noventa y que si se cansa pilla un avión y se va con ella a Los Ángeles a disfrutar sus últimos años de vida a su residencia angelina de Pacific Palisades, la exclusiva área donde residen altos ejecutivos, abogados, algún que otro actor o actriz hollywoodense y, hasta su muerte, Ronald y Nancy Reagan. Ése es Manuel Castells (Hellín, 1942), un superviviente de un cáncer renal, con una salud regular, forzado a cuatro exilios y con un prestigio académico internacional indiscutible, sobre todo durante su periodo como catedrático de Sociología Urbana en la afamada universidad californiana de Berkeley, en San Francisco.

Entonces, vista esta hoja de servicios uno podría decir: ¡qué maravilla! ¡Qué prestigio para la coalición de Gobierno en el poder desde enero de 2020! Y, sin embargo, erraría. Castells era el ministro peor valorado, el Guadiana catalán, pues aparecía y desaparecía cuando le placía, no frecuentaba mucho el despacho, casi un desconocido para la opinión pública y al que los rectores universitarios y también los alumnos criticaban y sostenían que su proyecto estrella, la Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU), que tiene ahora que pasar por el cedazo del Parlamento, no tiene nada de innovadora, resulta inconcreta en algunos aspectos y se limita a buenas intenciones y vacuidad. Ese carácter vacuo que Castells exhibió alzando su cartera ministerial cuando tomó posesión del cargo. Sorprendió su sinceridad (y confieso que a mí me resultó gracioso) cuando dijo aquello que consideraba un error la separación de carteras de Universidades, la suya, y Ciencia e Investigación, la de Pedro Duque. El astronauta, ya fuera del Gobierno tras el reajuste del pasado julio, se enteró del nombramiento de su colega por la prensa. El sociólogo llegó a su departamento apoyado por En Comú Podem, el movimiento podemita catalán, de la mano de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. En los mentideros mediáticos se habló como ministro antes que él de Pablo Echenique y de la historiadora Rosa Lluch, hija del asesinado dirigente socialista a manos de ETA. 

Al final prevaleció el juicio de Colau y entró como parte de la cuota de Podemos. Castells no es podemita. Gusta decir que él cree en el diálogo, que es independiente y que se lleva bien con todos, excepto con los de Vox. Asegura que la derecha va a chupar banquillo mucho tiempo. Con el jefe del Gobierno no se lleva ni bien ni mal como con la actual líder podemita, Yolanda Díaz. Hizo de confesor de Pedro Sánchez cuando éste en 2016 tras ser expulsado de la secretaría general del PSOE e iniciado su destierro por todos los rincones de la geografía se fue a verle a Santa Mónica (California) donde el sociólogo vivía entonces. Resiste y triunfarás, le aconsejó. Sánchez le hizo caso. En un año recuperó el liderazgo del partido y en dos llegó a La Moncloa.

Manuel Castells era el prototipo de ministro con un currículo sobresaliente pero que aterrizaba en un Gobierno como si fuera un extraterrestre y que carecía de habilidad para gestionar lo que supuestamente tenía en mente. Así le ocurrió, por ejemplo, a Jorge Semprún, cuando Felipe González lo nombró titular de Cultura, o más tarde a Ana Palacio, la primera mujer que llegó a ser ministra de Asuntos Exteriores en la etapa de José María Aznar. La LOSU, su proyecto estrella, cada vez más descafeinada por las concesiones que tuvo que hacer tanto a docentes como estudiantes. Y ni unos ni otros la aplauden pese a que intenta modernizar los campus, democratizar la elección de rectores, reducir la temporalidad de contratos, acercar la universidad a la empresa, acentuar la discriminación positiva o fichar a profesores extranjeros ilustres. Al final va a parir un ratón y ese deseo suyo  de americanizar la institución se va a quedar en una mera ilusión. Como lo es por ahora su idea de la gratuidad de la enseñanza superior. No hay dinero para ello.   

El ministro estaba desconectado y hasta desnortado, apuntaban sus detractores, incluso en las filas podemitas, lo que de otro lado es natural. Estuvo la mayor parte de su vida académica fuera de España. Se tuvo que exiliar a París a principios de los sesenta cuando estudiaba Derecho y Económicas en Barcelona y allí cursó estudios de Sociología en el Instituto de Estudios Políticos donde encontró a su gran valedor, el también sociólogo Alain Touraine. A los 24 años era profesor universitario y a resultas de su implicación en el Mayo del 68 fue expulsado de Francia. De allí comenzó su largo peregrinaje por Ginebra, Santiago de Chile, Brasil, Quebec hasta recalar en California y en Berkeley, donde ha ejercido la docencia durante más de veinte años y conserva su cátedra como emérito. Es miembro de numerosas Academias de Ciencias mundiales y autor de una veintena de libros, entre ellos La era de la información, libro que recuerdo se estudiaba en Periodismo.

Cuando uno observa su fotografía, te asalta la duda de si Castells se está riendo del personal cuando se pone esas camisetas juveniles con lemas de protesta y se presenta de esa guisa en el Parlamento o afirma que copiar no es tan censurable si se hace con ingenio o sostiene que hay que acabar con la enseñanza memorística. Si pasa olímpicamente de todo y de todos, si ese aspecto de anciano gordito, venerable y un punto curil con media sonrisa y cabello blanco alborotado es auténtico o si más bien el titular de Universidades es un ex anarquista que hoy se ha transformado en un burguesazo, disfrutón y filoamericano de la línea demócrata y no republicana. Él se define como un catalanista nacionalista no independentista. Sin embargo, respaldó el Procés y la protesta ciudadana que derivó y criticó el discurso del Rey Felipe VI. La verdad es que por conocimientos Castells podría perfectamente dar dos palmadas en la sala del Consejo de Ministros y obligar a sus 21 compañeros y naturalmente a Sánchez también a abandonar el recinto y dar un paseo por los jardines de La Moncloa a ver si refrescan ideas. Por méritos académicos les saca varias cabezas a todos y desde luego también a quien era teóricamente su jefe, Pablo Iglesias.

Castells es rico. El más rico de todo el Gabinete. Según su última declaración de  ingresos acumula bienes y propiedades por un valor cercano a los cuatro millones de euros, el doble del segundo con mayor fuente de ingresos, el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá. El portal Newtral, de la Sexta, indica que tiene un sueldo anual de 78.000 euros como ministro. En realidad, esa cantidad le sirve poco más que para arreglar un roto en su mansión californiana o en su chalé catalán. Su segunda mujer, la académica rusa Emma Kiselyova, imparte clases en la Universidad Oberta de Catalunya, en la que él también ha trabajado y donde ahora es profesor Iglesias. Ya anunció que no tenía intención de seguir siendo ministro. Se suponía que antes quería que la LOSU sea aprobada en el Parlamento –al final, ha sido antes, y por motivos personales–. La LOSU será la tercera ley orgánica universitaria en lo que va de siglo. Es previsible que cuando un día lleguen los populares al poder redacten la suya. En el asunto educativo los dos principales partidos siempre se distinguen por tratar de poner su sello sin importarles demasiado si lo que proponen es mejor. Dura tarea hoy en día ser docente en España. 

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