La familia de un policía deja Cataluña por el 'bullying lingüístico' que sufre su hijo en el colegio
El acoso que sufría en clase por ser hijo de un agente y hablar en castellano en el patio ha desencadenado su traslado a Galicia
Hace cuatro meses, David G. y su mujer dijeron basta. Basta al sufrimiento que desde hacía meses padecía su hijo, de nueve años, en la escuela, en su colegio de toda la vida en Viladecans (Barcelona). A los toques de atención por no hablar en catalán en el patio del recreo —pese a tener un sobresaliente en el idioma—, se había sumado una campaña de acoso por parte de la tutora hacia el niño por la profesión de su padre, policía nacional desde hace 12 años en Cataluña. «Yo siempre le decía que no dijese nada de mi trabajo, pero este último año la profesora se enteró y le estuvo haciendo bullying. Le pedía que se pusiera de pie y, delante de toda la clase, le decía que su padre pegaba a la gente, que era la forma que tenía de expresarse; lo ridiculizó», relata este agente en una entrevista con THE OBJECTIVE.
Desde entonces, el pequeño se negó a volver a clase. Aquel episodio marcó un antes y un después en esta familia que, pese a haber sido feliz durante más de una década en Cornellá, tomó la decisión de marcharse de allí. Bueno, más bien, de dividirse. «Mi mujer comentó el problema en la empresa y le dieron un traslado a Galicia. En mi caso, no puedo todavía, tengo que esperar. Ella se fue con el pequeño y yo tengo que ir y venir en avión cada seis días. Hemos tenido que sacrificarnos de esta manera para que nuestro hijo sea feliz», cuenta David.
Pese a que la polémica se ha centrado estas últimas semanas en el episodio que se vive en la escuela de Canet de Mar, después de que el Tribunal Supremo confirmase en una sentencia la obligación de un mínimo del 25% de enseñanza en castellano en el sistema educativo catalán, policías y guardias civiles vienen denunciando desde hace años esta problemática, una vez que son destinados y tienen que mudarse con sus familias a Cataluña.
No obstante, en el caso de esta familia, oriunda de Galicia, la situación ha llegado a un extremo que ni ellos mismos imaginaban hace unos años. «Nunca habíamos tenido prisa por irnos de allí. Nunca nos habíamos sentido discriminados, pero la cosa empezó a cambiar un poco antes de 2017. Las faltas de respeto han sido constantes. Hay amigos que han dejado de hablarnos, pero aun así sigo manteniendo a muchos que son independentistas. A mí no me importa, yo siempre he respetado su pensamiento», confiesa este policía, que ahora comparte piso con otros seis compañeros en situación similar a la suya.
Queja formal
El origen de los problemas comenzó en el colegio con el catalán, hace unos años. En el centro, cuentan los progenitores, siempre dejaron claro que las clases serían en catalán. Pero a medida que el pequeño avanzaba de curso, la exigencia y la presión que ejercían los profesores sobre él eran mayores. «Conforme cumplía años, era peor. Nos dieron varios toques de atención porque el niño no hablaba en catalán en el recreo. Nosotros no teníamos ningún problema con el idioma, pero la presión que ejercieron sobre él acabó por tener el efecto contrario, se rebeló».
Más tarde, a pesar de la negativa del hijo de David a desvelar la profesión de su padre, como él mismo le había pedido, la profesora acabó descubriendo que era agente de la Policía Nacional y, según relatan, «aprovechó para contarlo delante de toda la clase y ridiculizarlo». Estos padres, no obstante, no se quedaron de brazos cruzados: elevaron una queja formal a la Consejería catalana de Educación.
«La directora nos pidió disculpas con la boca pequeña. Así que decidimos elevar la queja a Educación, me entrevisté con un responsable, pero no hicieron nada. Esta docente sigue dando clase, solo la cambiaron de centro, a uno que está prácticamente al lado de su casa, en Hospitalet de Llobregat. Lejos de castigar su conducta, la han premiado», critica el policía, que recuerda que tras el episodio de acoso, el centro también lo hizo con ellos «ignorándolos o ocultándoles información sobre reuniones de padres». Respecto a su hijo, la Consellería no le dio opción de cambiarlo de centro, todas sus demandas cayeron en saco roto. Así que solo quedaba una solución: marcharse.
«Han conseguido lo contrario»
Similar es la situación que ha vivido Armando A. con su hija, en Casteldefels (Barcelona). Con ocho años, los profesores comenzaron a preguntarle insistentemente por la profesión de sus padres. Al negarse, el centro decidió llamar directamente a su padre, policía nacional, y convocarlo a una reunión. «Me preguntaron por qué no decía dónde trabajaba yo, les dije que qué importaba. Al final, acabé diciéndoles que era agente».
Y fue en ese momento, tras la confesión, cuando llegaron los problemas. «A partir de ahí, empezaron las llamadas: que qué problema tenía mi hija con el catalán, que si solo habla en castellano en el patio. Yo no entendía cuál era problema. Le dije, mira, tengo a mi hija sin bautizar, yo no le impongo nada, no voy a hacerlo en su forma de hablar», recuerda este padre.
Esta familia no ha llegado al extremo de tener que dejar Cataluña, donde lleva asentada casi 30 años. Lo que le preocupa ahora a este agente es que la imposición durante años del catalán en la escuela «la ha radicalizado». «Para ellos ha resultado un fracaso total. Ha hecho que sea todo lo contrario. A veces incluso la tengo que frenar porque con el covid sacaba la bandera de España en clase. Lo que está ocurriendo aquí ahora jamás lo he vivido antes. La cosa se está poniendo muy fea».