Pablo Iglesias: él y su mismidad
«Cuando habla, cuando escribe, cuando ejerce como político o últimamente como periodista lo hace como si representara. Todo en él forma parte de una personalidad teatral»
Ha regresado si es que alguna vez llegó a marcharse tras su derrota en las autonómicas madrileñas en mayo pasado. Pablo Iglesias Turrión (Madrid, 1978), fundador de Podemos, es un animal político con un ego desmesurado y sobre todo teatral. En los últimos días ha tenido un par de lapsus freudianos que son reflejo de su personalidad. Al referirse a la crisis ucraniana y cuestionar la actitud de la OTAN declaró en un pequeño mitin en la campaña electoral castellano-leonesa: «Ahora que ya no soy político puedo decir la verdad». Y el pasado miércoles manifestó a los periodistas que aguardaban su presencia en el juicio contra un reportero por presunto acoso a dos de sus hijos: «No vengo aquí como ex presidente, sino como padre». Es verdad que hasta hace ocho meses había sido el líder de su organización, pero nada excluye que sus palabras escondieran su creencia de haber imaginado por un momento que era el jefe del Gobierno. Lo expuso rodeando de modo muy paternalista el hombro a su pareja, la ministra de Igualdad, Irene Montero, como si quisiera así desmentir el rumor de que ya no viven juntos con sus tres hijos en el polémico chalet de Galapagar.
A Iglesias siempre le ha encantado el teatro (llegó a hacer algunos pinitos en el escenario) y especialmente el cine, una pasión, del que tiene conocimientos enciclopédicos. Cuando habla, cuando escribe, cuando ejerce como político o últimamente como periodista lo hace como si representara. Todo en él forma parte de una personalidad teatral. Tal vez ni siquiera se cree lo que afirma. En eso recuerda a veces a la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, a quien llegó a entrevistar cuando ésta era casi una desconocida en su programa de televisión de La Tuerka. Poco importa que se dirija a sus seguidores y votantes o a sus enemigos más odiados. Ante todo él se escucha y no necesita apuntador. Maneja como el mejor el tempo en el proscenio, rara vez pierde la compostura en público, posee gran oratoria en su recitado, aunque resulta insoportable el aire pontifical de su declamatoria y ese maldito y permanente ceño fruncido, que si viviera en Estados Unidos y se presentara a unas elecciones un asesor de imagen se lo reprendería.
Abandonó la política tras el batacazo en las elecciones de la Comunidad de Madrid de 2021, anunció la noche de la derrota que había sido un chivo expiatorio de la derecha y la ultraderecha, que no quería ser un tapón en el liderazgo de su formación y que dejaba todos sus cargos. Y reiteró lo que ya había explicitado anteriormente tras su salida del gobierno de coalición como vicepresidente segundo. Se hizo el harakiri pues sabía que no ganaría. Su sucesora en el Ejecutivo de Sánchez sería su gran amiga y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, pese a que no milita en Unidas Podemos. La designó a dedo. Esa amistad ahora es bastante discutible. De tanto quererla la ha matado políticamente celoso de que la política gallega le haya empezado a hacer sombra. Y eso sí que no lo consiente Iglesias como buen leninista que es.
Durante un tiempo se alejó del mundanal ruido, decidió físicamente cortarse su famosa larga coleta, lo cual le dio una imagen más juvenil, la de un rebelde, con o sin causa, enfadado y hasta irritado con un mundo que no le gustaba. Renunció al acta de diputado pero no a la pensión de 5.000 euros mensuales durante 14 meses por su condición de ex vicepresidente del Gobierno. A la vuelta del verano reapareció, al principio tímidamente, para anunciar que se ganaría el jornal con colaboraciones en los medios de comunicación, en realidad donde mejor se mueve pues sabe que en ellos puede decir lo que le venga en gana antes que ajustarse a los rígidos cánones que exige el ejercicio de la función pública. En el Ejecutivo de coalición confundió su papel más de una vez. Parecía un tertuliano o un asambleísta universitario, algo de lo que se contagió su pareja y otros ministros podemitas, lo que le causaba un día sí y otro también sobresaltos al presidente Pedro Sánchez. Fueron enemigos antes de acordar la coalición en 24 horas después de los comicios de 2019. Nadie olvida las palabras de éste sobre el insomnio que sufriría de tener a aquél en cama de La Moncloa. Sin embargo, congeniaron pronto seguramente porque sus personalidades egocéntricas no son tan diferentes y la escena les apasiona.
El fundador de Podemos colabora entre otros medios en la Cadena Ser, en el programa Hora 25 los lunes, en un espeso pero educado debate con el ex ministro popular José Manuel Margallo, con un ego incluso superior al de Iglesias, y la ex vicepresidenta socialista Carmen Calvo. Se respetan, no se quitan la palabra y hasta con deferencia se dirigen entre sí anteponiendo el cargo que ocuparon. También escribe artículos para el diario abertzale vasco y el de los independentistas catalanes. Y últimamente ha comenzado a manejar su gran juguete del que tiene grandes expectativas: un podcast televisivo al que ha bautizado ‘La Base’ en el diario Público gracias a su gran amigo millonario Jaume Roures, que sigue confesándose maoísta. Es allí mediante esa plataforma desde la que Pablo emprende su campaña contra medios o periodistas que no gozan de su simpatía. En realidad, es otra de sus contradicciones: ama a la prensa y al mismo tiempo la odia, porque en el fondo querría domeñarla con regulaciones.
El retorno al protagonismo político ha ido creciendo sobre todo en las últimas semanas. Más allá de sus odios viscerales a todo lo que representan PP y Vox, ataca sin tapujos al ministro de Exteriores, José Manuel Albares, pero sobre todo a la titular de Defensa, Margarita Robles, a la que tilda de haberse entregado a Estados Unidos en la crisis ucraniana. Iglesias se muestra comprensivo con la actitud amenazante del presidente ruso, Vladímir Putin. Robles, con la finura que le caracteriza, ha respondido diciendo que el fundador de Podemos habla muchas veces sin conocer el dossier.
Con todo, lo más notable y digno de un diván freudiano es la sutil destrucción de su hasta ahora amiga leal Yolanda Díaz, criticándola a través de comentarios en los medios y en el mundo podemita, sobre todo desde que la vicepresidenta y ministra anunció meses atrás su intención de poner en marcha un movimiento social de izquierdas por encima de los partidos con vistas a encabezarlo en las próximas elecciones. «Hay demasiados egos», declaró Díaz en una entrevista en la Cadena Ser meses atrás sin querer especificar nombres. Su gran proyecto, la reforma laboral, aprobada la semana pasada gracias al voto equivocado de un diputado popular, ha sido saboteado de forma maquiavélica por Iglesias en sus participaciones en radio y periódicos y ella es plenamente consciente de ello. La titular de Trabajo ha confesado que siente haber fracasado por no haber podido obtener al final el respaldo de los nacionalistas catalanes y vascos. Ella se habría marchado del Gobierno si el Parlamento hubiese tumbado su decreto ley, según ha insinuado. A Díaz se le observa cada vez más cansada de la política nacional y esa idea suya de emprender una tercera vía progresista va apagándose poco a poco.
Iglesias mantiene sus contactos de cuando era vicepresidente del Gobierno. Se relaciona con José Luis Rodríguez Zapatero, con el asesor de Sánchez, Iván Redondo, que al igual que él pretende mover y trenzar hilos desde el mundo de los medios o con el polémico director del CIS, José Félix Tezanos, quien le filtró dos días antes la última encuesta de las elecciones de Castilla y León. Estúpidamente o no, el fundador de Podemos lo adelantó en un tuit que luego borró, pero con el que quedó claro que sigue estando muy activo y también que no sabe guardar un secreto. Así ocurría cuando pisó las alfombras del poder.
Unidas Podemos desde que se retiró él es una jaula de grillos. La secretaria general y ministra, Ione Belarra, carece de liderazgo aunque últimamente parece empeñada no sólo en mover el suelo a Yolanda Díaz, sino en agrietar la solidez de la coalición de gobierno cada vez más dividida en dos bandos. Se ha enfrentado a la ministra de Defensa en la crisis ucraniana y le ha sacado los dientes a la titular de Hacienda, María Jesus Montero con la reforma fiscal que ésta prepara con un comité de sabios, pero que a la dirigente podemita le parece insuficiente y ya ha anunciado otra de su partido, más radical, a fin de que el fisco recaude anualmente hasta 30.000 millones de euros con un impuesto a las grandes fortunas.