Espías envenenados por Rusia que cobraban del CNI
Los agentes Alexander Litvinenko y Sergei Skripal, a diferencia del oligarca Roman Abramovich, le tocaban las narices a Putin
«Negar incluso después de la evidencia». Esta es la máxima que guía los comportamientos del Gobierno ruso cuando lleva a cabo acciones dirigidas intencionadamente para que sus enemigos tomen nota y sientan pánico, pero que públicamente nunca reconocen. Son los asesinatos masivos indiscriminados de civiles en ciudades ucranianas como Bucha, pero también los envenenamientos selectivos de sus más odiados en diversos países europeos.
El misterio con el que se rodean estos atentados salvajes viene a cuento de una historia especialmente oscura ocurrida hace un mes. Roman Abramovich, el oligarca ruso conocido por ser el dueño del Chelsea, se ha convertido en uno de los negociadores de Putin –él dice que actúa en nombre propio- en la guerra de invasión de Ucrania. El pasado 3 de marzo se encontró en Kiev con dos negociadores ucranianos y la consecuencia inmediata fue que los tres padecieron los síntomas típicos de un envenenamiento. Por suerte salieron adelante, que es lo importante. La noticia se filtró y las especulaciones sentaron mal especialmente a los rusos, porque recordaban que ese tipo de acciones son típicas de venganzas ejecutadas por su espionaje, ya se el interior, el FSB, o el militar, el GRU.
Nadie ha estado interesado en aclarar ese suceso y sí en restarle importancia. Lo contrario de lo que pasó en dos de los intentos de asesinato ocurridos en los últimos años contra espías rusos vinculados estrechamente al servicio secreto español, que actualmente lleva el nombre de Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
Litvinenko y la mafia rusa en España
Alexander Litvinenko era un agente del FSB que se enfrentó al sistema y especialmente a un antiguo compañero llamado Vladimir Putin. Le hicieron la vida imposible por su deseo de denunciar las relaciones del servicio secreto con la mafia. Tanta persecución le obligó a abandonar Rusia y a pedir refugio en el Reino Unido, uno de los países tradicionalmente más predispuesto a acoger a los ciudadanos de ese país obligados a abandonarlo para salvar la vida.
Litvinenko colaboró activamente con los británicos MI5 y MI6 para facilitarles todo tipo de información sobre el funcionamiento del sistema ruso y de sus servicios de inteligencia, y también sobre la personalidad y relaciones personales del presidente Putin.
C., delegado del CNI en Londres, conoció las revelaciones de gran utilidad que estaba haciendo el ex espía, y solicitó a sus colegas la oportunidad de hablar con él. Le interesaban varios temas pero uno especialmente: la relación de las mafias rusas asentadas en España, cada vez más peligrosas, con el servicio secreto ruso y, especialmente, con Putin.
La iniciativa fue un éxito y C. terminó metiendo a Litvinenko en la nómina de colaboradores pagados del CNI, con el permiso del MI6, que también le ingresaba dinero mensualmente. Más aún, La Casa gestionó que el ex espía se presentara voluntariamente a declarar en la Audiencia Nacional para ayudar a desenmarañar las conexiones de los mafiosos.
El 1 de noviembre de 2006, Litvinenko se reunió en el hotel Millennium de Londres para hacer negocios con Andrei Lugovoi y Dmitry Kovtun, dos antiguos espías como él. Se tomó un té sin saber que le habían echado Polonio radioactivo. No tardaron en ingresarle en el hospital con dolores agudos. Murió el 23 de noviembre. El gobierno ruso negó cualquier relación con el asesinato, aunque las evidencias eran numerosas. Consiguieron sus objetivos: Litvinenko murió de la forma más horrible posible y no viajó a España a declarar.
Skripal, gran conocedor de España
Sergei Skripal era un agente del GRU que había estado destinado en Malta, cuando llegó a Madrid en 1993. Entró en contacto con agentes occidentales y fue reclutado por el MI6 británico en 1995, con el conocimiento y ayuda del entonces CESID. Su controlador respondía al nombre en clave de Luis, y ambos operaban con la tapadera de una empresa de exportación de vino a Moscú. Su principal misión era informar sobre el funcionamiento de las mafias rusas que dominaban un sector importante del mercado de la droga.
En diciembre de 2004 fue arrestado por alta traición y condenado a solo 13 años gracias a que colaboró con los investigadores del FSB. Posteriormente, en julio de 2010, participó en un canje de espías y se asentó en Gran Bretaña bajo la protección del MI5. Nunca tuvo la intención de dar un paso a un lado. Colaboró con los espías ingleses pero también con otras agencias de inteligencia como el CNI. De hecho, fuentes del espionaje inglés, en un intento de echar balones fuera, intentaron culpar a La Casa de ser la responsable de lo que le pasó posteriormente.
El 4 de marzo de 2018, Yulia Skripal viajó de Moscú a Londres para visitar a su padre. Los médicos de urgencias los encontraron desplomados a punto de morir en un banco público en las cercanías de un centro comercial de Salisbury. Habían sido envenenados con Novichok, un agente nervioso utilizado por la URSS durante la Guerra Fría.
El gobierno ruso, siguiendo su propia tradición, desmintió ser el responsable. La investigación inglesa señaló a los coroneles de la inteligencia militar rusa que manejaban identidades ficticias: Anatoly Chepiga y Alexander Mishkin. Por suerte padre e hija salvaron la vida y han podido seguir colaborando con servicios como el CNI. Y los del MI5 esperan en el futuro protegerles mejor.