Ni Unidas, ni Podemos
«El espíritu de Unidas Podemos está en descomposición. De ese aire fresco que traían tras el 15-M no queda ni el aire»
Cuatro años ya de la llegada al poder de Pedro Sánchez tras la primera moción de censura que triunfaba en la democracia española en el Congreso de los Diputados. Un Sánchez que pese a conseguir por dos veces seguidas los peores resultados que nunca haya obtenido un candidato socialista en unas elecciones generales en la democracia reciente, lleva cuatro años en Moncloa. Eso sí, años bajo la sombra de Podemos. El partido que venía a transformar y revitalizar la democracia española. Los que impidieron que Sánchez gobernara con Ciudadanos, y los que permitieron al líder socialista pactar y formar gobierno en 2020 con el apoyo de independentistas y nacionalistas.
La coalición PSOE y Unidas Podemos para formar gobierno nació con un indudable toque ‘marxista’. Nadie ha cumplido mejor eso de «la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte». Tal cual. En realidad, Sánchez ha presidido y preside un gobierno con ministros socialistas en el que además hay otro mini gobierno. Hay otra parte contratante sobre la que no manda y que está formado por una vicepresidencia, antes en manos de Pablo Iglesias y ahora en las de Yolanda Díaz, y cuatro ministerios. El pacto de Iglesias con Sánchez era tan detallado entre las partes contratantes que aislaba las competencias sobre cada parte. Ni en las crisis de gobierno Sánchez ha podido cambiar a los titulares de las carteras podemitas, pese a que las desavenencias entre las dos partes contratantes han aumentado según pasa el tiempo.
El ‘estilo Sánchez’ ha conseguido siempre, con un amplio catálogo de todo tipo de verdades, medias verdades y mentiras, mantenerse por encima de estas discrepancias. No ha dudado incluso en ocultar a la parte morada muchas decisiones del gobierno hasta el mismo momento de su aprobación. En este juego, Sánchez ha sabido siempre además usarlos como embrague que gestionara los votos aliados en el Parlamento de fuerzas como ERC o Bildu.
Tras dos años de coalición Sánchez ha conseguido que el panorama que presenta el espacio a la izquierda del PSOE es el de un solar con construcciones sin acabar, otras paralizadas a medias y algunas nuevas que no despegan. Unidas Podemos sufrió el cesarismo de un Iglesias que después de una vida luchando por obtener el poder para «asaltar los cielos» hizo una incomprensible y sonora huida de la política, tras ser masacrado en Madrid por Díaz Ayuso, para refugiarse detrás de un podcast y ahora ejercer de tertuliano.
El espíritu de Unidas Podemos está en descomposición. De ese aire fresco que traían tras el 15-M no queda ni el aire. Esos momentos asamblearios con las primarias como símbolo de democracia y trasparencia, desaparecieron «como lágrimas en la lluvia», que diría el replicante. Las denuncias de pucherazos digitales no fueron nada con el dedazo del macho alfa, Pablo Iglesias, designando a Yolanda Díaz como la sucesora, la vicepresidenta, la nueva jefa.
Pero a Yolanda ni le gusta el partido ni las ministras. Ella viene de ser la única del gobierno capaz de conseguir firmar varios acuerdos sociales con empresarios y sindicatos. De impulsar y convencer para varias subidas del salario mínimo. Tiene un talante más constructivo y dialogante, se entiende mejor con Sánchez y le gusta escuchar y ahora Sumar. Y enfrente, a las dos ministras ni les gusta Yolanda, ni les gusta que la ‘vice’ pase del partido morado.
Yolanda Díaz sabe que a la izquierda del PSOE hay tribus ocultas esperando que caiga la noche y que alguien las reúna, agrupe y vuelva a dar sentido. Yolanda ha buscado la fuerza territorial con gente como Compromís en la Comunidad Valenciana o Ada Colau en Barcelona. Y también se entiende con Mónica García en la comunidad y Rita Maestre en el Ayuntamiento de Madrid. Esta escisión de Podemos, liderada por Íñigo Errejón, encontró en las últimas autonómicas madrileñas un espacio, un tono y un electorado con más protagonismo y proyección, no ya que el casi desaparecido Podemos, sino incluso mayor que el del propio partido socialista.
Con este panorama la situación de Ione Belarra, de Irene Montero o de Alberto Garzón en el gobierno es insostenible, pero no se van. Porque fuera del gobierno su situación es todavía peor. Así que parece que en los últimos meses han profundizado en la idea de que «para lo que nos queda en el convento…». Y disparan contra todo. En Unidas Podemos todos critican y se indignan con su propio gobierno. La guerra de Ucrania, el incremento del gasto en defensa, el giro en la posición sobre Marruecos y el Sáhara, y lo último, la próxima cumbre de la OTAN en Madrid, son todo un desvarío clínico. Alardean todos de que no van a ir a la Cumbre y tienen que escuchar cómo la propia ministra de Defensa, Margarita Robles, les ningunea recordándoles que a la cumbre solo pueden ir el presidente y los ministros de Exteriores y Defensa y que el resto tendrá que ir como mucho a «actos paralelos».
La medalla de oro del despropósito la ha conseguido el portavoz del partido morado, Javier Sánchez Serna, que acusaba esta semana al gobierno de adjudicar ‘a dedo’ los 37 millones de euros que costará la cumbre atlántica en la capital de España. Unos gastos que fueron aprobados en Consejo de Ministros por el Gobierno donde estaban presentes los propios miembros de Podemos. Tuvo que salir la propia Yolanda Diaz a desmentir cualquier irregularidad.
Esa es la situación de Unidas Podemos. Se autoacusan de delitos, la líder designada no quiere al partido, los ministros podemitas tragan sapos, elefantes y dinosaurios, pero no dimiten. Cada vez que hablan son desmentidos por otros ministros. No están ni unidas, ni son Podemos. Son los restos de aquello. Solo les salvan los votos que mantienen en el Congreso. Por el momento.