THE OBJECTIVE
Lo indefendible

El cuadro maldito de Pedro Sánchez

«Sabe Sánchez de la inclinación freudiana de su votante por reencontrarse con la estabilidad emocional de aquel partido renovado y limpio»

El cuadro maldito de Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el expresidente socialista Felipe González (d). | Eva Ercolanese (EFE)

Pedro Sánchez presenta hace unos días el 40 aniversario de la victoria socialista de 1982. A su derecha, aguanta el tipo Felipe González y a su izquierda, José Luis Rodríguez Zapatero. Sánchez se declara «heredero» de los otros dos. «Hay quien mira atrás con pavor -declara-, porque no sabe lo que se va a encontrar en su yo del pasado. Nosotros podemos estar muy orgullosos». Dice «orgullosos» y, entonces, Felipe se queda serio y estático como si fuera de escayola. Detrás de ellos tres, cuelga de la pared la imagen del aniversario, un remake de aquellos dibujos de José Ramón Sánchez de los comienzos de la democracia. La campaña de 1979 titulada ‘Amanecer’ se ha convertido en un icono y al mismo tiempo una maldición en la carrera de Pedro Sánchez que recurre a él cada vez que está en horas bajas y con desastrosos resultados.

Cada vez que el sanchismo se aparece separado del socialismo y necesita el amor de su votante tradicional asustado por los excesos pédricos, invoca al PSOE de toda la vida: la ministra del PSOE de toda la vida, el barón del PSOE de toda la vida o el cartel. Entonces, por breve que sea el espejismo, por mucho que se presente casi en el parpadeo de luz de un rayo, el votante socialista de toda la vida se extasía ante la aparición casi mariana de su partido de siempre y se clava de rodillas, y pone los ojos en blanco, y tiene visiones en las que el partido sigue siendo el partido y sigue pensando que España es España.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (2d), y los expresidentes socialistas José Luis Rodríguez Zapatero (d) y Felipe González (2i). | Eva Ercolanese (EFE)

Es esta una visión casi de ayahuasca en la que la izquierda se encuentra con ella misma y sueña que vuela sobre Rodiezmo y las mayorías absolutas en Andalucía. Sabe Sánchez de la inclinación freudiana de su votante por reencontrarse con la estabilidad emocional de aquel partido renovado y limpio, la honradez de aquellos primeros días casi de lactancia, de impronta de pecho materno. Me refiero a aquel felipismo maternal de chaqueta de pana que decía ‘invienno’ y daba mítines en los campos coloridos de aquella España de los dibujos de José Ramón Sánchez en la que solo era posible el progreso, todo estaba por hacer y por vivir. 

La primera vez que el sanchismo recupera la imagen de ‘Amanecer’ corre el mes de septiembre de 2016. En el PSOE se anuncia que la nueva imagen de Ferraz -unas siluetas de montañas de madera- está inspirada en aquella histórica campaña de 1979. Sánchez admite que «en el PSOE hay un debate» sobre si se debe permitir gobernar a Rajoy. Felipe representa la estabilidad, el pasado y la verdad de la que Sánchez se hace heredero y niño Lama reencarnado aquellos valores de la Transición, la España confiable, constitucional, etc., tan lejos de los pactos con Bildu, el indulto a los líderes del procés y las miserias que hoy le envenenan las encuestas.

El 29 de septiembre, a los tres días del estreno, aparece Felipe en una entrevista en El País jurando que Sánchez le dijo que se iba a abstener en la segunda votación de la investidura de Rajoy y que le había «engañado». Aquel conflicto desata un huracán que toca la costa en la sede de Ferraz a los pocos días, el primero de octubre con un cordón policial en la puerta, una votación del comité federal tras unas cortinas y con una implosión del partido que termina finalmente por arrojarlo desde el balcón -tiempo después se vería que sabía volar-. Esa noche de lloreras y mariachis, cuando Sánchez aparece en rueda de prensa y tensa su mandíbula de titanio para anunciar su dimisión como secretario general, el atrezzo del socialismo felipista está escondido en el garaje de Ferraz. Cuatro días duró.

Ahora se recupera, claro, en este momento en el que, como dijo Ignacio Varela, el PSOE se expone disecado de sí mismo a sacar el árbol genealógico de sus líderes. ¿Acaso el sanchismo es hijo del felipismo? Será, como mucho, hijo del zapaterismo de Zapatero al que se vio en la presentación de la campaña tan contento, atlético e impetuoso como un Spiderman de León. Hasta dijo que en América Latina el problema no era el comunismo sino la pobreza y la desigualdad, que es como decir que el problema del incendio no es el fuego, si no la ceniza y los montes quemados.

De la campaña de 1979 a esta de 2022 han pasado los años y el sanchismo. En el paisaje renovado del ‘Amanecer’ de José Ramón Sánchez ya no quedan los pueblos ni las fábricas. Ahora hay campo sin gente, puede ser que por efecto de la España vaciada, una playa y el mar, que ya dijo Jorge Manrique lo que era en las coplas por la muerte de su padre. Estamos de nuevo en lo del padre, el heredero, matar al padre, y un largo etcétera de filiaciones de las que pretende tirar el sanchismo, hoy tan bastardo. Ahora aparece Sánchez en el centro de la imagen y, en lugar de agarrarse a gentes del pueblo, se toma del hombro con ZP y Felipe González, que comparece un poco en la postura de la rueda de prensa del otro día, serio, tenso y encogido como si le hubieran posado una pistola entre los hombros. 

El mañana es predecible; es el pasado el que nos da verdaderas sorpresas. Ya en 2016 pude hablar con el artista de la primera e histórica campaña. José Ramón Sánchez, Premio Nacional de Ilustración 2014, aseguraba que nadie del PSOE se había puesto en contacto con él y de los líos del partido, prefería no pronunciarse: «Es algo que me duele. Es como si me preguntara por mi padre alcohólico», dijo. 

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