En defensa de los cuñados fachas
«Mi consejo es dejar a la gente en paz y no dar la turra, no sea que todos terminen pensando que el cuñado eres tú»
En una de sus encíclicas en Twitter, el PSOE advierte de que esta Navidad hay que guardarse de los cuñados fachas. No sé dónde empezó la animalización del cuñado. He mirado en Wikipedia y no viene quién inventó esta cosa por la que tu cuñado es facha, conspiranoico y fascistón. Ya sabes, el tonto, el bobo, el borde, el que no tiene cultura, el machista que viene a darte la tabarra, el marido de tu hermana al que debes combatir según la izquierda y su brigada anticuñadista.
La criminalización del cuñado está originariamente próxima a la criminalización de la suegra, que por supuesto no comparto, pues mi suegra es una mujer fantástica, vaya por delante. La suegra no le funcionaba a la izquierda como demonio político. Por muchos fallos que tenga y por mal que te lleves con ella, la suegra es una segunda madre y mandarla a fusilar da un no sé y una ternura que el cuñado no despierta, al parecer. Si las guerras civiles se hacen entre hermanos, a ver por qué no vas a librar esta con tu cuñado, ese idiota que vota al PP, ya no digamos a Vox.
Porque el esquema de la polarización aplicado a escala te dice que cenarías con Arnaldo Otegi -ETA dejó de matar como le pediste; ahora no le puedes negar una cena a Arnaldo-, pero a tu cuñado le sacarías los ojos. Yo no. Yo si mi cuñado me viene a decir que se me ha ido la chaveta con la política y que me he hecho antisanchista por encima de mis posibilidades, pues se lo concedo en un momento dado porque es mi cuñado y porque prefiero escuchar a mi cuñado diciendo cosas sanchistas que a Pablo Iglesias dando la turra en su podcast con que Ucrania iba por ahí provocando.
«De nuevo aparece la familia como esa institución retrógrada donde al ciudadano se le reblandece el seso hasta el punto de conceder que a su cuñado se le pueden conceder argumentos»
Esta es una civilización construida alrededor de la familia o al menos, del principio por el que uno se fía más de su familia que de la web del PSOE. El familiar, por cuñado que sea, proyecta sobre uno una autoridad de la que no goza el partido político al que vota. Ahí se desactivan unas pocas guerras civiles que suceden cuando los familiares adquieren la condición de adversarios. O eso creía yo, probablemente influido por mi natural conservador o incluso cristiano, definitivamente alejado de la izquierda que cree que mis hijos -míos, digo-, en realidad son de aquella ministra Celaá y de Ángela Rodríguez Pam, y por eso es mejor que los críe la comunidad, sea lo que sea eso.
De nuevo aparece la familia como esa institución retrógrada donde al ciudadano se le reblandece el seso hasta el punto de conceder que su cuñado, su madre, su hermano o su padre son gente a la que se le pueden conceder argumentos. Gente en la que se puede confiar. O al menos, gente en la que se puede confiar más que en los candidatos de Podemos a las autonómicas de mayo que han dicho esto o lo otro. Y si te sientas a la mesa reproduciendo el último argumentario de la izquierda podenca según el cual este el último solomillo que vamos a comer porque en adelante nos alimentaremos de insectos, tu sobrina de quince años se ha puesto una minifalda que la sexualiza según los cánones impuestos por el yugo -y las flechas- estético y heteropatriarcal y el Nutriscore deja fatal al jamón de Guijuelo, lo normal es que el cuñado facha le diga: «Va, Juan Luis, por favor, no digas más jilipolleces». Y quizás tenga razón.
Yo no perdería el tiempo provocando al cuñado facha al que hago perfectamente victorioso, pues la cena de Nochevieja en sí, tan abundante, festiva y alegre, ya supone una reivindicación suficiente de su mundo y está abrazando esa paz prepolítica propia de los felices años noventa, cuando nos tirábamos los trastos a la cabeza discutiendo acerca de en qué casa se comía la mejor sopa de pescado, o si la camisa esa es una horterada. Mi consejo, cuñado del cuñado, es dejar al cuñado facha disfrutar hundiéndose en su intolerable felicidad de niños contaminantes, matrimonios imperfectos y duraderos, carnes sangrantes de animales ejecutados injustamente, coche diesel, hipotecas y chistes de hace veinte años que no pasarían el mínimo tribunal woke. En definitiva, dejar a la gente en paz y no dar la turra, no sea que todos terminen pensando que el cuñado eres tú.