¿Dónde hemos ido a parar?
El Congreso del partido convocado por Sánchez en 2017 destruyó la participación interna. En el nuevo PSOE solo existiría el líder. Se imponía un sistema plebiscitario
Es ya una opinión bastante generalizada que estamos asistiendo a gran cantidad de dislates gubernamentales y legislativos. A un problema le sigue otro y el Frankenstein que sostiene al Gobierno persigue la ruptura con los valores de la Transición, es decir, quiere acabar con la idea de la reconciliación nacional. Pero también avanzan hacia la ruptura de la unidad de España, la derogación o modificación sustancial de la Constitución y la ocupación de los órganos de control como el Tribunal Constitucional.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo ha sido posible que el PSOE se haya diluido?
Antes de seguir conviene recordar que las democracias europeas son «democracias de partidos». Pues bien, en esa línea, la Constitución española de 1978 otorgó a los partidos un papel central. A cambio de amplias competencias, la Constitución española impone a los partidos solo una condición (artículo 13): «Su estructura interna y su funcionamiento deberán ser democráticos». Pero nunca se ha querido concretar en una ley cuáles son esos mecanismos democráticos internos.
La mala deriva del PSOE comenzó con unas primarias que, saltándose los estatutos del Partido, convocó Joaquín Almunia. Unas primarias que él perdió frente a José Borrell. Allí empezaron las mal llamadas primarias, hoy vigentes en casi todos los partidos españoles. Primarias que se parecen a las estadounidenses como un huevo a una castaña, pues en España sólo votan los afiliados y quien sale elegido se cree legitimado para hace lo que le dé la gana.
«En 2015, el PSOE, ya con Pedro Sánchez al frente, cayó a 90 escaños»
El 20 de diciembre de 2015 el PP, con Rajoy a la cabeza, obtuvo 123 escaños, 63 menos que en las anteriores elecciones. Al PSOE, ya con Pedro Sánchez al frente, no le fue mejor y cayó a 90 escaños, 20 menos que en 2011. Ahí llegó la dispersión política.
Ante la imposibilidad de formar gobierno se convocaron nuevas elecciones, que tuvieron lugar el 26 de junio de 2016. El PP obtuvo 137 escaños (subió 14 escaños). El PSOE de Sánchez perdió 5 escaños, quedándose en 85. El batiburrillo izquierdista de Podemos y su tropa consiguió 61 diputados (muy por debajo del tan ansiado sorpasso contra el PSOE). Ciudadanos obtuvo 32 diputados.
Tras esos malos resultados de Sánchez se produjo un movimiento dentro del PSOE en pos de la sensatez: abstenerse y dejar gobernar al PP.
Tras las elecciones gallegas y vascas, Pedro Sánchez lanzó su propuesta: primarias en el PSOE el 23 de octubre de 2016 para resolver el problema de su liderazgo y conseguir que el PSOE tuviera «una única voz». Ante el empecinamiento del «no es no» dimitió más de la mitad de su Ejecutiva, lo cual implicaba la constitución de una gestora para dirigir el partido.
A las 21.30 horas del sábado 1 de octubre de 2016, tras 11 horas de enfrentamiento agónico, Pedro Sánchez abandonó la sede del PSOE en estado de shock, tras haber dimitido como secretario general. El Comité Federal había rechazado su propuesta de convocar primarias. Lo único positivo que se sacó de aquel desastre interno fue la abstención ante la investidura de Rajoy.
Una vez creada la gestora, ésta podía haber seguido hasta las próximas elecciones, pero al final convocó nuevas primarias para elegir entre Pedro Sánchez y Susana Díaz. Y Susana no se había dado cuenta de que al defenestrarlo de tan mala manera había hecho de él un mártir y fue ese martirio lo que le dio la victoria. Susana perdió las primarias por goleada: obtuvo el 39,9% de los votos frente al 50,26% de Sánchez (Patxi López, el 9,84%).
Aquella derrota de Susana Díaz significó también la de la vieja guardia, la del PSOE de Felipe González.
«Nadie en su sano juicio pudo ni podrá entender jamás por qué Sánchez y Rivera no se pusieron de acuerdo»
Poco después de su éxito en las primarias, Sánchez convocó el 39º congreso (junio de 2017), que trajo consigo la destrucción del sistema interno de participación y discusión; en eso consistió el Reglamento federal aprobado el 17 de febrero de 2018. En el nuevo PSOE solo existirían: el líder elegido en primarias y las bases. Es decir, se imponía un sistema plebiscitario.
Después de aprobar los Presupuestos Generales con el apoyo del PNV, Rajoy sabía que la sentencia del caso Gürtel (de 1.687 folios) no iba a tardar en llegar y preveía que no sería buena. Y en una adenda redactada por José Ricardo de Prada (que más tarde el Tribunal Supremo sentenciaría que era falsa) se justificó la moción de censura presentada por Pedro Sánchez. La moción de censura se votó el 1 de junio de 2018.
Aquel Gobierno salido de la moción de censura no duraría mucho. El 28 de abril de 2019 se celebraron nuevas elecciones y Sánchez consiguió 123 escaños, 38 más de los que tenía.
Cualquiera que sepa sumar sabrá que 123 (PSOE) más 57 (Ciudadanos) arrojan un total de 180 diputados. Una cómoda mayoría absoluta. Nadie en su sano juicio pudo ni podrá entender jamás por qué Sánchez y Rivera no se pusieron de acuerdo, cometiendo ambos un dislate desestabilizador.
Fue así como España se vio abocada a nuevas elecciones, en las cuales el PSOE perdió tres escaños, el PP ganó 23 y Vox 28. El listo de Rivera perdió 47 diputados y Podemos bajó 7 escaños. La misma noche de las elecciones Sánchez dijo a sus próximos que iba a pactar con Podemos y, en efecto, Iglesias y Sánchez se dieron poco después un abrazo, que no fue el de Vergara, y Sánchez sacó adelante su investidura con el apoyo de todos los enemigos de la Constitución.
Para acabarla de amolar, llegaron la pandemia, la guerra de Ucrania, la inflación y una disparatada deuda pública. Pero eso poco importa, pues «nuestros enemigos son una cuadrilla de fascistas»… y a vivir, que son dos días.
Imaginemos, sin embargo, que Sánchez es desalojado de La Moncloa a finales de 2023. ¿Qué será del PSOE? Miro la bola de cristal y sólo veo una palabra: erosión. Voy al diccionario y leo: «Desgaste de prestigio o influencia». Pues eso.