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La Transición nunca olvidó la Guerra Civil

«La recuperación del pasado fue una necesidad colectiva a fin de que la nueva democracia española tuviera conciencia inequívoca de los fracasos anteriores»

La Transición nunca olvidó la Guerra Civil

Ilustración de Erich Gordon.

En una de sus intervenciones en los debates que tuvieron lugar en marzo en el Congreso, en el curso de la moción de censura que Vox presentó contra el Gobierno de Pedro Sánchez, Ramón Tamames, candidato alternativo a la presidencia del gobierno de acuerdo con los mecanismos que regulan el ejercicio de ese tipo de moción, citó a Raymond Carr y, si no entendí mal, le atribuyó la tesis de que la Guerra Civil de 1936-1939 comenzó en realidad con la revolución de octubre de 1934, desencadenada por el PSOE, con el apoyo de Esquerra Republicana de Cataluña, del Partido Comunista y de la izquierda comunista, y en Asturias también de la CNT. La tesis –octubre de 1934 (y no el 18 de julio de 1936) como primer episodio de la Guerra Civil— tuvo, si se recuerda, cierto eco público hace ya algunos años, al hilo de la aparición de algunos libros de notable éxito comercial sobre la cuestión. No entré entonces, ni lo haré ahora, en ese debate (si es que hay tal debate).

Me limito a recordar que, cualquiera que sea la valoración que la revolución  de octubre de 1934 merezca, el franquismo festejó siempre el 18 de julio como la fecha de lo que definió como «el alzamiento nacional», que declaró el 18 de julio como festivo (y así lo fue hasta el final de aquel régimen), y que incluso instituyó el abono en esa fecha de una paga extraordinaria de verano para todo clase de empleos y trabajo en España, remuneración previamente inexistente y que continua en vigor desprovista ya de su significación originaria.

No recuerdo, en cualquier caso, que Carr afirmara nunca que la Guerra Civil empezó en octubre de 1934. Aunque en su obra no falten juicios y afirmaciones categóricas –que son siempre incitantes-, era como historiador demasiado inteligente como para no sutilizar siempre la visión de las cosas, y como para no advertir siempre al lector de la complejidad de toda situación histórica, y especialmente así de situaciones-límite, como lo fue indudablemente la Guerra Civil Española. La verdad histórica, o las aproximaciones verosímiles a la misma, son siempre –decía Ranke—más interesantes que otras formas de explicación (ficción novelesca, mitos, leyendas, memoria histórica…). La obra de Carr es un claro ejemplo de ello (como lo fue, y así quiero decirlo, el libro de Tamames La República. La era de Franco, primera edición de 1973, volumen que integró, con otros libros igualmente excelentes, la estimabilísima Historia de España dirigida por Miguel Artola y publicada en los años finales del franquismo, un indiscutible acierto editorial e historiográfico). 

«La Guerra Civil, aunque se internacionalizó de forma inmediata, fue un problema español»

Carr no enumeró de forma detallada y pedagógica en ninguno de sus libros (por ejemplo: España 1808-1939 y La tragedia española) las causas de la Guerra Civil, sino que expuso, al hilo de una narración siempre compleja, los hechos que fueron precipitando a España hacia la Guerra Civil. Que fueron éstos, si mi lectura de Carr, reitero, no es errónea: 1) la revolución de 1934 como antecedente (que no es lo mismo que inicio) de la guerra y como ruptura –que es lo que me parece más sustantivo—de la legalidad republicana por la izquierda española y el nacionalismo catalán de izquierda para impedir la llegada al poder del partido, la CEDA, el partido de la derecha católica española, que había ganado las elecciones meses antes de octubre del 34; 2) debilidad y contradicciones de la República en 1935 y primeros meses de 1936, y dentro de ello, debilidad extrema del Gobierno Casares Quiroga formado tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936; 3) lenguajes de violencia, creados de una parte por las Juventudes socialistas y comunistas, y de otra por Falange Española; 4) conversión del monarquismo y del tradicionalismo españoles al seudo-fascismo; 5) apelación al Ejército de las clases conservadoras y católicas; 6) tradición de pronunciamiento del Ejército español desde el siglo XIX cuando el poder estaba en la calle (que es lo que ocurría en la primavera de 1936); 7) acusada polarización y politización de masas en todos los años de la República pero especialmente así en 1934-1936.

El Gobierno Casares Quiroga cometió además el error de trasladar lejos de Madrid, sin duda para neutralizarlos, a los generales Franco, Goded y Mola, traslado el de este último a Pamplona particularmente erróneo. El asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio del 36 hizo el conflicto, en preparación desde las elecciones de febrero, inevitable.

«Sólo entre 1975 y 1995 se publicaron 1.848 libros sobre la guerra»

Podríamos decirlo de otra manera. En 1936 no había amenaza comunista en España: había en cambio un gravísimo y doble problema de degradación del orden público y de deslegitimación de la República, agravado ahora, abril de 1936, con la destitución del presidente Alcalá-Zamora, en una operación política impulsada por Prieto y Azaña, posiblemente con la idea de recuperar la República de 1931. Pero hablamos de una operación de base constitucional y jurídica harto discutible y por ello difícilmente  justificable. La Guerra Civil, aunque se internacionalizó de forma inmediata, fue un problema español. Tuvo causas internas. La causa inmediata fue la sublevación  —golpe militar—contra la República de una parte del Ejército, con apoyo popular; la causa última: la crisis política y social de la República, y la profunda división moral e ideológica que muchas políticas sectoriales de los gobiernos republicanos provocaron en el país.

La Guerra Civil Española fue todo menos simple. Para Julián Marías fue un fracaso colectivo, un naufragio. Dejó, como era lógico, huella indeleble en la memoria de los españoles: fue el episodio culminante, y el más atroz, de la crisis española del siglo XX. Era así literalmente imposible que la memoria de la guerra se olvidara, o que la nueva democracia española, la Transición, pactara guardar silencio sobre la guerra como garantía de su propia estabilidad. Fue exactamente al revés. La recuperación del pasado —y de lo que aquí se habla, del pasado más dramático de la historia reciente del país— fue una necesidad colectiva a fin de que la nueva democracia española tuviera conciencia clara, inequívoca, de los errores que llevaron a experiencias democráticas anteriores al fracaso, al naufragio. El dato es inapelable: sólo entre 1975 y 1995 se publicaron 1.848 libros sobre la guerra (92 al año, ocho al mes, dos a la semana, así durante 20 años).  

Juan Pablo Fusi es catedrático emérito de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Real Academia de la Historia.

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