'La Casa': el día que el Gobierno decidió no secuestrar el primer libro sobre el CNI
Se cumplen 30 años de la publicación del primer libro sobre el servicio de inteligencia, el final del silencio sobre sus actividades
El fallecido Fernando Lara, gran capo en 1992 de la parte editorial del grupo Planeta, e Ymelda Navajo, directora general de Temas de Hoy, acordaron que solamente ellos estarían al tanto de la existencia del libro que Fernando Rueda —es decir, yo—estaba escribiendo y que publicarían en 1993. Había una razón eminentemente comercial: temían que si se enteraba el Gobierno, en ese momento presidido por Felipe González, ordenara su secuestro amparándose en la Ley de Secretos Oficiales procedente del franquismo, la misma que sigue en vigor hoy en día por la falta de acuerdo en el Congreso de los Diputados para su actualización.
Así me lo hizo saber Ymelda: «En otros países occidentales sí se han publicado manuscritos sobre sus servicios secretos, aunque en algunas ocasiones, como es el caso del Reino Unido, han intentado impedirlo. Desconocemos la reacción de nuestro Gobierno, así que llevemos al límite el secreto y no contemos nada a nadie hasta que los libros hayan llegado a las librerías».
Yo había comenzado a publicar historias sobre los espías españoles a mediados de los años 80. Los jóvenes que hacíamos información de Defensa fuimos los primeros que con cierta regularidad, sin abundancia, contábamos historias sueltas sobre las actividades del entonces Cesid. Una vinculación lógica pues en aquellos tiempo el servicio secreto era todavía netamente militar, como lo habían sido sus antecesores durante la dictadura.
Tras el golpe de Estado del 23-F, Emilio Alonso Manglano había sido nombrado director por recomendación del rey Juan Carlos y con el apoyo del presidente Leopoldo Calvo Sotelo, a quien conoció en reuniones «donjuanistas» durante el franquismo. Fue el gran modernizador: metió civiles, mujeres, compró medios técnicos, hizo un gran despliegue internacional… pero mantuvo la misma idea de que nadie metiera las narices en sus asuntos, sus actividades debían ser totalmente secretas.
Esto despertó el temor de la editorial y el mío también. Durante cerca de dos años viví en la clandestinidad más absoluta en mi nueva faceta de escritor de no ficción. Cuando concluí el manuscrito, se lo llevé a Ymelda. Hizo dos copias: una para ella y otra para el despacho de abogados del grupo.
Un par de semanas después, me convocó a una reunión en su despacho. Cuando llegué había un abogado maduro y otro más joven. Este último sujetaba el que supuse era mi texto impreso en folios blancos, pero invadido por pósit de color amarillo. Recalco: invadido. Ymelda estaba tan encantadora como siempre pero los abogados me pusieron cara de drama. Quizás no la pusieron y fue una impresión errónea por el pánico que me entró a no ver publicado mi trabajo de investigación. El abogado joven tardó unos segundos en sentenciar: «Hemos detectado 1.216 delitos contra la Ley de Secretos oficiales y hemos recomendado la no publicación del libro».
Solo tres cambios
Tengo un pésimo recuerdo del inicio de la reunión. Después me fueron planteando sus objeciones y una a una las fui rebatiendo. Por suerte, Ymelda y Lara ya habían decidido publicar. Hice tres cambios, tres, y en septiembre de hace 30 años, un domingo, el suplemento Crónica de El Mundo, dirigido por mi amigo Miguel Ángel Mellado, dio la noticia de que dos días después saldría La Casa. El CESD: agentes, operaciones secretas y actividades de los espías españoles.
El Gobierno no quiso meterse en el fregado de tomar acciones contra el libro y optó por guardar silencio. Manglano se lo tomó con deportividad —la que no mostraron algunos otros directores posteriores—: «No lo he leído —dijo unas semanas después—, pero aquí todos lo están leyendo». El día de su publicación, en El Corte Inglés de Princesa, en Madrid, el más cercano entonces a la sede del servicio secreto, «en cuanto abrieron sus puertas un señor compró los 20 ejemplares que tenían».
El libro tiene el honor de haber sido el primero que abrió de par en par las ventanas del servicio para que la opinión pública pudiera tener acceso a la información que le afecta. Tres meses liderando las listas de los más vendidos, ocho ediciones y un debate en el Congreso en el que los diputados le mostraron el libro al vicepresidente Narcís Serra, responsable del CESID, y le espetaron que gracias a ese libro se habían enterado de todo lo que él nunca quiso contarles.
Por suerte para mí, cuando publiqué la segunda parte –La Casa II-, mi nueva editora Blanca Rosa Roca, decidió reeditarlo y, ante mi sorpresa, ya suma seis nuevas ediciones. Desde hace 30 años he escrito 17 libros más, pero pocos me han dado tantas alegrías como La Casa. Me gusta pensar que el servicio secreto es en parte mejor gracias a los libros que muchos periodistas hemos publicado ejerciendo el control del poder que los ciudadanos ponen en nuestras manos.