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La agenda populista de Biden y Sánchez

El presidente de EEUU y el español coinciden en asumir una estrategia radical y demonizar a sus rivales conservadores

La agenda populista de Biden y Sánchez

Ilustración de Alejandra Svriz.

Resulta sorprendente observar las similitudes tácticas y estratégicas entre los mensajes de comunicación de la Casa Blanca y los de La Moncloa en los últimos tiempos. El presidente del Gobierno Sánchez y la vicepresidenta Díaz se acercan más a los posicionamientos izquierdistas de la agenda del senador Bernie Sanders y los postulados de la Administración Biden que cualquier otro político o líder en Europa. Biden ha presidido un Gobierno dedicado a los principios populistas e identitarios del ala radical del Partido Demócrata. 

La izquierda de ambos países ha llegado al poder e intenta permanecer en él a través de una coalición mínimamente mayoritaria artificial de minorías. Si dejamos de un lado el historial de plagio de Biden tanto en lo académico como en lo político, quizá sea posible discernir elementos estructurales que justifiquen los paralelismos tácticos y estratégicos entre los éxitos electorales de la izquierda de ambos países. Estratégicamente las nuevas izquierdas americana y española se han descentrado y anclado en la extrema izquierda. Tácticamente, ambas izquierdas han demonizado a rivales moderados y conservadores en ejemplos claros de intolerancia totalitaria.

El reposicionamiento de la izquierda tradicional a una radical y populista, como una izquierda moderna, moderada y mediática, es la clave del éxito electoral de Biden en las presidenciales de 2020, las legislativas de medio mandato en 2022 y, posiblemente, en 2024, y el gran legado histórico del presidente Obama, quien ha conseguido una de las más improbables transformaciones políticas de EEUU. Igualmente, Sánchez ha conseguido reposicionar al PSOE como alternativa aceptable y deseable a Podemos y a otros grupos de ideologías anacrónicas y marginales.

Esto se ha conseguido apelando a una falsa modernidad identitaria, que segmenta y polariza al electorado en contra de la oposición, a la que intimidan, atacan y descalifican sin pudor democrático como reaccionaria, antidemocrática y, como hemos visto recientemente en España, golpista. En EEUU estamos viendo cómo la criminalización de la política nos está llevando casi inexorablemente a la politización de la justicia, con un futuro muy incierto repleto de riesgos y retos institucionales.

Este es hoy el gran reto de la socialdemocracia tradicional, del centro y de la derecha democrática en ambos países. Han quedado descalificadas y marginadas como alternativas peligrosas, represivas e intolerantes, y no como lo que son, los fundamentos de la democracia plural, institucional, capaz de defender a la minoría y a las minorías y garantizar la tolerancia del juego democrático contra los impulso totalitarios.

«Feijóo no quiso en julio defender al centroderecha por miedo a los ataques, la descalificación y la intimidación»

Este fue el gran error estratégico de Feijóo en julio. No quiso defender al centroderecha por miedo a los ataques, la descalificación y la intimidación. Este problema es compartido por demócratas y republicanos moderados que no saben cómo responder a las descalificaciones de la nueva izquierda social mediática. Bill Clinton es hoy persona non grata en Yale o Harvard, donde la nueva izquierda social controla los términos del debate político y determina quién puede o no hablar. Feijóo creyó poder gobernar como un gestor competente con buenas ideas de gestión. Cayó en la trampa de Sánchez al centrar su mensaje en «derogar al sanchismo», inmediatamente atacado como un mensaje reaccionario, antidemocrático e involucionista que no quiso, supo, o pudo defender.

En España hoy, desde el centroderecha sólo el presidente Aznar y Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, son capaces de confrontar la intimidación retórica de la izquierda radical con efectividad y liderazgo. El mensaje de Aznar es coherente, frío, e institucional. El de Ayuso es apasionado, esperanzador y tolerante. Desde el centroizquierda, Felipe González y Alfonso Guerra, que tan de moda están estos días, quizás sean los mejores exponentes de una socialdemocracia efectiva, moderna y tolerante. 

El debate actual sobre el independentismo, la amnistía y las consultas electorales relacionadas eclipsa la verdadera clave estratégica: el bandazo hacia la izquierda del PSOE. Un reposicionamiento que empieza con Zapatero en política internacional (contra EEUU) y se intensifica con populismo económico y social bajo Sánchez, Iglesias y Díaz. Los apoyos y guiños al regionalismo centrífugo son solo un elemento más para establecer una base de poder de populismo mayoritario.

De manera similar, Biden, un político moderado y fracasado en primarias presidenciales previas (1988 y 2008), consigue la nominación en 2020 tras aceptar la agenda populista, de transformación y postmoderna, impuesta por los otros candidatos presidenciales de la era post-Obama del Partido Demócrata, que asume la agenda de la izquierda radical de senadores como Sanders, Warren y nuevos líderes populistas e identitarios como Alexandra Ocasio-Cortez y la Squad radical que ella lidera en el Congreso –Ilhan Omar, Ayanna Pressley, Rashida Talib, Jamaal Bowman y Cori Bush-. La agenda de la Casa Blanca de Biden ha sido la agenda del Congressional Progressive Caucus, no la agenda de la mayoría centrista y modera del país. 

Durante la reciente campana electoral de julio, el mensaje electoral de la coalición liderada por el nuevo PSOE desde Ferraz y desde La Moncloa se asemeja extraordinariamente a la estrategia utilizada por los demócratas durante las elecciones de noviembre de 2022 cuando, como los socialistas en España, fueron capaces de superar las expectativas gracias a un esfuerzo concertado de atacar y descalificar a todo el sector de centroderecha como involucionista, retrógrado y anti-democrático. Sánchez y Díaz han sido capaces de normalizar a la extrema izquierda y su gestión de Gobierno descalificando a Feijóo y al Partido Popular como extremista, retrógrado y antidemocrático. 

Eso es precisamente lo mismo que ya está haciendo el equipo de Biden contra todos los republicanos para posicionarse favorablemente de cara a las elecciones de 2024. Esta semana, en Nueva York, el presidente Biden declaró ante un grupo de contribuidores que se presenta a las próximas elecciones, a pesar de su avanzada edad, para «defender a la democracia» de las amenazas de los republicanos. Notablemente, ya no suele mencionar a Trump, ya que ha conseguido instalar mediáticamente la supuestamente peligrosa identificación entre Trump, golpistas y republicanos, algo que se suele leer en prensa europea frecuentemente.

«Las élites mediáticas de EEUU y España han aceptado que los conservadores representan un riesgo para la democracia»

Las élites mediáticas de EE UU y España han aceptado tres premisas: que la izquierda social es democrática, que los conservadores representan un riesgo para la democracia y que una coalición mayoritaria de minorías identitarias pueden imponerse sobre la minoría mayoritaria. Esa ha sido siempre la clave del éxito político de Trump y su capacidad de atraer a votantes moderados, independientes e incluso demócratas. Entendió en 2016 que para dar respuesta al populismo identitario que representaba el legado ideológico de Obama era necesario volver a respetar a la minoría mayoritaria, sin atacar a las minorías. Hillary Clinton nunca ha reconocido a Trump como un presidente legítimo. La gran mayoría de los demócratas quiere usar el sistema legal para ilegalizar la candidatura de Trump en 2024, a pesar de que vaya por delante en las encuestas con apoyos crecientes de las minorías tradicionales y de moderados e independientes, no solo republicanos conservadores.

En España, la próxima semana veremos cómo el líder de la minoría mayoritaria en el Parlamento, el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, se somete a un debate de investidura según lo establecido por la Constitución. Esto es bueno para la democracia. Saber perder según las normas establecidas es la piedra de toque de la tolerancia. El debate de investidura tendrá que necesariamente incluir la constitucionalidad de la amnistía, las consultas independentistas y otros grandes temas del momento político y social. 

La clave del éxito de la probable derrota de la investidura de Feijóo será si es capaz de articular una visión alternativa y esperanzadora de futuro para la gran mayoría de todos los demócratas con independencia de partidismos coyunturales o ideologías cambiantes. El PSOE ha tenido que someterse a los vientos de la izquierda radical para sobrevivir a la amenaza de Podemos. Entendido. Misión cumplida. Un peligro que en su momento amenazó el legado histórico de González y Guerra, así como la viabilidad del PSOE como fuerza política. Sánchez forzó los límites parlamentarios y del juego democrático para neutralizar la amenaza de Podemos. Ahora lo está haciendo para consolidarse en el poder y someter a la mayoría a través de una mayoría parlamentaria artificial e insostenible. 

Feijóo en la oposición puede conseguir la victoria que se le escapó de las manos en julio. Feijóo puede y debe aceptar la responsabilidad de un líder político nacional e ir más allá de ser un gestor regional competente y partidista. Esta es tarea ciertamente difícil. Solo González y Aznar consiguieron convertirse en líderes nacionales y superar el partidismo. Solo Reagan y Clinton han sido capaces de convertirse en líderes nacionales. El gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, tampoco ha sabido todavía gestionar la evolución de gobernador a candidato presidencial, y está en peligro de tener que abandonar las primarias republicanas después de Iowa o New Hampshire, si es que dura hasta entonces. 

Obama y Biden han conseguido reposicionar al Partido Demócrata como un partido identitario, populista, mayoritario e intolerante. Zapatero y Sánchez han hecho lo mismo, con ayuda de Rajoy, para llegar y mantenerse en el poder.

Esta semana el senador Schumer, líder de la mayoría demócrata del Senado, ha cambiado por primera vez el reglamento de vestimenta de la Cámara Alta. Ha dado instrucciones al Sergeant-at-Arms para que no se obligue a los senadores a llevar chaqueta y corbata dentro de la cámara. Ya podemos ver al senador Fetterman, demócrata de Pennsylvania, con ropa deportiva en el Senado. La lógica es que ha llegado el momento de democratizar el Senado para hacerlo más asequible y dar una mejor imagen de populismo indumentario. ¿Veremos pronto a Sánchez con chándal en los pasillos del Congreso?

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