La CIA fue clave en el asesinato de Carrero Blanco
En diciembre se cumplen 50 años del atentado de ETA y ya es hora de sacar a la luz algunos secretos
Ansioso estoy por ver el documental sobre el asesinato de Carrero Blanco que ha terminado Ernesto Villar, el periodista que mejor conoce el tema y el primero que tuvo acceso al escondido y desaparecido sumario de ese caso tan controvertido. El 20 de diciembre se cumple el 50 aniversario de ese atentado ejecutado por ETA y que, sin duda, cambiaría el destino de España. En las próximas semanas les voy a contar algunas historias curiosas alrededor de ese suceso y del trabajo que el SECED de Carrero realizó en los últimos años de la dictadura. Hoy quería centrarme en una de las claves ocultas que 50 años después siguen sin resolverse: la participación de Estados Unidos.
ETA fue la ejecutora del asesinato, de eso no hay duda, pero mi amigo Antonio Salas, el prestigioso periodista de infiltración, ha aportado un testimonio demoledor. Grabó subrepticiamente una conversación con Ilich Ramírez, Chacal, en la que textualmente le decía: «Yo fui el que debí organizar lo de Carrero Blanco… los de ETA pidieron ayuda».
Muchos en España y en el mundo deseaban que muriera, como han reconocido hasta familiares del propio Carrero. La mayoría porque le consideraban un obstáculo para la Transición y otros simplemente porque les caía mal y estaban en contra de sus decisiones políticas.
«Que Carrero Blanco desaparezca»
En el final del franquismo, Estados Unidos hacía en España lo que le daba la gana, pero Carrero Blanco se lo ponía todo lo difícil que podía. Una muestra sucedió en enero de 1971, en el «Telegrama confidencial 700» enviado desde la embajada estadounidense en Madrid al entonces secretario de Estado, William Pierce Rogers: «El mejor resultado que puede surgir de esta situación sería que Carrero Blanco desaparezca de escena (con posible sustitución por el general Díez Alegría o Castañón)».
Carrero entendía que defender los intereses de España suponía exigirles mayores contrapartidas. El convenio bilateral era humillante: tenían que tratar a España como a un igual y facilitar la entrada en la OTAN, aunque fuera una dictadura mal vista.
Como arma negociadora para que atendieran sus reclamaciones, en octubre de 1973 —cuatro meses después de ser nombrado presidente— tomó una decisión inaudita. Durante la guerra del Yom Kipur, no autorizó el uso de las bases a los aviones estadounidenses que volaban en apoyo de Israel. A pesar de que en la práctica se hizo la vista gorda, las autoridades estadounidenses lo interpretaron como un signo agresivo e imperdonable de enemistad.
El día anterior a su asesinato, Carrero recibió en su despacho a Henry Kissinger, secretario de Estado, durante una visita de menos de dos días a España. Si el mandatario estadounidense llegaba dispuesto a echarle en cara lo de sus aviones en el conflicto del Yom Kipur, se encontró con que el presidente del Gobierno le soltó la disposición española a fabricar armas atómicas a corto plazo, saltándose las trabas impuestas por Estados Unidos y recurriendo si hacía falta a la tecnología de los franceses. Para demostrarle que no iba de farol le invitó a leer dos folios escritos en inglés con los detalles que demostraban que España podía fabricar la bomba.
Sin pruebas definitivas
No existen pruebas concluyentes de que la CIA colaborara discretamente con ETA o de que no hiciera nada para evitar el atentado. El citado periodista Ernesto Villar habla de la CIA, «la sombra más alargada en este caso». Aporta elementos como que «el atentado se produjo a solo unos metros de la embajada de Estados Unidos en Madrid, en una zona peinada durante días». Y explica: «Durante semanas, uno o varios etarras se sentaron en la parada de autobuses situada junto a la legación diplomática, a tiro de cámara, a esperar un autobús que generalmente dejaban pasar, siempre con la mirada fija en un punto, casi todos los días y siempre a la misma hora (…). Y acabaron por atraer la atención, cómo no, de la hipervigilada embajada». Otro detalle importante es que los terroristas de ETA utilizaron explosivo militar C4, el que los estadounidense habían utilizado en Vietnam y que en España solo existía en las bases americanas.
Sin haber recibido esa información, el juez especial con jurisdicción en toda España que investigó el asesinato, Luis de la Torre Arredondo, declaró nueve años después: «Sí, los autores eran conocidos, pero empezó a extenderse una sombra de sospecha: había alguien más que ETA. Me llegaban comentarios, fragmentos de datos, rumores, de que el atentado contra Carrero había sido organizado por otros, y que ETA había actuado como una pandilla, como mano material de otros, de la CIA. Y no estaban infundados esos rumores. ¿A quién iba a beneficiar la desaparición de Carrero? A todos los que querían evitar que la dictadura de Franco se prolongase».
El secretario de Estado, Henry Kissinger, analizaría posteriormente los beneficios del asesinato del presidente del Gobierno en el memorándum secreto 6720 que le envió al presidente Nixon: «La muerte del presidente Carrero Blanco esta mañana elimina la mitad de la doble sucesión que Franco había organizado para sustituirle. Carrero iba a continuar como jefe de Gobierno y el príncipe Juan Carlos, que había sido designado heredero en 1969, iba a convertirse en jefe del Estado después de la muerte o incapacidad de Franco».