La hora más oscura
En la política, algunas jugadas pueden tener consecuencias que perduran mucho más allá del mandato de un gobierno
La decisión de otorgar una amnistía a individuos condenados por graves delitos se está presentando por algunos lacayos mediáticos como una jugada audaz cuyas repercusiones van más allá de las inmediatas implicaciones legales. Sin embargo, en una sociedad sana que valora lo qué es justo, la igualdad ante la ley es un pilar fundamental, y ese irrenunciable pilar, Pedro Sánchez lo está derribando a mazazos con sus concesiones, sentando un precedente muy peligroso. La amnistía lo único que conseguirá es erosionar el principio de igualdad, sugiriendo que ciertos actos podrían no enfrentar consecuencias, lo que sin duda socavará la confianza en el sistema legal y judicial. Este tipo de decisiones no solo afectan el presente, sino que también envían un mensaje a las generaciones futuras sobre lo que es aceptable y lo que no lo es.
Se nos vende que avanzamos hacia una sociedad más pacificada, más cohesionada, un gran reencuentro entre hermanos. Es mentira. La sociedad española está más polarizada que nunca. Y más que lo estará según avance la legislatura. Derogado el delito de sedición, y con una amnistía en la mesa, lo que Sánchez le está diciendo a sus socios es que sus actos quedarán impunes mientras nuestro gran timonel necesite su apoyo y, no contento con ello, Pedro Sánchez quiere levantar un muro entre las derechas y el resto, es decir, entre el franquismo y el progreso que ellos dicen representar.
Se preguntaba Manuel Valls (el que fuera primer ministro de la República Francesa) en Le Monde: «¿Cómo podrá Pedro Sánchez justificar su negativa a dialogar con el principal partido español, el Partido Popular, y a aceptar las condiciones leoninas de un partido que sólo pesa el 1,6% de los votos a nivel nacional y el 11,16% a nivel catalán?».
Pues lo ha justificado. Y vaya si lo ha hecho. Lo hizo en la investidura con su retórica habitual, pero a pocos se le escapa que la amnistía la concede Pedro Sánchez únicamente para mantenerse en el poder, y esa medida de gracia, por mucho que los voceros del PSOE afirmen lo contrario, es inconstitucional e inmoral, una burda manipulación del sistema legal con fines políticos y personales.
Pero «al menos no gobierna la ultraderecha» —murmuran algunos—. La izquierda sociológica ha aceptado de buen gusto el peaje, aunque con ello la credibilidad del reelegido presidente del Gobierno —y los palmeros que le rodean— haya sufrido de nuevo una merma considerable. A muchos votantes socialistas no les inquieta demasiado que las instituciones democráticas estén tocadas de muerte. Gobiernan los suyos. Saben que les han mentido, pero son los suyos. Con la boca pequeña te reconocerán que se ha agravado la brecha entre la ciudadanía y aquellos a quienes se les ha confiado el poder, y que se traducirá en una desconfianza absoluta en la democracia. Ya, todo eso es cierto, pero son los suyos.
Se ha demostrado que los socialistas nunca abrazaron con convicción los principios de la democracia, a pesar de que frecuentemente invocaban con gran énfasis la venerable terminología democrática. Lo más peligroso es que mucha gente de derechas, gente de orden que confiaba en las leyes, también ha dejado de creer en el régimen de libertades del 78 y le han dado buenos motivos para hacerlo. La ultraderecha antidemocrática era muy minoritaria en España, no obstante, esta crisis política la hará crecer. No tengan ninguna duda. El equipo de opinión sincronizada se apresurará a decirnos: «¿Lo veis? ¡Os lo dijimos!». Y Nerón, desde su palacio disfrutando mientras ve España arder.
El panorama no puede ser más desolador. Pedro Sánchez ha conseguido beneficios políticos haciendo «de la necesidad virtud»; cierto, a costa de dinamitar la separación de poderes, la cohesión social y el Estado de derecho. Dicen algunos analistas que la legislatura será corta. Yo no lo creo. Si tuviese que apostar, mi pronóstico es que durará cuatro años. Y luego otros cuatro. Y quizá luego otros cuatro más… Pero hay algo más importante. En el juego de la política, algunas jugadas pueden tener consecuencias que perduran mucho más allá del mandato de un gobierno. Y esta es una de ellas. Nos saldrá caro.
Nos vemos este sábado en Cibeles.