Contra el nuevo muro de la vergüenza
Desde que llegó al poder Pedro Sánchez no ha dejado de abrir abismos ideológicos entre españoles
En su libro La revancha de los poderosos Moisés Naim nos alerta sobre el irresistible ascenso, tanto en los países ricos como en los pobres, de lo que llama «los autócratas 3p» y nos hace reflexionar sobre la sorprendente coincidencia, independientemente de sus programas políticos, de los métodos que utilizan para su escalada a la cima. Desde Hugo Chávez a Orban, desde Erdogán a Putin, tanto en la izquierda como en la derecha, la fórmula es la misma, y puede resumirse en tres palabras: «populismo», «polarización» y «posverdad». De ahí el adjetivo de las tres ‘p’ con el que los define. En mi opinión hay además una cuarta ‘p’, la del partidismo sectario, el aspecto institucional de la polarización, que en España encarna muy bien la ‘P’ mayúscula de Pedro Sánchez.
Se trata, en opinión de Naim, de «dirigentes políticos que llegan al poder mediante unas elecciones razonablemente democráticas y luego se proponen desmantelar los contrapesos a su poder ejecutivo» (¿les suena a algo?) mediante el populismo, la polarización y la posverdad. «Al mismo tiempo que consolidan su poder, ocultan su plan autocrático detrás de un muro de secretismo, confusión burocrática, subterfugios seudolegales, manipulación de la opinión pública y represión de los críticos y adversarios». «Cuando la máscara cae»- advierte Naim- «ya es demasiado tarde».
Los autócratas 3p -afirma Naim- utilizan «la estrategia de la rana hervida» (si se arroja una rana en agua hirviendo, esta saldrá de un salto, pero, si se va calentando poco a poco el agua hasta que hierva, no se dará cuenta). Como destaca Anne Applebaum en un estudio de 2009 en Journal of Experimental Psychology, cuando un comportamiento contrario a las normas se introduce poco a poco, hay más probabilidades de que la gente lo acepte: «El motivo, en parte, es que la mayoría de las personas se consideran a sí mismas rectas y honradas, y esa imagen es resistente al cambio. Cuando determinados comportamientos se convierten en normales, la gente deja de pensar que están mal». Comencemos por el indulto, sigamos con la amnistía, continuaremos con el reforzamiento del autogobierno de los ricos, la cesión del 100% de sus impuestos, el plurilingüismo obligatorio en todo el país (lo ha propuesto recientemente Sánchez en su visita a ERC), y finalmente conseguiremos una autodeterminación en condiciones sumamente ventajosas para los que se autodeterminen, aunque ya serán prácticamente independientes. ¿Para qué necesitarán entonces un referéndum?
La enfermedad de dos de estas ‘p’ (populismo y posverdad) es especialmente grave en los casos que cita Naim en su libro (desde el régimen sandinista de Ortega en Nicaragua al acceso al poder de Trump en EEUU) pero la tercera ‘p’, la polarización, se está dando de manera muy aguda en los países de la Unión Europea; y explica los casos del Brexit, de Polonia o de Hungría, y también el caso español, el intento de Sánchez de construir un muro de separación entre españoles para consolidar su poder.
El «muro de la vergüenza», como se le conocía en gran parte de Occidente, era para el Gobierno de la República Democrática Alemana (RDA), el «muro de protección antifascista». Para Sánchez, su Gobierno (eso dijo en el debate de investidura) es también un muro frente a la «derecha reaccionaria» y «la ultraderecha». Nada nuevo; ese ha sido desde el principio el leitmotiv de la propaganda de muchos autoritarismos de izquierda y también la machacona melodía que ha llevado a la actual coalición reinante hasta el poder; la manipulación maniquea del pasado franquista y su descarada utilización en provecho propio: un caso de manual de la tercera ‘p’ de la que habla Naim.
«Los muros no los levanta una persona, son fruto de una multitud que actúa por una mezcla de convicción, interés o miedo»
«La polarización» – escribe Naim- «consolida el control que el autócrata 3p ejerce sobre sus seguidores. Una comunidad polarizada en la que se da por supuesto que los partidarios van a decir que sí a todo de forma maquinal permite que el líder ejerza su poder con muchas menos trabas que antes. Y un aspecto crucial es que la polarización se puede agravar de forma unilateral, intensificando la retórica en un bando y confiando en que la reacción por parte del otro cumpla su papel. Por eso la polarización es una fuerza centrípeta tan poderosa y concentra un poder que, sin ella, se dispersaría y se desvanecería». ¿Qué haría Sánchez sin Vox?
Pero este nuevo muro de la vergüenza, que para sus constructores es un «muro de democracia y de tolerancia», no lo está construyendo solo Sánchez. Franco no fue el franquismo, Stalin no fue el estalinismo, Castro no fue el castrismo; y el actual secretario general del PSOE tampoco es el sanchismo. Los muros no los levanta una persona en particular, son siempre fruto de una multitud que puede actuar por una mezcla de convicción, interés, desidia, obediencia debida, miedo o ambición.
El muro que está dividiendo a los españoles tiene sus cimientos en millones de votos que por cualquiera de estas razones lo están apuntalando. Como señala Naim la polarización no se debe a los temas ni a las políticas, sino a una cuestión de «simple identidad visceral». «En otro tiempo, hace mucho, la gente asociaba esa identidad a su clase social, a su religión, a su comunidad o a su etnia. Hoy, cada vez más, va a las urnas a defenderla. Ya no se vota por unos principios, ni mucho menos por unos intereses. Hoy la gente vota por su identidad». En otras palabras, «yo soy de izquierdas» o «yo soy de derechas» como el que es del Atleti o del Real Madrid.
«El partido que representa estuvo de vacaciones, con honrosas excepciones, durante la dictadura»
Como lo de levantar un muro tiene reminiscencias nada felices (el de Berlín) la oposición le reprochó a Sánchez que quisiera situar a todos los españoles que no le votaron al otro lado de su muro «de tolerancia». La respuesta de Sánchez fue la de abandonar enseguida la desafortunada metáfora y con el mismo desparpajo sostener que eso había sido un invento de la derecha. Pero, desgraciadamente, no lo había sido (un invento); y no porque sus palabras se pudieran o no interpretar así, sino porque eso es exactamente lo que ha estado y sigue haciendo desde que llegó al poder, levantar, uno a uno, abismos ideológicos en todos los ámbitos de la controversia política; hacer subir por los aires el cadáver de Franco para alancear al moro muerto (la dictadura) cuando el partido al que representa, con honrosas excepciones (pocas), estuvo de vacaciones los cuarenta años que duró.
Moises Naim recuerda en su libro que «demonizar sin descanso a los adversarios y resaltar los asuntos, tanto viejos como nuevos, que dividen a la nación es una estrategia polarizadora que, por desgracia, suele dar muy buenos resultados. Es el método de lo que los marxistas llamaban ‘agudizar las contradicciones’, que tiene una eficacia fuera de toda duda». Así, los que no están con la coalición de Sánchez lo que en realidad desearían es volver al pasado franquista, acabar con las autonomías, arruinar el planeta, meter de nuevo a los gais en los armarios y a las mujeres en las cocinas (lo dijo en el Parlamento). Son ya muchos, por tanto, los bloques de cemento armado de ese muro de polarización que ahora, con un rostro hecho del mismo material, niega estar construyendo.
Para derrumbar este nuevo muro que también está separando a familias y amigos, es a los españoles atrapados en uno de sus lados a los que se debería hacer llegar una idea diferente de nuestro futuro colectivo. Lo único que cambiará nuestro destino es el resultado de próximas elecciones. Hay que inventar, por tanto, algo nuevo; mirar al futuro, no creer en milagros (no existen) y dedicarnos a algo más que a opinar (rezar) y meter papelitos en nuestros particulares muros de las lamentaciones (THE OBJECTIVE, entre otros), recordando los días del esplendor del templo (la Constitución del 78). Necesitamos una coalición de ciudadanos por el cambio, que reivindique la bandera de la ciudadanía democrática y de una España unitaria y federal, pero que no prescinda de otras como la arcoiris, la roja, la ecologista o la feminista; una nueva fuerza política capaz de explicar que ciertos muros solo existen si se cree en ellos. «Es clásico»- escribe Borges en su relato Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius- «el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro».