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El buzón secreto

El día que un palestino mató en Madrid a un jefe del Mossad

La mala convivencia en suelo español de israelíes y palestinos

El día que un palestino mató en Madrid a un jefe del Mossad

El líder de la OLP, Yasir Arafat. | Europa Press

Durante la dictadura de Franco, muchos jóvenes palestinos venían a España a estudiar una carrera y se sentían muy a gusto, bien recibidos y bien tratados. Era una época en la que no teníamos relaciones diplomáticas con Israel, lo que no era impedimento para que sus ciudadanos se movieran con libertad por las calles del país. El objetivo principal de los judíos era controlar las actividades de sus enemigos e intentar captarlos para su causa, aunque los métodos utilizados no fueran los más ortodoxos.

En 1972, Baruch Cohen era el jefe para Europa del Mossad. Durante los meses anteriores al verano, la central en Israel había identificado a un joven palestino que estaba estudiando medicina en Sevilla, Samir Mayed Ahmed, cuya familia residía en Cisjordania. Era un objetivo accesible para convertirle en colaborador y enviarle a algún país árabe para que se infiltrara en la OLP de Yasser Arafat o en algún otro grupo terrorista.

Un par de agentes visitaron la casa de su familia en Cisjordania y le solicitaron a su padre que le escribiera una carta anunciándole que un conocido suyo iba a visitarle y pidiéndole que le tratara lo mejor posible. Ningún padre habría escrito esa carta si no se hubiera sentido enormemente presionado. Además, le exigieron que no le adelantara nada a su hijo, si lo hacía ellos se enterarían y pagaría las consecuencias.

Aparece en escena el agente Molo-Cohen

El 5 de julio, Samir recibió la llamada de alguien que dijo llamarse Euri Molo. Le conminaba a viajar a Madrid para entregarle una carta escrita personalmente por su padre para él. El palestino se mosqueó, pero no dudó, tenía que acercarse a la capital. Allí mantuvieron una cita clandestina y Cohen ejecutó el chantaje. Samir no se opuso demasiado, sabía que si el Mossad quería podía amargarle la vida a sus padres y hermanos. Había tenido la suerte de poder estudiar la carrera de sus sueños en España y todo había cambiado: le tenían atrapado.

Desde entonces, cada poco tiempo, Euri Molo le hacía venir a Madrid y le adoctrinaba para que por su bien aceptara colaborar con él metiéndose en células terroristas para evitar que cometieran atentados. Todo se complicó durante el mes de septiembre: durante los Juegos Olímpico de Múnich, un comando de un grupo palestino llamado Septiembre Negro saltó la cerca de la villa donde residían los atletas, irrumpió en el edificio del equipo israelí y la conclusión final fue la muerte de 11 miembros del equipo. El Mossad se volcó en llevar adelante la bautizada como operación «Cólera de Dios», una campaña de asesinatos selectivos contra todos los que habían jugado algún papel en la masacre. El primer asesinado fue Basil al-Kubaisi, que perdió la vida a tiros en las calles de París el 6 de abril de 1973. Pero antes se resolvería el asunto español.

Samir odiaba a Euri Molo, desconocía que se llamaba Baruch Cohen, pero no albergaba dudas de que era un agente del Mossad, aunque no imaginaba que mandaba el despliegue del servicio secreto en Europa.

El Mossad entrega una pistola a un palestino

El 24 de enero compartieron una cena en la Gran Vía, en la cafetería Nebraska, y después dieron un paseo. Cohen todavía no le había concretado la misión que quería que cumpliera ni el país al que tendría que viajar, pero le preguntó si sabía disparar una pistola. Samir no tenía ni idea, una de las pocas verdades que le contó, pues le había mentido en lo principal: no tenía intención de espiar para él, se sentía chantajeado y cada día que pasaba estaba más desesperado por quitarse la cuerda que le apretaba el cuello.

Al día siguiente volvieron a quedar en la Gran vía, Cohen le llevó a un hotel donde un tercer hombre le entregó una pistola y unas balas. Esa noche no pudo dormir, no sabía cómo acabar con la pesadilla en que se había convertido su vida y se fue a la Casa de Campo a practicar, disparó un arma por primera vez.

Al día siguiente quedaron cerca de la plaza de Callao, desayunaron en la cafetería Manila y Samir salió detrás de Cohen camino de un hotel donde le comunicaría a dónde tenía que desplazarse, cuál sería su misión y quién sería su contacto. Caminando a unos pocos pasos de Cohen, Samir supo que era su momento. Sacó la pistola, apuntó y le disparó tres veces. Le mató, pero tenía tan mala puntería que también hirió a un viandante.

Septiembre Negro reivindicó el asesinato, aunque no había tenido nada que ver. Y el Mossad ofreció un entierro de altura a uno de sus agentes más destacados. Tardaron muchos años en reconocer quién era. Nunca pudieron imaginar que en las calles de Madrid un palestino que estudiaba medicina iba a matar a uno de sus mejores agentes.

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