La moral de los políticos y la muerte de la democracia
Solo si exigimos ejemplaridad a la clase política podremos evitar la degeneración del Estado de derecho
La cuestión de la ética de los políticos es tan vieja como la filosofía. Recientemente tanto Alvise Pérez como Iñigo Errejón han hecho declaraciones en las que (a las claras Alvise, veladamente Errejón) reconocen que han actuado de forma no ética que son reveladoras de lo que piensan sobre esta cuestión..
Empecemos -el orden es cronológico- por Alvise. Tras ser investigado por recibir 100.000 euros en dinero negro, publica un vídeo en el que comienza reconociendo que es cierto y también que es inmoral, pues dice: «¿Quién de ustedes no ha hecho concesiones, pequeños sacrificios de moral para llegar donde está?». Por tanto, se justifica con el argumento de que «lo hace todo el mundo» y también, dice, porque solo reacciona a una inmoralidad primera del Estado, que según él «saquea más de la mitad de los ingresos». También porque es la única forma de «ahorrar» y así no tener que «enriquecerme con mi actividad política» (no queda claro si la alternativa para enriquecerse es cobrar su sueldo de eurodiputado o son fuentes menos claras). Finalmente, parece que lo suyo es un estado de necesidad, pues no hacer factura es «la única salida que les queda a los trabajadores españoles» ante la voracidad del fisco. Reconoce el acto, pero no su responsabilidad y termina animando a los ciudadanos a hacer lo mismo.
De su declaración derivan tres conclusiones. La primera es que si todo el mundo hace algo inmoral, no es condenable. La segunda es que para un político el fin justifica los medios: el «sacrificio de moral» (maravilloso hallazgo, dan ganas de utilizarlo) es para sobrevivir, para no depender económicamente del Estado corruptor. Finalmente, la -supuesta- inmoralidad del sistema fiscal le absuelve de la suya. En conclusión, un político no solo no tiene una obligación de dar ejemplo, sino que por sus especiales circunstancias seguramente tendrá que hacer más «sacrificios de moral» que los ciudadanos corrientes.
El tono y contexto de la carta de Errejón es muy distinto. En primer lugar, porque se trata de una carta de dimisión, lo que parecería implicar una asunción de la responsabilidad por sus faltas. Pero lo cierto es que no reconoce ninguna, solo hipotéticos «errores» al final de la carta.
Tampoco asume ninguna responsabilidad, pues la carta pretende justificar su modo de actuar, colocándose como víctima. Dice que la política «genera un tipo de vida, una cotidianidad, una subjetividad, un tipo de vínculos con el ámbito público, con la fama y con los demás que pasan factura» a la salud física, mental y afectiva. Es decir, que lo que sea que haya hecho (no lo dice) no es culpa suya, sino -parafraseo a Don Mendo– de la maldita política que se apoderó de él. Es víctima también del «patriarcado» y parece que del capitalismo, pues no hay otra forma de interpretar que lamente su caída en ese extraño abismo de una «forma de vida neoliberal».
«Tras la desfachatez de Alvise y la meliflua hipocresía de Errejón encontramos la misma idea: en política el fin justifica los medios »
Además, igual que Alvise, lo que a él le ha sucedido es algo que «experimenta toda y todo el que esté en esta posición». Por supuesto aparecen también el fin y los medios: «En la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz, con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros». Traducido de la neolengua, significa que para tener éxito en política los rasgos psicopáticos de egoísmo, narcisismo y maquiavelismo son necesarios. El hallazgo aquí es el uso del verbo «emanciparse», que nos desvela que la empatía y las necesidades ajenas no son más que una servidumbre…
Por tanto, tras la desfachatez de Alvise y la meliflua hipocresía de Errejón encontramos las mismas ideas: en política el fin justifica los medios y los políticos no tienen responsabilidad por actos -aparentemente- inmorales. La culpa es culpa del Estado que me esquilma, o de la política y el capitalismo que me corrompen. La agresividad de uno, el victimismo del otro, no son más que los trajes que creen que mejor les visten para su público.
El problema es que no están solos. La idea de «hacer de la necesidad virtud» con la que el presidente justificó la aprobación de la amnistía es otra forma de decir que el fin justifica los medios. Que el problema es general lo demuestra también que todos los partidos políticos confunden la responsabilidad moral con la penal, y, por tanto, que si alguien de su partido no es condenado penalmente es que no ha hecho nada malo. La mancha se extiende más allá de los partidos: el politólogo Pablo Simón anima a los jóvenes a mentir porque los adversarios lo hacen, y concluye: «hay que jugar sucio, porque los malos juegan sucio». Buena parte de la ciudadanía también parece haber aceptado el maquiavelismo y la inmoralidad de los políticos, pues de otra forma no se entiende la reelección de Trump o que Alvise mantenga la mayoría de sus seguidores.
El problema es que la democracia no puede sobrevivir sin políticos morales. No olvidemos que Maquiavelo escribía para … un príncipe. Por el contrario, Platón y Aristóteles entendían que en una democracia era necesario que el político fuera virtuoso, pues marca el rumbo de la comunidad y solo siendo ético podrá perseguir el bien común. Javier Gomá sigue esta senda, pero añade que en una sociedad secularizada e igualitaria, en la que no se pueden imponer las políticas por la religión o la autoridad, la ejemplaridad pública es la única legitimación del gobernante.
«Solo si pensamos que la justicia existe podremos defender nuestras democracias»
Más recientemente, Rodrigo Tena nos ha explicado cómo la idea moderna de que no importa la virtud si las instituciones son las adecuadas, es decir, capaces de lograr de manera milagrosa que la persecución de los intereses individuales genere beneficios para todos, está llevando a la crisis de la democracia. Solo si pensamos que la justicia existe -además del interés- y que la vía adecuada para acceder a ella es respetar lealmente las reglas y valores del Estado de derecho, podremos defender nuestras democracias.
La crisis es una realidad, pues cada vez son más los prefieren un gobierno autoritario, incluso en países con paz y prosperidad: un 32% en EEUU, un 28% en Italia, un 37% en Reino Unido, y un 22% en España. El problema es que nosotros, los ciudadanos, tampoco podemos echarle la culpa a los políticos ni al sistema. El poder, al menos en parte, todavía lo tenemos nosotros: solo si exigimos ejemplaridad a los políticos y criticamos a «los nuestros» cuando actúan, podremos evitar la degeneración, y quizás la muerte, de la democracia.