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Opinión

Vox trumputinejo y su infame guerrilla digital

Insultos, mofas sobre la apariencia física, tergiversaciones y acusaciones de estar vendido a oscuros intereses

Vox trumputinejo y su infame guerrilla digital

Santiago Abascal durante la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) celebrada en Washington DC. | Lev Radin (Zuma Press)

Desde que Donald Trump regresó al despacho oval, no ha tardado en dejar a Ucrania a los pies de los caballos. El nuevo presidente de Estados Unidos sostiene que la culpa de la guerra es únicamente de Kiev: Zelenski es un dictador que no tiene apoyo popular, repite, al tiempo que responsabiliza a Ucrania de no haber cedido ante el empuje criminal de Vladímir Putin. Un mensaje que resulta tan repugnantemente indigno como peligroso, porque blanquea la agresión de Rusia y su despotismo expansionista.

Para colmo, entre los apoyos entusiastas, aunque con ciertos matices engañosos, se halla la formación política Vox, cuyo líder, Santiago Abascal, parece querer acomodarse a la línea trumpista por puro interés táctico. La decisión de Vox de romper con el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) tras las elecciones de 2024, sumándose a la plataforma Patriots for Europe (la «Internacional Putinesca» en palabras de Joaquín Manso) y tomando distancia de Giorgia Meloni, pone de manifiesto un reajuste político que evidencia inquietantes alteraciones en los valores que habían venido sosteniendo públicamente. Se siente un aire de seguidismo hacia un discurso que se sitúa en las antípodas de la solidaridad con un país que está siendo brutalmente atacado. El propio Abascal ha publicado en Twitter un mensaje en el que rechaza de plano cualquier implicación militar en apoyo a Ucrania –ni siquiera en misión de paz– y acusa a quienes defienden esa ayuda de haber traído la guerra o de haber dejado indefensa a Europa. En palabras exactas de Abascal, recogidas en su cuenta oficial de X (antigua Twitter): «¿Tropas españolas para poner al servicio de los que han traído la guerra al condenarnos a la dependencia enérgetica dejándonos con ello a los pies de Putin? ¿Tropas españolas al servicio de los que han dejado indefensa a Europa liquidando sus fronteras exteriores? ¿Tropas españolas al servicio de los que han dejado a los europeos a merced de los ataques islamistas? Absolutamente NO».

Apenas unas horas antes, la portavoz parlamentaria de Vox, Pepa Millán, había insistido en la idea de que España no enviara tropas a ningún sitio: «No estamos a favor del envío de tropas a ningún sitio. Nosotros entendemos que nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y el Ejército deben defender principalmente a España y defender a los españoles de los principales problemas que tenemos actualmente, entre ellos la inmigración ilegal».

Estas declaraciones son llamativas, máxime cuando España ya participa en diversas misiones de paz internacionales. Resulta incoherente negar de plano cualquier apoyo, aunque sea diplomático o de carácter humanitario, a un país como Ucrania, cuyo territorio está siendo desmembrado por una potencia enemiga del orden liberal. En lugar de asumir con firmeza un compromiso internacional, Vox se enroca en una postura que, en la práctica, beneficia las pretensiones expansionistas de Putin. No obstante, en Vox siguen jugando a la ambigüedad, pues es cierto que Abascal critica que Europa le siga comprando gas a Rusia y Hermann Tertsch (que se ha distinguido en el pasado por rechazar el régimen de Putin), se solivianta cuando le tildan de «putinejo». Más claro estuvo Juan Carlos Girauta: «Hay un agresor, Putin, y un agredido, el pueblo ucraniano. Quién pierda eso de vista se equivocará». Pero lo que no se puede hacer es soplar y sorber a la vez, estar del lado de Trump y Orbán y a la vez apoyar tímidamente a Ucrania.

Hasta aquí la parte más «política». Sin embargo, la atmósfera tóxica se vuelve todavía más evidente cuando se observan los ataques personales y las campañas de descrédito hacia todo aquél que discrepe de esta nueva línea tan borrosa. En los últimos días, he sido testigo directo de cómo usuarios vinculados al entorno de Vox –anónimos y no tan anónimos– han arremetido con insultos y descalificaciones contra quienes defendemos la causa ucraniana. Uno de los argumentos más repetidos es la consigna: «Si tanto quieres ayudar a Ucrania, vete a luchar allí». Un mensaje desmovilizador y cínico, originado en la propaganda prorrusa, que busca sembrar cobardía en Occidente y desalentar cualquier solidaridad militar con Kiev.

Particularmente virulento ha sido el asesor de Jorge Buxadé en Bruselas, Arturo Villa, al atacar el aspecto físico de varios periodistas y comunicadores que hemos cuestionado la postura del partido. En un mensaje reproducido en X, acompañado fotos de Federico Jiménez Losantos, Fernando Díaz Villanueva y de un servidor, llegó a escribir: «Es una cosa muy curiosa que todos los que hoy insultan a Abascal y pretenden mandar españoles a morir en Ucrania estarían exentos de ser alistados por ser tipos deformes y pusilánimes». Conste que yo jamás he insultado a Santiago Abascal. Pero lo que debería provocar el cese inmediato de este asesor, son las palabras que le dedicó a mi colega Fernando Díaz Villanueva viniéndole a acusar de cocainómano, infiel y putero, en un comentario que rápidamente borró (y que no voy a reproducir aquí, aunque tenga el pantallazo guardado y lo leyeran varias cuentas). Una injuria bastante ridícula, pues Fernando lleva una vida bastante ordenada y ni siquiera prueba el alcohol.

Además, Villa, que llegó a mostrarme fotos de gimnasio luciendo sus bíceps (no sé muy bien qué tipo de complejo arrastra), ha dirigido también ataques concretos contra otros periodistas como Daniel Rodríguez, subdirector de Libertad Digital, de quien dijo que «este tipo sudoroso […] no puede ni sujetar un fusil». A lo que Alonso de Mendoza, que también trabaja en Bruselas, contestó: «Abascal está en el bando correcto y ganador, ni un paso atrás». El bueno de Rubén Arranz, al que seguramente conozcan del Independiente o Vione Media, también ha recibido lo suyo por parte de Arturo Villa: «Otro Mortadelo que no duraría ni 5 minutos en el Frente de Mariupol quiere que nuestros jóvenes vayan allí a morir» (no existe ningún frente en Mariupol). Un día antes, Luis Gestoso, portavoz de Vox del Ayuntamiento de Murcia, llegó a tildar a Rubén de «furcia mediática». Las descalificaciones desde VOX y su entorno no acaban ahí. Desde la cuenta «El judío de Vox», se insinuó que algunos periodistas, así como otras figuras críticas, cobran de la agencia norteamericana USAID y no dudó en calificar a Carlos Cuesta, director adjunto del Grupo Libertad Digital, de cómplice de esta agencia americana para el Desarrollo Internacional, agencia que la administración Trump quiere desmantelar. Yo mismo he recibido estos días muchas acusaciones de cobrar de USAID. 

Los ataques personales son inaceptables y revelan una dinámica en la que cualquiera que se aparte de la línea oficial es señalado y difamado por este «ejército virtual» del partido, «los chicos de la porra», en palabras de Carlos Cuesta. En paralelo, desde Vox han emprendido ataques contra disidentes o exdirigentes del partido que cuestionan la deriva oficial. Figuras como Iván Espinosa de los Monteros, exportavoz en el Congreso, o Macarena Olona han sido objeto de descalificaciones encubiertas o directas. Incluso ha habido críticas públicas de eurodiputados como Hermann Tertsch, que dirigió sus dardos contra Espinosa, a lo que este respondió, siempre manteniendo la prudencia, que «Vox se equivoca de enemigo». Otros exdirigentes, como Rubén Manso, Víctor Sánchez del Real, Juan Luis Steegmann o incluso el recién rebotado Juan García-Gallardo, han sufrido tácticas de descrédito similares. El patrón es siempre el mismo: las redes se inundan de acusaciones falsas y burlas destinadas a minar el prestigio de la persona disidente. No es casual que los ataques incluyan menciones constantes a supuestos «pagos» del Partido Popular o fundaciones extranjeras: el objetivo es sembrar la sospecha y enfangar el debate, algo, por cierto, muy propio del sanchismo.

Conozco bien a Santiago Abascal, he compartido espacio con él y hemos mantenido charlas en el pasado. Siempre me pareció una persona cordial y educada en lo personal. Llegué, incluso, a colaborar con mi agencia en algún vídeo para Vox. Sin embargo, nada de ello me impide criticar la postura del partido en relación con la guerra de Ucrania. Opino que los comentarios públicos de Abascal me parecen lamentables, sobre todo cuando los ucranianos están siendo víctimas de una invasión militar salvaje.

Las embestidas perpetradas por parte de cierto núcleo de Vox –cuyos perfiles oficiales y oficiosos orquestan campañas coordinadas desde su sede en Bambú– son calcadas a las que Podemos orquestaba contra cualquier voz disonante en 2014: insultos, mofas sobre la apariencia física, tergiversaciones y acusaciones de estar vendido a oscuros intereses. Con ello, se pretende desviar la atención del debate fundamental: la justicia o injusticia de apoyar a una nación europea que se defiende de la agresión de un tirano. Y es que menudo papelón el que ahora Vox tiene que defender, pues el partido verde, ha decidido alinearse con Trump, Le Pen y Orbán, en lo que Abascal define como el bando correcto. Se presentan como un bloque «patriota» que, paradójicamente, coincide con posiciones abiertamente prorrusas en el conflicto que desangra a Ucrania. Cada vez que Trump lanza una nueva consigna la maquinaria de Vox lo celebra y repite como dogma.

Todo esto evidencia una doble moral en lo que respecta a la defensa de los principios que, teóricamente, este partido dice encarnar: la soberanía nacional, la defensa de las fronteras y la libertad. Ahora los patriotas de pulserita parecen siempre dispuestos a defender las fronteras, menos cuando son las fronteras de Europa. Resulta increíble ver cómo la Rusia de Putin, un régimen criminal que ha empujado a millones de civiles al exilio y arrasado ciudades enteras, recibe un trato comprensivo, mientras se criminaliza a Ucrania por haber osado resistir. Ese mismo Vox que acusaba a otros de «buenismo» se arruga a pasos agigantados ante el imperialismo ruso. Insluso Abascal se permitió el lujo de culpar al Partido Popular y al Partido Socialista de la invasión de Ucrania: «La guerra de Ucrania la empezó Putin porque populares y socialistas le disteis los medios para hacer la guerra y le negasteis a las naciones europeas los medios para disuadirle». En lo que ha quedado la derechita valiente, madre del amor hermoso.

Si algo nos enseña la historia, es que la cobardía disfrazada de realpolitik nunca ha detenido a los tiranos, y que la mentira repetida mil veces nunca será verdad. Algunos pensamos, que oponerse a la barbarie rusa y a la mentira trumpista, es estar en el lado correcto de la historia. Y lo decimos sin miedo. Por mucho que el «independiente» Paco Santas (alias Hughes) nos acuse de «liberalios, neocons, centristas y usaides bolton españoles, los bidenejos de aquí» desde la Gaceta de la Voxfera. A mí, desde luego, no me van a amedrentar. ¡Ah! Y son los creadores de opinión los que deben fiscalizar a los servidores públicos, y no al revés, aunque en Bambú no lo acaben de entender.Desde que Donald Trump regresó al despacho oval, no ha tardado en dejar a Ucrania a los pies de los caballos. El nuevo presidente de Estados Unidos sostiene que la culpa de la guerra es únicamente de Kiev: Zelenski es un dictador que no tiene apoyo popular, repite, al tiempo que responsabiliza a Ucrania de no haber cedido ante el empuje criminal de Vladímir Putin. Un mensaje que resulta tan repugnantemente indigno como peligroso, porque blanquea la agresión de Rusia y su despotismo expansionista.

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