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El buzón secreto

8-M: por qué las mujeres triunfan en el espionaje

Las espías huyen de la imagen de Mata Hari y se acercan a Dolores Pardo, miembro de la resistencia francesa en la IIGM

8-M: por qué las mujeres triunfan en el espionaje

Esperanza Casteleiro, directora del Centro Nacional de Inteligencia. | Eduardo Parra (Europa Press)

Hoy 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. El mundo del espionaje ha sido históricamente uno de los campos que más dificultades puso a su participación en igualdad de condiciones con los hombres. Hace más de un siglo, el concepto era que la planificación y ejecución de las misiones debían ser responsabilidad de hombres, básicamente militares, y las mujeres solo podían colaborar en misiones puntuales, la principal engañar a agentes enemigos hombres utilizando la seducción o la inocencia, a veces ambas a la vez.

Margaretha Geertruida Zelle, alias Mata Hari, una bailarina holandesa, hizo y sigue haciendo un daño terrible a las mujeres espías. La agente más famosa de la historia fue utilizada por alemanes y franceses para espiar a sus rivales durante la Primera Guerra Mundial. Experta en la danza del vientre, sedujo a muchos oficiales en Europa gracias a su libertad de movimiento. Tontos, muy tontos, retozaban con ella y la contaban información sobre la marcha de las batallas, creyendo que podían ser bocazas sin peligro. Mata Hari cobraba de ambos bandos y la guerra le daba igual. Solo se convirtió en una leyenda cuando los franceses la ejecutaron por trabajar para los alemanes. Desde ese momento, hay una tendencia a considerar que las mujeres son muy buenas espías si se parecen a Mata Hari; nada más alejado de la realidad. Primero porque la holandesa no consiguió robar secretos de calidad, no fue una gran espía, y solamente la fusilaron para dar una lección a los que pensaban en traicionar a Francia. Y segundo, porque las mujeres en el espionaje han demostrado su valía al margen del sexo, al igual que los hombres.

Los expertos resaltan que ellas tienen cualidades como la inteligencia, disciplina, decisión, capacidad de engaño y manipulación, valor e ingenio. Además, despiertan menos sospechas que los varones en muchos ambientes y son más discretas. Durante la Segunda Guerra Mundial empezaron jugando un papel destacado en la retaguardia, pero gracias a esas aptitudes, y no otras, fueron asumiendo un mayor protagonismo en tareas como el espionaje. 

Una de esas misiones trascendentales fue el trabajo como correos llevando información secreta de un sitio a otro. En España se dio un caso excepcional. Una chica de 17 años, Dolores Pardo, Lola, vivía en Canfranc, localidad en la que estaba la estación fronteriza entre Francia y España. Allí, Albert Le Lay, el jefe de la aduana francesa, cómplice de la Resistencia, le pidió a ella y a su hermana que se convirtieran en espías de los aliados y transportaran mensajes procedentes de países europeos hasta Zaragoza. 

Cada 15 días cogían el tren y, amparándose en esa juventud y supuesta inocencia, llevaban documentos altamente confidenciales ocultos en la faja. Cuando alguien les preguntaba el motivo de tanto trajín, decían que su padre era el jefe de obras del túnel y viajaban gratis. Y si era un policía el que interrogaba, mencionaban que su cuñado era guardia civil.

Dolores sí es una prueba del buen hacer de las mujeres en el mundo del espionaje, aunque tras concluir la guerra tardó decenas de años en contar lo que había hecho. Un silencio similar, pero bastante menor, que el que guardó Aline Griffith cuando se casó con el conde de Romanones. Espía del servicio secreto estadounidense, tardó en sincerarse y él no se lo podía creer: ¿una mujer tan impresionante dedicada al espionaje? Imposible.

En España pasaron muchos años antes de reconocer su acceso al servicio secreto. No hubo progresos durante el franquismo, el SECED, compuesto básicamente por militares, no contaba con ellas. El posterior Cesid las aceptó cuando en 1981, tras el golpe de Estado, llegó un director, Emilio Alonso Manglano, que abrió las puertas a los civiles y a las mujeres.

En los años 90, María Dolores Vilanova fue designada jefa de un Área de Contrainteligencia y posteriormente, jefa de la División. Fue la mujer que abrió camino en la cúpula del servicio secreto hasta ser designada secretaria general ya con el actual CNI. Años después, Paz Esteban fue la primera mujer en mandar el servicio y la sustituyó Esperanza Casteleiro, la actual jefa. Actualmente, un tercio del personal son mujeres. Una merecida conquista por la igualdad ya asentada.

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