Hay que preocuparse por los que se juegan la vida por su país
El lado humano de los espías: se cumplen 20 años de la publicación de la biografía de Francisco Lerena

El rey Juan Carlos I en 1975. | Cuadrado (Europa Press)
A veces hay que parar a reflexionar sobre aspectos de la vida a los que no prestamos demasiada atención y eso incluye el espionaje, materia a la que me dedico desde el periodismo de investigación desde hace 35 años. El lado humano de los espías, ese aspecto tan olvidado, lo he tratado en mi último libro, Líneas rojas, lo he incluido en algunos anteriores, fue el centro de mi discurso cuando el Festival Aragón Negro, brillantemente dirigido por Juan Bolea, me concedió el premio especial al mejor de los nuestros en 2023, y lo hago siempre que puedo en mis conferencias. También quiero incluir a mi querido THE OBJECTIVE, que acoge los sábados mis columnas sobre espionaje.
Hoy quiero hablar y homenajear a Francisco Lerena, el hombre que se infiltró en la extrema derecha militar en 1984 y consiguió evitar que al año siguiente, durante la celebración del Día de las Fuerzas Armadas en La Coruña, construyeran un túnel hasta el lugar exacto donde iba a estar la tribuna presidencial, lo llenaran de explosivos y cuando la televisión estuviera retransmitiendo el acto, difundiera en directo el asesinato de toda la familia real y de una gran parte del Gobierno y de las autoridades locales.
Se cumplen 20 años desde que Lerena publicó su biografía, Así intentamos matar al Rey. Un guardia civil captado por el servicio secreto, que se jugó la vida, que consiguió sus objetivos, al que el servicio secreto convenció con unas promesas que no solo no cumplió, sino que además le dejaron totalmente tirado y sin nada de lo que había atesorado antes de la infiltración.
«Tienes las garantías de nuestra institución»
Hace tiempo que no puedo quedar con él por motivos ajenos a los dos, pero hoy quiero tomar unos párrafos de ese libro que cumple años para narrar una escena muy humana y muy traidora. Habla con Jaime, un capitán del CESID, que le intenta convencer para que acepte la arriesgada misión: «Tienes las garantías de nuestra institución, el CESID. El respaldo que te daríamos sería total, tanto legal y operativo como económico». Y más adelante entran a otro tema.
—«¿Y en cuanto al espinoso, pero necesario tema económico? Irse a vivir a Madrid no es moco de pavo. Es una ciudad cara y tendría que empezar de cero».
—«Al principio tendrás un sueldo que ya fijaremos cuando decidas si te vienes con nosotros».
—«¿Un sueldo? En Las Palmas tengo negocio propio que no podría atender si me voy y que me da más de un sueldo. Y tengo coche, moto y vivo en un ático desde el que se ve el mar. Además de amigos y la perspectiva de montar una empresa de seguridad, cosa que me gusta mucho. No me parece un gran aliciente eso de un sueldo —objeté».
Jaime le habla de democracia y libertad, de evitar desastres de sangre y lágrimas, un discurso apropiado para convencer a Paco, que lo acepta, pero que le replica que tiene una familia y le pide que le concrete el asunto económico. Esta es la respuesta del enviado del servicio secreto.
—«Cuando la misión termine, porque lógicamente terminará, el Cesid, dependiendo del tiempo que hayas estado y los perjuicios que te haya ocasionado, te dará una cantidad en millones (de pesetas) suficiente como para empezar una nueva vida, si eso es lo que quieres. No será para vivir como un potentado, pero sí para que puedas iniciar un negocio propio y defenderte bien económicamente».
Les ahorro sufrimientos añadidos en Semana Santa. Conseguido el éxito de la misión, le fueron bajando el sueldo hasta pasar de él. No cumplieron sus promesas y le dejaron tirado. Quizás alguien debió levantar el dedo y decir a esa maquinaria fría que es el servicio secreto, que esto no se hace así, que hay que preocuparse por los que dan su vida por el país.